“Después de las 3 de la tarde el centro de San Cristóbal proyecta nostalgia y tristeza. Es un pueblo fantasma que me da grima”, dice, con tristeza, el pensionado Luis Méndez. Como tantos otros, estira las mañanas para hacer diligencias en el corazón comercial de la ciudad porque, en las tardes, ya nadie se aguanta hasta las 6 de la tarde, publica La Nación.
Por Daniel Pabón
En un sondeo aleatorio a 15 comercios del centro de San Cristóbal se pudo corroborar que la hora de bajar la santamaría oscila entre las 3:30 y, a más tardar, las 5:00 de la tarde.
La encargada de una tienda de equipos de computación, una mujer rubia y alta que prefiere no compartir su nombre, enumera la inseguridad, la crisis de transporte público y los cortes de electricidad como las tres principales razones para, en su caso, haber subido el cierre hasta las 4:30 de la tarde.
A Tábata, empleada de una joyería, le permiten retirarse justo calculando que pueda tomar una de las últimas busetas que de la parada de la Villa salen hacia Capacho, donde vive.
Amarilis González reside en pleno centro y considera las 4:00 de la tarde como la hora límite de la actividad comercial. “Luego todo se queda tan solo como un primero de enero”, compara la realizadora de manualidades, desde la fila de una mercería. “En la noche esto es una cueva de lobo y después de mediodía no hay seguridad”.
Servicios prioritarios, como las farmacias, suelen ser los últimos en apagar las luces. En la que administra Andy Escalante se despiden a eso de las 5:30 de la tarde, luego de días de muchas preguntas de precios y pocas compras efectivas. “La mayoría de la gente dice que los medicamentos están muy caros y no pueden llevarlos”, observa, al calcular en 500% el incremento reciente en los precios de los fármacos. Cada vez que llega un nuevo despacho, su importe, con seguridad, será más caro que el anterior.
Por las dificultades del transporte público, tampoco es que el centro se despierte a las 8:00 de la mañana, como antes. La venta de bolsos de Pedro Villamizar abre, como la mayoría en su cuadra, a eso de las 9:00 a 9:30, en jornadas comerciales a las que la crisis económica y de servicios les está comiendo tiempo.
La mayoría vende menos
Para este reportaje también fueron consultados los mismos 15 comercios sobre el comportamiento de las ventas en comparación con el año pasado. Los 12 que afirman haber experimentado caídas promedian, en su conjunto, una contracción de 55,8%. Van desde la venta de ropa donde calculan 90% menos en las ventas hasta la farmacia y la tienda de prendas del Mundial donde estiman en 30% la debacle económica.
En dos comercios indicaron que las ventas se mantienen estables en relación con el año anterior. Son estos, una panadería y una joyería. En el establecimiento restante, su encargada, María Escalante, observó la dificultad de concluir porcentajes. “Es muy difícil comparar la caída de las ventas, por la volatilidad de los precios, por la caída del poder adquisitivo de la población y porque las familias ahora compran es alimento; esto es secundario”, explica desde su tienda de ropa.
Así parece. En toda la Séptima avenida solo hay cola a las afueras de una cadena de tiendas, pero para comprar comida. Según Fedecámaras, con la producción nacional Venezuela lograba abastecer el 70% de su consumo de alimentos. “Hoy alcanzamos si acaso apenas el 25%”.
Ni siquiera las camisetas del Mundial Rusia 2018 se venden igual que antes en la tierra del fútbol en Venezuela. María Cubides revela que, si se han llevado más las de la Vinotinto, es porque muchos migrantes las han encargado desde el exterior. Al cambio, les resulta más cómodo mandar a comprar con sus familiares una de factura nacional por 12 millones o importada por 20 millones de bolívares.
Los más fanáticos de aquí han hecho el esfuerzo. Las más pedidas, dentro de la floja venta, son las de Argentina, Colombia y Brasil. Todas sudamericanas.
En la panadería donde afirman que las ventas no han caído también se empiezan a ver marcadores con precios millonarios. Empleados comentan que allí los ajustan cada vez que sube el costo del queso, esto es, con una frecuencia “casi semanal”.
Hasta el diagnóstico primario de un celular averiado se lee con siete dígitos en sus tiendas de reparación: 2 millones de bolívares. “Se hace el esfuerzo, porque ver el precio de uno nuevo me da dolor de cabeza”, expresa Luis González, en la cola de uno de estos locales.
El Gobierno nacional, por su parte, acusa al comercio privado de alentar una guerra económica que también incluye el remarcaje indiscriminado de los precios como una práctica especulativa de perjudicar al pueblo.
El paisaje en mutación
Tranquilidad en la calle 7 entre Séptima avenida y carrera 6. Antes, una de las cuadras más bulliciosas del centro. Blanca Jaimes es la única comerciante informal que puebla sus aceras un martes a media mañana. La mayoría, dice, se ha ido del país por la caída de las ventas y el subidón de los precios de la mercancía. “Yo me mantengo porque este siempre ha sido mi único trabajo y no tengo familia afuera como para irme”.
En esa acera que ocupa, Blanca tiene una cuadra donde ella misma cuenta siete comercios; cuatro están cerrados. Al frente, en un ala del Centro Cívico, se observan otros ocho locales, que también cuenta; cinco mantienen la santamaría abajo. Así han estado, constata, desde hace semanas o meses de este mismo año hiperinflacionario. Eran tiendas variadas y hasta tradicionales para la gente de aquí: farmacia, ferretería, zapatería o agente de telefonía móvil, entre otros.
La escena tiende a repetirse: en la mayoría de cuadras de la Quinta y Séptima avenida, las dos vías comercialmente más importantes de San Cristóbal, se observa por lo menos un local cerrado en día y horario hábil. Alguna zapatería con pocas piezas regadas pareciera abandonada. Y, a lo interno de dos centros comerciales, más o menos compiten el número de comercios cerrados con los abiertos.
Hasta algunos comerciantes chinos se han ido. “No se consiguen empleados. Nos ha tocado aumentar el salario con bonos e incentivos hasta donde el límite nos permite, pero aún así se siguen yendo”, dice un encargado de origen asiático que pide la reserva de su identidad y que, de momento, necesita tres trabajadores en su quincalla.
Carla Zambrano es una de esas empleadas que aceptó una de tantas ofertas de trabajo que abundan en papelitos por las vidrieras del centro. Recién empezó en un puesto de empanadas de la Quinta avenida porque cerraron la venta de repuestos donde estaba. Ocupa el lugar de otro que, escuchó, emigró a Colombia. Devenga salario mínimo más “un bonito”, que rinde para regresar en camiones por las tardes hasta El Corozo.
Para mantener a sus empleados, Beatriz Salamanca ha incluido meriendas durante la jornada y ayudas extra para cubrir el pasaje del transporte público desde y hasta su cadena de prendas de vestir. “Conseguirlos es una odisea y mantenerlos es un reto”, opina. Otros, en su mismo centro comercial, coinciden en que “ahora casi no se puede exigir nada” al personal.
La presidenta de Consecomercio, María Carolina Uzcátegui, dijo durante la reciente Asamblea Anual de Fedecámaras que el comercio se está reinventando. “Se han producido cambios de ramos, se han diversificado las ofertas de servicios, hemos explorado otros espacios, es cuestión de hurgar en las diferentes alternativas y ambientes”.
La tienda (casi) vacía
Horacio Marín recuerda cuando, en el año 2001, abrió su tienda por departamentos con tres pisos de mercancía. Empleaba a 80 personas y, por la temporada de diciembre, la nómina ascendía a 100. Ahora son tres, incluyéndose. Dos pisos totalmente vacíos y, en la planta baja, algunos jeans, bermudas y uniformes colegiales cercanos a la puerta.
La hiperinflación, coinciden él y otros comerciantes, confabula contra la reposición de inventario: debe invertir 25 millones de bolívares si quiere adquirir más unidades de la prenda que ya compró en 9,5 millones de bolívares. “El sistema nos cambió la tradición que teníamos”, dice. Transcurren 15 minutos y ningún comprador entra.
En otros locales del centro que se observan más repletos de mercancía, los propietarios confiesan el trasfondo: han tenido que cerrar otras sucursales y juntar los productos en donde las ventas resultan mejor. “Nosotros nos quedamos con la que más da, ya cerramos dos”, confirma un comerciante de origen colombiano que pide no ser identificado.
Tal vez los últimos que ponen el candado al centro de San Cristóbal sean los vendedores de perros calientes y hamburguesas frente a la plaza Bolívar, que ahora se recogen a las 10 de la noche. “Esto cambió, esto es demasiado solo desde la tarde”, cuenta la joven que opera el punto de venta.