Es fundamental precisar de entrada el peligro de los dogmatismos en la vida política. Sostener de entrada la tesis de la infalibilidad de una idea política o económica, constituye una negación de la evolución del pensamiento, de la misma experiencia de los sistemas políticos y económicos conocidos.
La evolución de las ideas, las experiencias de las diversas formas de organizar la vida del hombre en sociedad, con sus respectivos sistemas jurídicos, políticos y económicos nos han permitido ir construyendo un conocimiento respecto de los modelos, que pueden generar a la persona humana una mayor calidad de vida.
El desarrollo de las modernas tecnologías ha tenido un relevante impacto en la vida humana, y por consiguiente en las sociedades contemporáneas. Ellas han facilitado el conocimiento más detallado del planeta tierra y del mundo sideral. También han generado un impacto sobre su estructura física, hasta el punto de temerse por la viabilidad de la vida en este espacio, como consecuencia de una destrucción de los parámetros fundamentales de su ecología.
Esas mismas tecnologías han permitido una mayor capacidad de comunicación al hombre moderno, con lo cual el fenómeno de la globalización se ha hecho presente, con todos sus elementos positivos y negativos, propios de la aparición de nuevos procesos humanos y tecnológicos.
Tal conjunto de elementos culturales impactan la vida humana, y por consiguiente la vida en sociedad. La política debe, entonces, tener respuesta frente a estos fenómenos para poder ordenar la vida social, y canalizar los impactos que los mismos generan en los diversos campos del quehacer humano.
Todo ese conjunto de fenómenos humanos, tecnológicos y culturales tendrán una respuesta a partir de los valores fundamentales que orientan la vida del hombre, de cada hombre en cada intervalo de tiempo y espacio.
Los mismos permitirán producir la ingeniera social, someterla a prueba para asumirla como patrón de vida, o para ponerla en marcha por un determinado espacio de tiempo y en un espacio territorial concreto, con el fin de atender los asuntos, tanto estructurales como coyunturales presentes.
Todos esos aspectos hacen insostenible la dogmatizacion del pensamiento, y el aferramiento a modelos cerrados, que consideramos los ideales para la vida social. La polarización ideológica y política genera esa dogmatización de la sociedad.
La evolución de las ideas políticas ha permitido la creación de sistemas políticos dogmáticos, y su limitada o nula capacidad para garantizar mayores niveles de bienestar humano, genera en contraposición, una búsqueda del modelo radicalmente diferente, pensando que entonces sí podrán superarse las taras generadoras por el sistema ineficiente.
La dialéctica de los polos constituye una negación de la inteligencia humana. Reduce la vida social a un ejercicio de fórmulas contrapuestas, si valorar elementos positivos que pueden estar contenidos en los modelos rechazados, y descartando la existencia de formas y sistemas ubicados entre esos dos polos.
Simplifican de tal forma esa vida social, que toda la posibilidad de la vida del hombre en la sociedad, está reducida a una simple aplicación de alguna herramienta de convivencia o de gobernanza, que sin dejar de tener importancia, obvia otros elementos tanto o más determines en los logros que pueden alcanzarse, a partir de las experiencias desarrolladas en otras sociedades.
La caída del muro de Berlín, y con él la caída de las dictaduras comunistas de Europa del Este, generó una ola de entusiasmo en occidente respecto a los modelos de construcción de sociedad. Fue lo que llevó Francis Fukuyama a proclamar “Ei Fin de las ideologías”, en su obra el “Fin de la historia”, asumiendo que el proceso evolutivo de los modelos socio políticos habían finalizado con el triunfo del capitalismo sobre el socialismo.
La tesis de Fukuyama sirvió de base a una radicalización de quienes proclaman la infalibilidad del modelo liberal y del mercado como el único ordenador de la vida económica. Los hechos y el pensamiento post moderno han demostrado una vez más que nada es absoluto en las ciencias sociales, y que si bien es cierto, la democracia y la economía de mercado son los modelos que han ofrecido el mayor nivel de desarrollo humano, tampoco es cierto que no presenten graves deficiencias, requiriéndose de creatividad y voluntad política para ir construyendo, en un marco de respeto a los derechos humanos, soluciones a la vida humana en estos tiempos.
En medio de estos dos modelos se abre campo el fenómeno populista, como el gran promotor de la polarización política, generando escenarios reductivos de la capacidad de diálogo y concertación para articular en las democracias, formulas capaces de dar respuesta a los grandes desafíos de este siglo, como lo son la pobreza, el calentamiento global, la violencia, la globalización, las migraciones y los nuevos autoritarismos.
La dialéctica de la polarización ha encontrado en el populismo del siglo XXI un acelerador del fenómeno, hasta el punto de que en sociedades con tradición y cultura democrática, logran abrir espacio a fórmulas simplificadoras, generalmente generadoras de daños de mayor alcance, que los problemas que dicen van a resolver, Mayor daño producen en las sociedades con menores niveles culturales, que terminan en manos de mesías autocráticos, o en una anarquía disolvente de los alcances logrados.
En estos tiempos de simplificación y reduccionismo del debate, y de exacerbada polarización, la sociedad venezolana necesita abrir mayores cauces a una reflexión y a un debate más amplio, respecto de los modelos y liderazgos requeridos para reconstruir la vida democrática, y recuperar el daño producido por el fracasado socialismo bolivariano.