No hay nada más desalentador que pasearse por las calles de Caracas, una ciudad triste y agobiada por la desesperanza. No es solamente lo que pesa una economía deshecha, es también la sensación de ruptura, quiebre, disolución, separación y tiempo vencido que aqueja a los que todavía aquí vivimos. No es fácil transitar los días entre las angustias personales y las que sufren los demás. La hiperinflación hace estragos, y nos condena a un plazo, nos consigna un momento en el cual va a tratarnos como rama seca en medio de una ventolera. Pero no es solamente eso. La vida de cada uno depende de unas apuestas temerarias. No solamente porque los seguros han dejado de tener sentido, y por lo tanto sabemos que no tenemos ningún respaldo para enfrentar una calamidad. La gente sabe que está en la cuerda floja de una enfermedad posible, no importa su gravedad, lo relevante es que no hay especialistas, medicinas, ni insumos, ni posibilidad de atención en un hospital privado para un porcentaje mayoritario de la población. Y tampoco existe la alternativa pública. Del sistema hospitalario solo quedan los cascarones de una infraestructura que se ha venido perdiendo en la misma medida que el socialismo abrazador ha continuado la destructiva ruta que emprendió hace dos décadas. Y como esta crisis lleva por lo menos seis años de aguda presencia entre nosotros, el rebusque, las cadenas de favores, el compartir solidario, todas esas iniciativas que reflejan la buena disposición del venezolano están agotadas por sobreuso, y porque son más las necesidades que la capacidad de darle respuesta. Cada uno de nosotros es su propia ruleta rusa.
Pero es la mirada de los que progresivamente se han quedado solos lo que más agobia la percepción de los que queremos y debemos hacer análisis. Esa sensación de abandono y sueños rotos, de lejanía obligada y distancia asumida por la fuerza de los hechos lo que provoca más desazón. La gente anda por Caracas con la mirada perdida y la nostalgia al alza, buscando por los rincones las escasas alegorías de los que han debido partir, una cara conocida, una sonrisa parecida, un gesto que encarne a los que ya no están cerca. Y si, los niños y jóvenes sufren del encierro, de la violencia provocada por la inseguridad, de la incertidumbre constante, de la falta de estructura, del descalabro de los colegios, las partidas de los profesores y la disolución de los grupos.
Nuestros muchachos viven con infelicidad esta atroz etapa de nuestras vidas, esta guerra de exterminio cuyo campo de batalla es la dignidad de la gente. Lo que está en juego es la capacidad de resistir la determinación del régimen que quiere transformarnos a todos en siervos. Nadie puede ser libre si vive con miedo, si se siente infeliz, si la fuerza de las circunstancias lo obligan a tomar decisiones que no quiere, y si tiene que ceder espacios a sus principios para extender la mano y recibir una bolsa de comida que viene con extorsión, que es un vil chantaje. Nadie puede pretenderse libre si toto el tiempo tiene que pensar si lo que hace o deja de hacer constituye un peligro para su integridad personal, si le gusta o no le gusta al régimen, si lo que dice puede ser motivo de una parodia de demanda judicial, eso sí, con efectos concretos en términos de cárcel y expoliación.
Obviamente no vivimos un embrujo colectivo. Somos víctimas de una conspiración política e ideológica cuyo objetivo es la aniquilación de la libertad. No puede ser casualidad una trama tan destructiva. De ser así uno tendría que identificar islas de sensatez, llamados de atención y propuestas alternativas surgidas dentro del flanco del régimen. Pero no es así. Entre ellos hay variaciones del mismo tema, pases de factura, competencias de liderazgo, críticas al hacer, pero como desviaciones al legado del “comandante eterno” cuya trama ya la conocemos: el transito irreductible al comunismo intentado por etapas, de a poquito, para ir removiendo obstáculos y resguardar el aura de decencia que no tenían. El que vino después es obviamente más brutal, menos estratégico y mucho más temerario.
¿Cómo llegamos hasta aquí? El comunismo del siglo XXI ha descalabrado el amplio orden de cooperación capitalista que caracteriza a las sociedades modernas. Desmadró el mercado venezolano. Se montó en el discurso descalificador de la libre empresa y prometió encargarse directamente. No queremos decir con esto que el caso venezolano haya sido un ejemplo perfecto de sistema de mercado, habida cuenta de la obsesión redistribuidora de los “petroestados”, el arraigo cultural del socialismo silvestre, el mercantilismo de compinches y las ineficiencias derivadas de las empresas públicas. Venezuela siempre ha padecido de un estado demasiado fuerte y una sociedad debilitada por la intromisión desmedida del sector público. Lo que pasa es que la experiencia socialista del siglo XXI superó todos los límites.
Porque el régimen se concentró en destruir lo bueno y promover lo malo hasta crear el espacio perfecto para la corrupción y los negocios tóxicos. No hablemos de la devastación republicana. La extorsión sistemática y el acoso comenzó en el plano legal para continuar hasta la dimensión de las transacciones reales. Intervino las notarías y registros. Acabó con las posibilidades del sistema de mercado al permitir que el gobierno compitiera deslealmente, modificó maquiavélicamente el régimen laboral, controló costos y precios, expropió empresas y tierras productivas, estranguló al comercio, ahuyentó a las empresas de servicios, se ha servido de las empresas de telecomunicaciones para practicar la censura por mampuesto, ha perseguido periódicos, estaciones de radio, programas y comunicadores sociales. También ha asolado a las universidades autónomas, destrozado la integridad de las FFAAA, destruyó sindicatos, apresó a sus dirigentes, humilló a las iglesias, condicionó la educación popular y penetró la oposición política. No es casual que el PIB haya caído hasta llegar a ser solo el 50% de nuestra capacidad para producir bienes y servicios. Todo esto no puede ser otra cosa que un guión perfectamente delineado para acabar con las condiciones mínimas en las que germina la libertad. Pero la libertad es recalcitrante.
Dicho de otra manera, el régimen ha propuesto una percepción social totalitaria y caótica, destruccionista e invivible, indiferente a la dignidad y a la vida, depredadora de las libertades, que ha impactado el ánimo de los venezolanos hasta hacerles pensar si cualquier lucha en adelante tiene sentido. Pero hay esperanza. Porque en el intento de destruirlo todo también se están destruyendo ellos. Opera una especie de interrelación karmica entre lo que provocan y lo que ellos mismos se infligen. Nadie puede pretender regir la catástrofe absoluta y sobrevivir para contarlo. En este juego suma cero ellos no podían pretender hacer un corte quirúrgico entre lo que ellos necesitan y lo que los ciudadanos requieren. Por eso las reservas internacionales están acabadas y la industria petrolera acercándose peligrosamente al punto de no retorno, más allá del cual no hay presente rentable y se hace muy difícil gestionar el futuro inmediato. Y la guerra que el régimen ha emprendido contra los mercados la está perdiendo ominosamente. Porque en ese sentido los mercados son radicales: sin condiciones mínimas, sin honrar los compromisos, sin respetar los derechos de propiedad, sin posibilidad de repatriación de capitales, y para colmo, sin transparencia e integridad en el flujo de recursos, es imposible realizar cualquier transacción. En el camino el régimen se ha quedado sin crédito y sin beneficio de la duda.
El régimen le sacó los ojos al mercado venezolano, pero también se sacó los suyos, y ahora no hay ingresos ni forma de distribuirlos sin apelar al odioso racionamiento. El régimen quiso sustituir el mercado para planificar una nueva versión del mar de la felicidad. La realidad que han provocado no es otra que la ruina y la ansiedad mágica. La verdad es que generales presidentes de PDVSA andan haciendo cadenas de oración y misas de penitencia para salvar lo que queda de industria petrolera. ¿Qué estará haciendo el resto? Una empresa no se salva a punta de jaculatorias sino a partir del trabajo experto continuo y sistemático, contrario a lo que aquí se aplica desde que se decretó una PDVSA roja-rojita. Aquí sufrimos las devastadoras consecuencias de una rápida transición de la fatal arrogancia a la patética locura, donde las apelaciones a la razón no eran otra cosa que la prepotencia concentrada del caudillismo populista tradicional, el militarismo ingenuamente teórico, embobado por el romanticismo heroico de falsas gestas libertarias, y sin duda, la ideología marxista mal estudiada y peor digerida, pero así son todos los marxistas, consumidores de panfletos, cultivadores del resentimiento, cultores del odio social. La libertad se lleva muy mal con la ignorancia empoderada.
Entonces, ¿quiénes han sido los enemigos de la libertad? Los que siempre alentaron las dictaduras por encima de las soluciones constitucionales. Los que prefieren el intervencionismo a la eficiencia de los mercados libres. Los que aplauden las logias de compinches y enchufados por encima de cualquier consideración de competencia. Los que caen seducidos por el discurso populista. Los que no preguntan cómo se pagan los beneficios ni cuales son los costos. Los que son indiferentes a la violencia y la represión. Los que no se sienten afectados por lo que les pasa a los otros. Los que por temer ellos acallan las instituciones usando para ello argumentos falaces de corrección política. Y por supuesto, los que creen que este tipo de regímenes quieren negociar su salida o son capaces de someterse a elecciones limpias. Porque todos ellos son coautores de una situación social donde abunda la tristeza, la soledad, el sinsentido, la frustración, y la necesidad.
Recuperar la libertad implica remover los obstáculos y construir un nuevo proyecto donde las causas que nos trajeron hasta aquí queden extirpadas. Por eso hay que luchar contra la ligereza de la desmemoria tanto como tenemos que combatir el diletantismo político que procura mantener intactas las causas de nuestra perdición porque son susceptibles de ser controladas en manos más probas, las de ellos. Eso intentar dormir en un nido de serpientes, imposible sin perder la vida. La tristeza y el desasosiego de hoy fueron ayer cheques en blanco que se endosaron a un caudillo y sus promesas de refundar la república destruyendo todo lo que habíamos significado hasta ese momento. Ojalá que por lo menos ese sea el aprendizaje, que nunca más caigamos en la trampa de la demagogia y el populismo.