Una característica clave de la democracia es el pluralismo político que implica diversidad de criterios u opiniones. El consenso es otra herramienta decisiva. Es una irresponsabilidad histórica de la dirigencia de las fuerzas democráticas no ponerse de acuerdo para construir juntos una estrategia ganadora, tanto en el plano económico como en los ámbitos político, social, cultural y educativo, que supere el horror que sufre Venezuela. También es irresponsable de la sociedad civil pretender construir una opción válida de poder sin los partidos políticos. La experiencia funesta de los “outsiders” o recién llegados a la política con ínfulas mesiánicas o caudillistas, vivida en Venezuela por 20 años, ha mostrado que cambio no institucional es callejón sin salida.
Hay tantas mentes brillantes y excelentes profesionales, ciudadanos ejemplares y probos, forzados al exilio por no tener cabida en un país carcomido de sectarismo excluyente, personalismo, destrucción del aparato productivo y derrumbamiento de las instituciones. A pesar de estar dispuestos, con grandeza y dignidad, a llevar a la práctica planes de reconstrucción que ya están diseñados en todos los rubros de la vida nacional, inquieta que no sean escuchados por los políticos ni estos sean capaces de proponer públicamente de manera unitaria, más allá de diferencias partidistas o tácticas, una alternativa de gobierno realizable, eficiente y creíble a corto, mediano y largo plazo, que conduzca a una transición hacia la democracia, frente a las calamidades impuestas por el régimen despótico y humillante que pretende el control total de la población.
A diferencia de lo que ocurrió en Cuba con la entronización de la dictadura sanguinaria de Fidel Castro y sus cómplices, que expulsó a la élite mejor formada y a muchos empresarios al ser acusados de contrarrevolucionarios y despojados de la totalidad de sus bienes, cuando no presos o fusilados sin juicio ante un paredón concebido por el peor de los sádicos criminales que el mito convirtió en héroe, el médico argentino que terminó su carrera sangrienta en la selva boliviana, hay en Venezuela un contingente importante de profesionales altamente calificados que continúan en resistencia y lucha cívica por la democracia.
Se trata de una generación mayor pero igualmente brillante y preparada que la de sus hijos que han sido coaccionados a emigrar. Aunque hoy son puestos fuera de juego u obligados a sobrevivir a pesar de sus credenciales meritorias, convertidos en individuos invisibles, están listos para asumir de modo inmediato responsabilidades de alto nivel para enrumbar la república hacia el progreso y la inclusión, en una sociedad destrozada por el resentimiento, envenenada de medidas demagógicas por un populismo autoritario, militarista, nutrido de odio y venganza social, cuando no explícitamente delincuente que ha saqueado de manera criminal la riqueza pública a nombre de la farsa siniestra llamada socialismo del siglo XXI.
Para que no sea más una patología de la comunicación y fracase, es imprescindible que haya disposición entre cúpula y opositores que representen los sectores democráticos y facilitación de un tercero independiente para superar la dinámica de muerte y destrucción de la que no se salva ni la propia oligarquía dominante. La salida incluye justicia transicional para tener paz sin impunidad.
A los políticos compete canalizar e impulsar estas iniciativas de forma conjunta e integrada. Seguir fragmentando la unidad es suicida y la vía electoral como bandera en las condiciones actuales es ingenua e ignora el sufrimiento y desamparo de las mayorías, cada vez más pobres, en la pavorosa tragedia continuada que enfrentan tantas familias en Venezuela, todos los días.