Venezuela se ha coronado como el peor de Sudamérica en el Gobierno de Nicolás Maduro. Con el salario actual, un ingreso es de 5.196.000 bolívares o 1,5 dólares al mes al cambio no oficial (unos 1,3 euros), nadie puede comprar una lata de atún con el salario mínimo en Venezuela. Así lo reseña El País.
“¿Quién sobrevive con eso? Estamos obligados a conseguir dinero extra”, comenta Luis Martínez, un electricista empleado en un instituto del Estado.
Su afirmación está demostrada con estudios. La Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) correspondiente al año 2017 y divulgada en febrero indica que la depresión económica ha empujado a los venezolanos a “sobreemplearse” de manera informal para poder alimentarse.
Al concluir su jornada laboral, Martínez presta servicios en Caracas de forma independiente. Su sueldo fijo está destinado a la compra de un kilogramo de queso, mientras que con los otros ingresos compra granos y vegetales. En 1991, después de una década de trabajo, compró una casa con el dinero de su liquidación. “Si me liquidan ahora, con 14 años de servicio, no me alcanzaría para comprar ni una licuadora”, asegura.
Es una situación dramática. Más del 70% de los trabajadores con un empleo formal reciben el salario mínimo. Muchos se cambian a otros sectores mejor pagados o abandonan sus trabajos. Solo seis de cada 10 trabajadores están empleados en el área formal, indican varias encuestas.
Hacia finales de junio, José Ibarra, un docente de la Universidad Central de Venezuela, difundió en Twitter una fotografía de sus zapatos desgastados. “Mi sueldo como profesor universitario no me alcanza para pagar el cambio de suela, cuestan 20 millones”, escribió. Son 5,8 dólares hoy, pero en los próximos días será todavía menos por la devaluación del bolívar. “Es difícil decidir en qué gastar el dinero. Hago una lista de prioridades, pero siempre son muchas y no cubro ninguna”, dice Ibarra. Su último sueldo lo gastó en verduras y con eso se alimentó durante unos días.
El salario mínimo se paga en dos partes, tres millones en metálico y el resto en un bono de alimentos que se ingresa en una tarjeta llamada cestaticket. No se puede comprar un paquete de galletas, aunque con esa cantidad hace cinco años se podía abastecer de alimentos una despensa.
Maduro ha aumentado cuatro veces el salario mínimo este año y unas 23 durante su mandato (desde abril de 2013). Pero los ajustes solo acentúan la carestía. La desesperación por gastar los bolívares es instantánea una vez decretado un incremento salarial porque la población ya conoce los arrebatos de la hiperinflación. “Si dicen que el sueldo sube hoy, ya mañana aparece todo el triple de caro”, explica el profesor. Los nutricionistas Pablo Hernández y su esposa, Claret Mata, ofrecen asesoría a distancia a pacientes que emigraron por la crisis. Solo necesitan un ordenador con Internet para conectarse con ellos a través de Skype. Sus clientes pagan por cada consulta unos 10 dólares o el equivalente en bolívares. De este modo el matrimonio recibe unos ingresos que alivian su situación económica.
Esta es una práctica que ha aumentado entre los profesionales en el país. “Las consultas desde el extranjero son esporádicas, pero son un salvavidas”, apunta Hernández. Él y su esposa son profesores universitarios a tiempo completo, pero con sus salarios no pueden comprar comida para un mes entero. El pago de una consulta de una hora online representa diez veces su sueldo en la universidad. La crisis también ha moldeado sus vidas. “Queremos tener un hijo, pero no podemos mantenerlo. Hemos decidido no tenerlo por ahora”, agrega.
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