José Aguilar Lusinchi: La renuncia, el décimo postgrado

José Aguilar Lusinchi: La renuncia, el décimo postgrado

 

José Aguilar Lusinchi @jaguilalusinchi

 

Vente. Esa fue la respuesta de su novio ante el fracaso de su último plan para continuar viviendo en Venezuela. Un vuelo hasta Maracaibo sirvió para ahorrar poco más de mil kilómetros en carretera, y desde el aeropuerto, un taxi la llevó hasta el terminal. Ahí pasó la noche acostada sobre sus morrales y arropada en una sábana.





A diez para las cinco comenzó el recorrido. Un Monte Carlo del setenta y ocho la llevaría junto a otros tres desconocidos hasta Maicao. Alcabalas legales e ilegales por doquier. La normalidad atípica haciendo de la suyas. La parte más difícil fue el paso de los filuos en la Guajira Venezolana. Allí observó una lluvia, pero no gotas de agua, sino de billetes sin valor del país que la despide, lanzados al aire por los habitantes del lugar. Unos minutos más tarde, estaba sellando pasaporte para entrar a Colombia.

Casi veinte horas después llegaba a su primera parada, Santa Marta. Allí durmió y despertó en el mismo autobús mientras pensaba en tantas cosas. Las curvas de la carretera hicieron un efecto desagradable en varios compañeros. Durante este último tramo, perdió la cuenta de cuantas personas habían vomitado en la unidad de transporte de camino a Cali.

Llegó al terminal ubicado en el centro de la ciudad. Fue recibida por su novio, la incertidumbre, y en el paisaje, unas cuarenta carpas con banderas venezolanas. Sabía que había ingresado en un nuevo ambiente y tenía intención de permanecer ahí un buen tiempo. En los primeros días le resultó difícil acostumbrarse, y los días siguientes, le fue aun peor.

Al tercer mes de conflicto acudió a un psicólogo; luego a otro y a otro más. Déficit de procesamiento sensorial, asperger o nada. Esas fueron las conclusiones. Aunque su novio siempre le recordaba la realidad de los desafíos; su insistencia y una pequeña oportunidad de crecer en otro país; hicieron que volvieran a partir a tierras desconocidas; esta vez, juntos. Así llegaron a México.

Este nuevo país también le ofrecería una nueva cultura, nueva comida, nuevo sistema de transporte e incluso, un nuevo acento para su voz. Le llevaría a conocer nuevas personas y buscar empleo en nuevos lugares. También podría oler, sentir, observar, escuchar y degustar nuevas cosas. Aún no pensaba, que en poco tiempo se daría cuenta que fue una incrédula. Sólo había elegido vivir el proceso dos veces, sin haberlo comprendido a la primera.

Todo volvió a repetirse. Ni los asombros de esta nueva nación le otorgaba la satisfacción personal que buscaba, y ya empezaba a decirse a sí misma, que nunca se integraría en un lugar de acogida fuera de Venezuela. Sentía como sus experiencias anteriores en el país donde creció, sus normas de conducta, ideas, actitudes e incluso hábitos rutinarios no podían hacerse tal como lo hacía antes, pero tampoco era capaz de aplicar las del país que la recibe. Esto la hacía sentirse en el medio de dos puntos.

Ella sentía que estaba en la incertidumbre. Poco tiempo después comprendió, que las manifestaciones emocionales que estaba viviendo, como la baja autoestima, miedos o inseguridad, sentimientos de culpa, ansiedad, inhibición, tristeza, somatización, entre otras; provenían de ese mismo sitio. Pero, en definitiva, esta no era la forma en la cual quería sentirse.

Para cambiar sus emociones debía aprender a renunciar. No podía tener Venezuela allí consigo, tampoco podía tener su casa, su familia, su lugar preferido, las visitas a su abuela, la comida que más le gusta o su perrita llamada Arena. Debía renunciar y dejarlo ir. Esa fue la única forma que encontró, para salir de ese punto medio entre la zona de confort y la zona de aprendizaje, y así poder avanzar al estado emocional que buscaba sentir dentro de ella.

Es así como logró comprender que el problema no era el lugar, ni sus vecinos, ni el restaurante donde trabajaba y mucho menos la actitud de su novio. El problema estaba dentro de ella, al no dar cabida a la madurez y comprender que debía dar espacio a lo nuevo, a esa cultura que la recibe y a estas circunstancias que la están haciendo crecer. Había comprendido, que debía adaptarse a su nuevo espacio, y es así como despierta la décima materia de este postgrado, la adaptabilidad.

El estímulo de esta habilidad le hizo comprender que no sólo hace referencia al hecho de encontrarse a gusto con ella misma, sino también con el ambiente o la realidad que le ha tocado vivir. En poco tiempo probó nuevas comidas, visitó nuevos lugares, se permitió hablar como ellos y hasta probó una dona de mango, especial de su cultura. Empezó a disfrutar de sus nuevos momentos, se empezaron a crear nuevos hábitos y sentía nuevas emociones. Había aceptado el cambio dentro de sí. Había entrado a un aula de clase de un nuevo postgrado.

Nueve son los testimonios que conforman este relato. Aquel que inspiró la creación de esta materia fue el último que recibí en mi paso por Perú. La pérdida de un autobús a Piura, se aprovechó para encontrarnos en el centro comercial de Plaza Norte, al norte del Lima.

En nuestra primera investigación de campo, logramos analizar que esta habilidad es de las más difíciles de despertar. Nuestras raíces emocionales nos insistan a extrañar lo nuestro, a querer asemejarlo en otros espacios, a buscar en nuestra mesa la misma comida y a prescindir de hábitos que creemos nunca serán nuestros. Evitamos a toda costa adaptarnos al nuevo espacio que en realidad nos brinda aprendizaje.

No podemos cambiar el pasado. No podemos cambiar la masiva migración que atravesamos, pero sí podemos aprender con ella para inspirar a la humanidad. Este es y será siempre nuestro propósito. Es por ello que impulsamos este proyecto llamado: Emigrar Es Un Postgrado.

 

José Aguilar Lusinchi

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Instagram: jaguilarlusinchi