Siempre hemos creído que los historiadores son orfebres de la verdad sobre un pasado que rescatan del olvido. Y no hay verdad en realidad. Sólo el exaltado o sereno punto de vista de quién ordena los recuerdos. Por eso la historia es en reANalidad el historiador.
Hemos pensado ingenuamente que cualquier libro que lleve por título, por ejemplo: “HISTORIA DE VENEZUELA”, es lo suficientemente competente para dar a conocer los eventos y personajes de procesos intricados de un pasado en realidad precario y con miles de fotografías rotas. Y esto no es así.
Sólo los “clásicos”, es decir, los autores más competentes: expertos minuciosos en determinadas áreas de estudio son capaces de ofrecer interpretaciones críticas que impactan sobre el conocimiento establecido, y lo mejoran. Además, tienen que saber: escribir bien. La historia más que ciencia es un auténtico arte.
León E. Halkin (1906-1998), un historiador belga, muy influyente en mí formación universitaria a través de una joya bibliográfica que se llama: “Iniciación a la crítica Histórica” (1951), fue uno de los primeros en mostrarme la sustancia de la llamada “historia crítica”. Y no tuvo necesidad de teorizar: bastó con mostrar su pericia como pensador del pasado a través de sendos ensayos luminosos y penetrantes como: “Retratos de Felipe II”; “El mito de Napoleón”; “Hitler y la resistencia alemana”; “La crueldad en los suplicios”; “Avatares del honor” e “Intolerancia e Inquisición”. Por fin encontraba a un historiador “comprometido” con su trabajo que sabía utilizar los documentos con ingenio y penetración haciendo las preguntas adecuadas.
Halkin me mostró como se escribe y se hace la historia conocimiento como un derivado de la realidad. También me enseñó a investigar desde la formulación de hipótesis. Una hipótesis es una pregunta que merece ser respondida. Es por ello que no entiendo muy bien las complicaciones metodológicas en las universidades venezolanas que sacrifican la forma sobre el fondo. Quizás esto pase porque no hay fondo.
Investigar históricamente es muy sencillo: la pregunta pertinente sobre un problema humano que merece ser respondido; luego, la reunión de los materiales de valía, es decir, los documentos más diversos como huellas del pasado, y finalmente lo más interesante: la interpretación libre y responsable que quién explica y comenta.
Para cumplir a cabalidad con todo este proceso creativo de la mente humana hay que tener una muy buena capacidad de “síntesis”. Aprender a distinguir lo sustancial de lo accesorio, e ir al grano. Nada de florituras inútiles y distractoras. La sentencia adecuada y bien escrita para establecer un puente entre el historiador y sus lectores.
Historiar posee muchas técnicas discursivas y metodologías, además de todo un cuerpo teórico bastante amplio, aunque lo esencial es la credibilidad del historiador y el dominio del oficio.