José Aguilar Lusinchi: En lo interno. El penúltimo postgrado

José Aguilar Lusinchi: En lo interno. El penúltimo postgrado

José Aguilar Lusinchi @jaguilalusinchi

Sentado a las afueras del mercado, mira la tarjera que un chef peruano le había entregado seis horas antes, en el puesto de verduras donde trabaja, al sur de Lima. Una maracucha se encargó de hacerle la entrevista el día siguiente. Una semana más tarde, comenzaría su nuevo empleo, de copero en un Chifa.

Meses atrás, bajo la ayuda económica de un tío, emigró desde carupano, en el estado Sucre. En aquella fecha, fue recibido en un pequeño departamento por un amigo de la universidad, que vivía con su novia.

Llegó un martes, y desde el miércoles empezó a recorrer las calles de Chorrillos, Barranco, Miraflores y Surco; hasta que un domingo, haciendo la compra, encontró su primer empleo. Hicieron falta cincuenta y tres currículos para encontrarlo, dos ampollas en los pies, horas de sed y cansancio; pero de sorpresa y sin buscarlo, lo había logrado.





En todo este período no había tenido tiempo para extrañar; pero el momento llegó. La navidad es una estación que antes solía pasar en una playa de tucacas junto a su familia. Aquella noche, salió del trabajo e intentó llegar muy rápido al apartamento. Saludó a sus amigos, pidió un celular prestado, entró al baño y al escuchar sus voces, el hombrecito empezó a llorar.

Ahora la vida le abre una nueva puerta de oportunidades en un restaurante. La proactividad del chico lo lleva al ascenso en sólo cuatro meses. Ha dejado de pensar en la carrera universitaria que abandonó para ejercer nuevos oficios como migrante. Incluso, siente orgullo al usar su nuevo uniforme como ayudante de garzón.
Mes y medio más tarde, logra mudarse a una habitación cerca a la plaza de Barranco. Al hacerlo, compra su colchón inflable y poco tiempo después, un teléfono inteligente para hablar con su familia. En un paseo por el cercado de Lima, compra una pequeña cocina que funciona con envases de gas desechable. Todo continúa bastante bien; por un tiempo al menos.

Tres meses más tarde, el nuevo gerente del restaurante despide a todos los empleados. Allí se encuentra él, un joven de apenas diecinueve años; sólo y sin ingresos, en un entorno extraño, alejado de su familia, en una geografía y cultura aún desconocidas, bajo situaciones precarias y llenas de profundas improvisaciones.
Hasta esa fecha, nadie le había pedido el Permiso Temporal de Permanencia para ciudadanos venezolanos en alguna entrevista, pero ahora sí lo hacen. Pasan una, dos, tres y hasta ocho semanas sin conseguir un nuevo trabajo. Los ahorros se van en un santiamén. Se queda sin dinero para el alquiler, la comida y la remesa de su familia. Lo poco que logra conseguir, se va en los gastos del día a día.

En la octava semana, entra en un ambiente de colapso y desesperación, mientras miente a sus padres sobre el estado en el que se encuentra. Ya no tiene ni un sol en el bolsillo y se da cuenta que tampoco le queda comida alguna. Tiene hambre, está sólo, debe el arriendo, su cuerpo está cansado; mientras que su mente y espíritu también.
Hubiese sido fácil darse por vencido. Había trabajado durante meses en un mercado y seguro conoce buenas formas de hurtar allí. Posee la confianza de varios propietarios para que no sospechen si quiera que él lo hizo. Sería igualmente fácil, escudarse en que muchas otras personas lo hacen; y que, además, no puede seguir pasando por lo mismo todos los días.

Podía hacerlo, pero no fue así. En lo interno sigue siendo realmente fuerte. Prefiere el camino de la honradez, la honestidad y el respeto por el país que lo recibe. También, el camino de la responsabilidad y respeto por sí mismo. Ha elegido no ser tocado por el mal. Es en este tipo de circunstancias, donde se despierta la undécima materia de este postgrado, la integridad.

La siguiente tarde, logra conseguir cincuenta soles con un antiguo compañero de trabajo y, además, se sincera con la señora que le arrendó la habitación. Ha ganado tiempo y recuperado la tranquilidad. Se ha convertido en uno de esos venezolanos, en el que se puede confiar. Ha logrado aprobar una materia que nos consolida en lo interno y nos hace generar valor en lo externo.

Unos días más tarde, consigue empleo como conserje en una residencia en San Isidro. Ahí hace de recepcionista, limpia, cambia bombillos, supervisa las reparaciones, trabaja de ocho a doce horas diarias, obtiene ingresos correctamente y se siente bien consigo mismo. Se ha superado despertando la integridad dentro de sí.
Con el estímulo de esta materia, logra comprender que puede ganar el mundo y aún mantener intacto su espíritu. Ahora sabe, que su conducta puede llegar a ser ejemplo y modelo a otros migrantes, de que se puede estar bien y tener cosas buenas, haciendo lo correcto.

Seis son los testimonios que conforman este relato. Aquel que inspiró la creación de esta materia fue el primero que recibí en mi paso por Santiago de Chile. Nunca antes ninguna otra persona me había inspirado tanta bondad. Ese joven, me acompañó también a realizar una investigación en el mercado de la Vega, en mi último día en la ciudad.
En nuestras investigaciones de campo, logramos analizar que la integridad dota de sabiduría y respeto a nuestros migrantes. Les devuelve las enseñanzas que nuestros antepasados impregnaron en nuestra conducta y les restituye la dignidad.

A la memoria de quien me enseñó con su conducta el significado de la integridad; mi decana, profesora y buena amiga, Mery Requena.

José Aguilar Lusinchi
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