“ Turbio fondeadero donde van a recalar,
barcos que en el muelle para siempre han de quedar…”
Enrique Cadícamo, Niebla del riachuelo, tango.
La imagen del penúltimo barco de la expropiada Conferry hundiendo su quilla recostado al muelle de Guanta, es emblema de una promesa que naufragó antes de haber zarpado. La huella de ese gran engaño que convirtió lo que fue esplendor, en vestigios enmalezados por el abandono y el olvido. Por la misma suerte de esa nave, los residuos de todo aquello que nos inscribía en la modernidad, afloran como hallazgos de una excavación que desentraña destrucción y saqueo.
Cuando el país todavía pensaba en grande, llegamos a idear un puente sobre el mar para unir a Margarita con tierra firme, como lo hacen los chinos o los japoneses para enlazar sus islas. Hoy, navegar o volar a nuestra querida isla es una costosa proeza.
El país todo está lleno de ferrys hundidos: empresas, hospitales, universidades, centros de investigación. Instituciones que configuraban un país contemporáneo, apenas sobreviven en la memoria. En esa lista, entre otras: el pujante complejo industrial de Guayana, la segunda petrolera más importante del planeta, el sistema eléctrico nacional interconectado, establecimientos asistenciales como el Miguel Pérez Carreño o el Hospital Universitario, la Universidad Central de Venezuela, el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas -centro de referencia mundial- el impecable Metro de Caracas, el respetable Consejo Nacional Electoral, las respetadas Fuerzas Armadas Nacionales, el Banco Central de Venezuela, el Bolívar como signo monetario, el hipódromo de la Rinconada, la vida nocturna de Caracas…
Los arqueologos tendrán ardua tarea en desentrañar lo inexplicable. El Carbono 14, tan útil para determinar la edad de los vestigios materiales, no acertará porque lo que semeja haber tomado generaciones, ha ocurrido en menos de veinte años.