Que Maduro y sus cuerpos de seguridad se apresuraran a decretar minutos después del frustrado atentado del sábado 4 de agosto que los culpables eran Julio Borges y Juan Requesens y que, en consecuencia, había que allanarles la inmunidad parlamentaria -y, en el caso Requessens, detenerlo, torturarlo y exhibirlo dando una confesión lograda después de inyectarle químicos- revela, o que Maduro mismo estaba tras el atentado y lo usó para perseguir a enemigos ya tipificados como “chivos expiatorios” o que si lo hicieron otros, como oficiales del Ejército en rebelión y aliados de la Resistencia, no era lo que le importaba, sino aprovechar la oportunidad para avanzar en lo que es su estrategia de defensa fundamental: la guerra con Colombia.
En este orden, toda la “culpabilidad” de Borges reside en haber elegido a Bogotá como lugar de su asilo político y la de Requessens en establecerse en San Cristóbal, Táchira, desde donde, presuntamente, tenía una mejor comunicación con Borges y, de conjunto, uno en el Palacio de Nariño y otro en la frontera, instigar el acontecimiento que les quita el sueño a Raúl Castro, a Maduro, Cabello y Padrino López y que, en sus pesadillas, ven como batallones del Ejército colombiano que cruzan la frontera para llegar a Caracas y desalojan a Maduro de Miraflores.
De modo que, si como decía el general Gómez, “hay que matar la culebra por la cabeza”, entonces, en el pánico que no abandona ni un solo instante a Maduro y su pandilla, la cabeza es Borges, político que desde la Asamblea Nacional promovió las gigantescas manifestaciones de abril a julio del año pasado, que el 8 de febrero del 2018 se negó a firmar un “Acuerdo para la Convivencia Democrática” que significaba el establecimiento de la dictadura bajo la bendición del “Papa Borges” y que, ahora -¡colmo de pecados!-, vive en consulta permanente con Santos, Duque, Trump, Uribe, Pompeo, Pence, Marta Lucía Ramírez y Andrés Pastrana.
En definitiva, que toda una ordalía de delirios en la que no me cabe dudas tienen las pezuñas metidas Timochenko, Raúl Castro, Daniel Ortega y hasta Evo Morales, ansiosos de que Duque tenga en la sien la amenaza de una guerra con Venezuela, si es que quiere renunciar o modificar el “Acuerdo de Paz” firmado por Santos y que convirtió a los comandantes de las FARC en una nueva casta anarcocapitalista que viene a competir con los Ardila Lule y Julio Mario Santo Domingo.
Pero de verdad ¿es Julio Borges un halcón de la guerra y no un político democrático y constitucionalista que se las ha jugado todas por la paz y la salida electoral y que, solo en caso de que la dictadura insista en no dar marcha atrás y avanzar en un modelo atroz, narcotraficante y destructor, apoyaría una salida extrema que no me atrevo a decir si será un golpe de estado, o una invasión extranjera?
Porque, igualmente, Borges, es un político pragmático, que avanza a pasos lentos y medidos, pero que no dudaría en acelerar si se convence que no están en el interés de la restauración de la democracia en Venezuela.
Con Borges mantengo una relación de hace muchos años –quizá la más larga que sostenga con cualquier otro líder de la oposición democrática venezolana-de cuando nos reuníamos bajo el auspicio de un gran amigo común lamentablemente fallecido, J.M. Cartea, y con Alberto Mansueti, Emeterio Gómez, Álvaro de Armas y Leandro Cantó pasábamos noches y hasta días hablando y discutiendo sobre la economía de mercado y el liberalismo, Milton Friedman, Hakey, Ortega, Carlos Rangel y el rumbo que debía tomar la democracia si quería salvarse, y de entonces aprendí que, sería sereno, tranquilo, y calculador en todas las apuestas que le depararía el futuro.
Lejos de pensar que le esperaban días como los que ha vivido en estos últimos 20 años, y en los cuales, ha fundado un partido político, lo ha visto dividirse, ha continuado contra viento y marea y forjándose un liderazgo, tanto dentro, como fuera del país, con gente que lo sigue con fanatismo y otra que lo rechaza con repulsa, pero sin perder de vista el norte de que nació para luchar por el rescate de la democracia venezolana y por las vías que signifiquen menos costos para el país.
Jamás pensó, sin embargo, que lo esperaban días como los actuales, los que vive ahora en Bogotá, y donde, exilado y sin el calor del país, ni de su gente, podría ser una figura clave en un conflicto binacional y no porque los promueva e instigue, sino por está ahí, cerca de uno de los dos polos, el colombiano, que no dejará de consultarlo y hasta de pedirle algún tipo de aquiescencia si decide romper hostilidades con Maduro.
Para documentarlo, empezaría recordándole aquella entrevista que le hizo José Vicente Rangel, en su programa “José Vicente hoy”, en Televen, a Pedro Carreño, el 8 de julio pasado, y donde, el diputado de la ilegal ANC, exministro, miembro de la dirección del PSUV y caja resonancia de Diosdado Cabello, se explayó en detalles sobre la hipótesis de guerra que maneja Maduro y su generalato con relación a Colombia, y en la cual, el exteniente coronel, excapitán o exmayor, se refirió a los objetivos de la parte venezolana en cuanto se desate el conflicto, como pueden ser el ataque y derrumbe de los siete puentes sobre el río Magdalena que unen a Colombia de Norte a Sur y el traslado de la guerra al territorio neogranadino con los sistemas misilísticos Antei-2500, Burk-M2, Pechora y el Z1-23.2.6 lanzándose a derribar cuanto avión de combate del vecino país se les atraviese.
Pero no es solamente, Pedro Carreño, quien viene agitando desde el programa de Rangel los vientos de guerra contra Colombia, sino que, desde marzo, aproximadamente, en programas de radio y televisión oficiales, el excanciller de Hugo Chávez y exembajador de Maduro en Colombia, Roy Chaderton, viene desarrollando una campaña anticolombiana, antisantista y antiuribista que, no se detiene en promover la ruptura diplomática entre los dos países, sino que insiste en que Venezuela debe llevar a cabo una guerra preventiva que, entre otros propósitos, llevaría a la izquierda colombiana al poder y abriría un corredor de La Guajira a Coveñas para que Venezuela tenga una salida al Pacífico que le correspondería “por ser el país que lideró la independencia sudamericana”.
“Creo que Venezuela tiene superioridad militar para vencer a Colombia en una guerra” le dijo Chaderton el domingo pasado a Rangel en su programa “ y no solo porque tenemos mejor dotación en equipos y material de guerra, sino porque en recurso humano, en soldados y oficiales, tenemos los guerreros más competentes de la región”.
En otras palabras que, un sartal de alucinaciones que no habría que tomar en serio sino para un serial de comiquitas sobre el castrochavismo y el “Socialismo del Siglo XXI”, sino fuera porque sabemos que en Cuba, Nicaragua, Venezuela y Bolivia reinan unos desequilibrados, en ningún sentido convencidos de que hay que rendirse y entregar el poder, sino en luchar hasta el último aliento sin importarle los costos en vida humanas, recursos materiales y espirituales que tal empeño generaría.
En este sentido, el miedo, el pánico, a Colombia, a Estados Unidos es real, y con ellos, a Julio Borges, el dirigente político venezolano, Secretario General de un partido democrático, “Primero Justicia”, de quien piensan es una pieza clave en el desencadenamiento y desenlace de futuros acontecimientos que podrían dar al traste con la utopía castrochavista.
Pero que, ante sucesos que no espera promover, ni cree puedan llegar a sucederse, puede mantenerse al margen o plegarse a desempeñar un papel importante en una fatalidad que como político, venezolano y democrático terminará aceptando como la única salida a la tragedia venezolana.
De todas maneras, no sería el primer venezolano en ponerse al frente de un ejército colombiano para invadir al país, pues el 26 de julio de 1901, el doctor y general, Carlos Rangel Garbiras, se alió al presidente Mayorquín de Colombia y al frente de 4000 soldados neogranadinos, invadió por el Táchira, para ser derrotado por tropas de Cipriano Castro en una frustrada toma de San Cristóbal que dejó un saldo de 800 soldados muertos de la parte colombiana y 300 de la venezolana.
Una carnicería que no impidió que ya en agosto Castro pasará a la revancha enviando al general y caudillo colombiano, Rafael Uribe Uribe, a invadir a Colombia por la Guajira con un ejército de venezolanos, pero para conocer en territorio colombiano una derrota aún más catastrófica que la sufrida por Rangel Garbiras en San Cristóbal.
Por cierto que, hurgando papeles me he encontrado que este Rangel Garbiras es el bisabuelo de José Vicente Rangel, el exministro y experiodista que azuza desde un programa de televisión en Caracas la guerra del siglo XXI entre Colombia y Venezuela.
Y de Rafael Uribe Uribe, no he logrado averiguar si es familia de Álvaro Uribe Vélez, pero sí que nació en Antioquia, en la hacienda La Palma, de un pueblo, Valparaíso.
En otras palabras que, asombros en la historia de dos países que nacieron juntos y no se separan aunque ideologías, caudillos y narcotraficantes se empeñen en enemistarlos.