Alguna vez –creo que hasta mediados del siglo pasado- nuestro país mantuvo oficialmente el nombre de Estados Unidos de Venezuela. No por modismo ni imposición de un ególatra narcisista político.
Fueron nuestros Padres fundadores de la república, quienes establecieron en un documento llamado Constitución de 1811, los principios y valores de una tradición que quedó reflejada en un articulado y bien diseñado basamento de arquitectura jurídica como modelo de civilidad de nuestra sociedad venezolana.
Curiosamente esa primera constitución nunca ha sido derogada. En ella se recoge lo mejor que en su momento existía de dos procesos revolucionarios que dieron origen a estados liberales: la revolución francesa y la revolución norteamericana.
En su articulado se observa una intensa presencia del pensamiento filosófico universal que da orientación al desarrollo de un modelo de república y de Estado, conformado a partir de la descentralización de los poderes y reconociendo el poder-base de la administración del Estado venezolano en la tradición de la municipalización.
La esencia de lo que hemos sido ha estado soportado por ese discurso filosófico de nuestros padres fundadores en esa Partida de nacimiento que, por fortuna, sigue vigente. Tanto mejor ahora que estamos urgidos de una orientación política para sacar nuestro país de esta esquizofrenia llamada chavizmo-socialismo del siglo XXI.
Porque de todas las revisiones que se han dado a nuestra Carta Magna, creo que la más dañina ha sido esta alteración discursiva (las/los) que trajo como resultado, la constitución de 1999. Esta última arbitrariedad jurídica distorsiona sobremanera la base espiritual, filosófica y política al punto de centralizar el poder del Estado y restar autonomía al resto de las entidades federales.
Por tanto dejaron de tener sentido práctico, la autonomía político-administrativa de los estados, la función de los Consejos Legislativos, además de la obediencia a las autonomías de las constituciones federales.
Alguna vez escuché a uno de los defensores del centralismo, Ramón Escovar Salom, indicar desde la Legación diplomática en París, que promover la descentralización del Estado era peligroso porque se corría el riesgo de fragmentar el poder del Estado en varias regiones y que el venezolano no estaba preparado para una sociedad tan avanzada.
Triste y curioso razonamiento éste, toda vez que siendo Fiscal general de la nación, debió iniciar el juicio contra el presidente Carlos Andrés Pérez, defensor de la descentralización.
Uno de los tantos equívocos de la constitución de 1999 está referido a las exageradas atribuciones que tiene el presidente de la república, indicadas en el artículo 236. Son poco más de 20, entre ellas: es jefe de la hacienda pública, comandante en jefe de la fuerza armada nacional, está facultado para dirigir las relaciones internacionales. Con el agravante, que una vez acceda a alguna ley habilitante, puede hasta ordenarle a los ciudadanos, por ley, cualquier disparate, hasta que lo adulen.
Esas alteraciones a nuestra Constitución-base-espiritual, de 1811, nos han llevado a estos tenebrosos territorios laxos de legalidad, que han hundido al Estado y la nación en un fango rojo de arenas movedizas sin rumbo fijo. La férrea centralización del Estado en manos del Crimen Organizado está llevando a la sociedad al extremo, de, muy probablemente, aprobar una nueva constitución donde definitivamente el Estado sea declarado, constitucionalmente, como república socialista de Venezuela. Esto último en nada sería una locura, visto los acontecimientos en su desarrollo.
Tenemos todavía basamento de legitimidad y legalidad toda vez que podemos ser capaces de volver a nuestra Carta de origen, aún en plena vigencia y nunca derogada. En ella se encuentra la articulación de un Estado moderno, descentralizado, federal y liberal, donde la propiedad privada es pieza fundamental para la prosperidad individual y colectiva.
Si enfrentamos a esta Organización Criminal que es poder en Miraflores, la Constitución Federal de 1811 nos sirve de soporte, tanto más que es urgente para nuestra sobrevivencia como sociedad. En ese documento nos podemos y debemos identificar todos porque es la visión espiritual de nuestra venezolanía, nuestra esencia como pueblo y nación.
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