Miles de venezolanos huidos a Brasil abarrotan los albergues de la ciudad de Boa Vista, publica El Mundo.
Por OAN ROYO GUAL Boa Vista (Brasil)
Salir de Pacaraima, a pocos metros de Venezuela, es el gran sueño de muchos inmigrantes una vez que han conseguido poner un pie en Brasil. Este pueblo, abarrotado de venezolanos, es sólo la primera etapa de un largo viaje. La siguiente es Boa Vista, la capital del estado de Roraima. Leónida y sus tres hijos, Lus, Virginia y Valentina, de entre cinco y siete años, durmieron en un descampado dos días antes de poder comprar el pasaje de taxi.
“Trajimos un teclado de ordenador viejo para venderlo, y con lo que nos dieron compramos el pasaje a mi madre, que tomó la delantera. Queremos salir de aquí porque la frontera está peligrosa. Esta noche intenté quedarme despierta vigilando, pero a las tres de la madrugada me dormí y luego vi que nos abrieron la bolsa y le robaron la ropa a mi hijo Luis”, cuenta la madre. Mientras tanto Luis, ajeno a todo, intenta ofrecerle un zumo a un bebé de pocos meses que acaba de despertar entre unos cartones.
Son más de 200 kilómetros hasta Boa Vista. Muchos no pueden permitirse los 50 reales (10 euros) que vale el taxi y andan durante días o esperan en Pacaraima haciendo pequeños trabajos hasta que reúnen el dinero. EL MUNDO acompaña a Leónida y a sus hijos en el viaje en coche, que tiene una primera parada al poco de dejar atrás la frontera. La policía registra una por una todas las maletas y revisa que todo el mundo entre documentado: o permiso de residencia o la petición de refugio que otorga ACNUR.
Después del visto bueno y de tres horas de coche escuchando sertanejo (una especie de country brasileño) y reggaeton, llegamos a Boa Vista. Esta ciudad, la capital más pequeña del país, no tiene precisamente el aspecto de la ‘tierra prometida’. Es una ciudad humilde de casas bajas donde apenas viven 200.000 habitantes. Según el gobierno local, en los picos de máxima afluencia, llegaron a vivir 40.000 venezolanos, la mayoría acampados en las calles. Muchos lograron irse a otras ciudades y ahora la situación está más ordenada, en buena parte gracias a los nuevos albergues construidos. En Boa Vista hay nueve, y acogen a 4.600 inmigrantes. Avisan de su presencia las chabolas de plástico y cartón que surgen a su alrededor, incipientes favelas. En ellas viven los venezolanos que esperan a que dentro se libere alguna plaza. La mayoría lleva meses esperando.
En el albergue Jardim Floresta supuestamente está la madre de Leónida, pero nadie la encuentra. El recinto está lleno y sin que ella les acompañe el resto de la familia no podrá entrar. Si no aparece antes de la noche tendrán que volver a dormir al raso. Las comunicaciones no son fáciles, casi nadie tiene teléfono móvil.
En este albergue la situación es especialmente crítica, según explica a EL MUNDO Frangeli, una veterana: “Estamos bien, mejor que en Venezuela, pero tenemos que salir a buscar trabajo para poder comprar comida, porque la que nos dan aquí a veces viene podrida (…) lo único fresco que nos dan es la manzana, que es lo que le doy a mi hijo”, comenta esta madre, que lamenta que no haya comida para bebés. Llevan comiendo lo mismo desde hace cuatro meses: arroz con salchichas y puré, para almorzar y para cenar. En las carpas, sin ventilación y con colchonetas en el suelo, hay unos 50 recién nacidos. Aun así, todos están tremendamente agradecidos por la ayuda que reciben.
Frangeli y su familia salieron a toda prisa de Venezuela: “El niño tuvo un accidente en el pie y como no había antibióticos se le estaba empezando a gangrenar”. Ahora pasa el día en el albergue cuidando de él y de su madre, que está en silla de ruedas, mientras Roberto, su marido, sale a buscar a trabajo. Es carpintero y se ofrece a hacer pequeños apaños caseros, llamando puerta a puerta. “Cada día me alejo dos horas andando para pedir trabajo en otro barrio. Aquí en esta zona no puedo porque hay tantos venezolanos que ya nos tienen fobia”.
Fuentes del Ejército brasileño, que se encarga de la logística de los albergues en la llamada ‘Operación Acogida’, explicaron a El MUNDO que los recintos están llenos, pero no por encima de su capacidad, y que se trabaja para mejorar las instalaciones. Ponen como ejemplo el nuevo campo de refugiados inaugurado a finales de julio, un terreno espacioso con 120 cabañas que acoge a 700 personas, sobre todo familias. “Aquí estamos mucho mejor que en la calle, pero yo lo que quiero es irme a otra ciudad, aquí hay demasiados venezolanos”, comenta Luis Ángel Vega, técnico de informática.
Para aliviar la situación que vive la región fronteriza, Brasil ofrece aviones del ejército para trasladar a los venezolanos más vulnerables a otras ciudades. Desde entonces se ha distribuido apenas a 690. El programa no acaba de despegar porque depende de las ciudades, que deben ofrecerse voluntarias y tener plazas disponibles en sus albergues, y de requisitos más estrictos para los venezolanos. Sólo pueden embarcar los que ya tienen permiso de trabajo. El Gobierno alega que lo que no quiere es empezar a repartir venezolanos por Brasil abandonándolos a su suerte.