Gustavo Coronel: “Hubiera preferido otra muerte”

Gustavo Coronel: “Hubiera preferido otra muerte”

Gustavo Coronel

no tengo inconveniente en confesar que hubiera preferido otra muerte”.

Carlos Andrés Pérez, en su discurso final ante el país

 





Con el correr del tiempo esta frase de Carlos Andrés Pérez, al aceptar con estoicismo un castigo que muchos venezolanos han llegado a sentir inmerecido, crece en simbolismo, resuena como una frase extraída de una tragedia de Eurípides o de William Shakespeare. Pérez se sometió al juicio de los venezolanos, aceptó su veredicto, pero dejó sentado que su carrera política, su comportamiento público, con sus errores y sus aciertos, merecía otro final. Ciertamente no el de su salida bajo la presión de quienes no pudieron derrocarlo por la vía del golpe militar de 1992, esos aliados de circunstancia donde figuraban algunos íconos de nuestra política que actuaron sin nobleza.

En aquel momento, testigo lejano de aquél evento inusual, confieso haberlo visto como un acto de suprema democracia, solo comparable a los Estados Unidos en vigor institucional. El mismo Pérez contribuyó a hacer lucir bien a sus acusadores, al negarse a rechazar su enjuiciamiento y acatar el proceso. No tardé mucho en convencerme de que aquella acción había sido un trágico error. Pérez así lo advirtió serenamente, con claridad de oráculo en su discurso final: “Quiera Dios que quienes han creado este conflicto absurdo no tengan motivos para arrepentirse¨. Hoy en día, ciertamente, el país tiene amplios motivos para arrepentirse de haber abierto aquella puerta, por la cual se colaron las hidras, las quimeras y los cerberos de la gran revolución de la ignorancia que tomó el poder en el siglo XXI.   

La frase de Pérez puede aplicarse hoy, con igual o hasta más intensa carga trágica, a lo que ha sucedido a Venezuela. No hablo de lo que le puede suceder a Venezuela porque la tragedia está ya esencialmente consumada. Venezuela está hoy en ruinas en lo material y, peor aún, en lo espiritual. La Venezuela que vemos, de la cual somos parte avergonzada, es una nación en desintegración, con una población que es testigo esencialmente pasivo de su propia destrucción. Hoy nuestro pueblo llora, se duele, se lamenta. Los mejores están indefensos ante el gorilaje lópezpadrínico mientras otros esperan que alguien venido de otro planeta venga a rescatarlo. Veo una foto en la cual un venezolano se aferra, lloroso, al brazo de Almagro, el secretario General de la OEA, pidiéndole la acción salvadora que Almagro, con toda y su buena intención, no puede darnos, especialmente porque el tinglado político latinoamericano se limita a pronunciar discursos tan llenos de pomposidad como carentes de sustancia. Los grandes países del Norte desean ayudar pero alegan, como justificación de su cautela, que les aterra tanto la ineficacia y ambigüedad de la oposición como la crueldad del narco-régimen. Cada día que pasa se acentúa más la degradación de nuestro pueblo, la indefensión de los valientes y la sumisión de los cobardes.

Cuando uno observa que el poder está en manos de una coalición de narcotraficantes, ladrones, asesinos, pandilleros y contrabandistas civiles y militares, algo que está ya ampliamente documentado. Cuando uno ve esta coalición de chavistas, maduristas, oportunistas y adulantes  caracterizada, a nivel presidencial, por el analfabetismo funcional. Cuando uno ve que cien de los altos miembros del régimen están indiciados internacionalmente por lavado de dólares y/o narcotráfico, que el presidente del Tribunal Supremo de Justicia es un asesino y que el redactor de una nueva constitución, mamotreto cursi, es un adulante que ha cambiado tres veces de lealtad política. Cuando uno ve que el presidente de PDVSA es un militar ignorante que emplea sus familiares en la empresa y da contratos por centenares de millones de dólares a empresas fantasmas. Cuando uno ve que las viudas del chavismo luchan contra el madurismo para capturar el poder, utilizando para ello dinero lavado.

Cuando uno observa todo esto y, al mismo tiempo, constata el silencio, la resignación y los llamados que hacen ciertos líderes opositores a registrarse con el llamado carnet de la Patria para optar a la gasolina gratis y a la caja de comida subsidiada, entonces uno piensa: La gente digna y honesta de nuestro país hubiera preferido otra muerte.

Sí, creo que hubiésemos preferido otra muerte como pueblo, no el exilio, la cárcel, la carencia de dinero efectivo, de comida y medicinas o la humillación diaria a manos de los entregados al castrismo cubano.  

Someterse a déspotas iletrados, vulgares, ignorantes, morir esclavizados por esa pandilla salvaje y rapaz, es morir muchas veces. Mucho se ha hablado de preservar la paz, mientras miles de venezolanos morían violentamente por culpa del narco-régimen. Millones de venezolano han sido aventados de sus hogares para escapar hacia otros países de la crueldad del régimen, compatriotas quienes han sido definidos por Nicolás Maduro y su pandilla como “lavadores de pocetas”.

Las palabras de Carlos Andrés Pérez resuenan hoy con renovado vigor.  

Por ello apoyo las iniciativas de rebelión ciudadana interna, o  económicas y políticas externas, incluyendo una intervención militar multilateral, las cuales lleven a la expulsión acelerada del poder de la pandilla chavista-madurista.