Meterlo ahí resultó fácil. Un caudillo iluminado, hinchado y moribundo lo señaló, dijo: ¡Ése es el pelele mejor! Y zas, adentro. A rumiar sus torpezas entre torpes, sus infinitas incompetencias entre incompetentes, sus vilezas entre viles, no siempre, casi nunca ci-viles, en son decimonónico enfermizo. Pareció establecer, como plan único de su encomienda de delfín, una duración mínima para la destrucción de todo a su paso, a su mirada. Una acción sostenida, diaria, increíble. Una propuesta inviable, que sólo un choferito torpe podría lograr: hundirlo, hundir en el estercolero más hondo a un país petrolero con futuro promisor para propios y extraños. Destrozarlo todo. Tanto que Atila luce ínfimo, bebé, prospecto minúsculo, pueril, de ser.
Según el diccionario, el voquible bicho no rezuma lo que en Venezuela solemos significar, aunque conserva algo de animal y de profundamente despreciable, “persona aviesa y de malas intenciones”. Nuestro bicho a veces no tiene tanto de animal como querrían, ni se reviste de tan malas intenciones, como tal vez sería deseable. Encarna otros aspectos y deseos. La pregunta escuece: Si fue tan fácil meterlo: ¿Por qué cuesta tanto, tanto, sacarlo? ¿Cómo acaba esto, esto? O ¿Esto cómo acaba? ¿Cómo sacar este bicho?
Según una administradora de datos, en su sondeo reciente, más del 80% propugna una sacada violenta o no, sacada, como sea. Es la opinión mayoritaria de nuestro conglomerado, gentes intuitivas que nunca apreciaron al bicho con buenos ojos, sin bizco-sidad viscosa. Otros, al parecer los más, en aquel momento, pensaron en el enviado de ultratumba, en el deseo último de su líder supremo: meterlo como sea, al final, hasta el final. Y se dejaron. Poseídos fueron. Defendieron el último deseo de su Príapo. Sin consolidar aún el último deseo del Príapo más antiguo y recordado como fundador, aunque ni fundador fuera: “Si se unen los partidos… la unión…” y otras tantas babosadas, estorbosas hoy a la “conciencia nacional” discorde en todo.
La fórmula para sacarlo escasea en las mentes más avezadas de aquí y de afuera. No hilvanan la idea del deseo supremo, que en deseo queda, como quien se enamora de una celestial estrella cinematográfica, cercana lejanía inaprensible. Orgasmo de onanistas. Ya viene, ahí viene, ya… el fin se acerca y dale a la rueca: invasión de extraterrestres, drones esperpénticos, conmilitones allanadores de palacios, petejotas clandestinos o de celuloide. O no: otras y otras elecciones fantasmagóricas, diálogos y más habladeras papales con Rodríguez, con zapateros y todo; venenos palaciegos en dulces encantadores, bombardeos miraflóricos, como si de mirar flores se tratara. Y el bicho ahí, adentro. Hondo. Orondo. Parado. Enhiesto. Vertical. Anchote. Más anchote cada hora. Mientras trescientos cincuenta partidos con sus trescientos cincuenta y un líderes desandan caminos de la alteridad mostrando túneles, cuevas, oquedades varias por dónde meterse, sin saber sacarlo.
Más del 80% desprecia verlo siquiera, por destructor de dignidades, vitalidades, materialidades. Un 80% que opina, sin redil donde encausar su desprecio, su angustia, su malestar y el de los suyos, su moriencia; que sólo ve en otra geografía dónde aposentar los resquicios de su existencia alcanzada y sin alcance.
¿Cómo sacar el bicho? No se precisa un taller para eso, ni una maestría, ni un doctorado. Vaya a consulta, reciba su récipe del profesional sorprendido: ¿Ha sabido meterlo y no sabe sacarlo? Está en el librito, en el librito de la vida. Tranquilo. Se calmará. Saldrá solo. El cansancio. El desahucio. La flacidez. No haga nada, Espere. Después de todo o antes: saldrá. Espere: el tiempo infinito de Dios es perfecto. Tenga fe. Espere. Paciencia de Job y los demás. Espere, No se canse. Nada haga. Espere. Saldrá.
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