Quizá una de nuestras mayores preocupaciones sea la del olvido, luego condenados a repetir la amarga experiencia. Por ello, en un sentido, es necesario documentar a diario la realidad, pues, al sobrepasarnos, indigestándonos psicológicamente, puede perderse o falsearse en los años venideros.
Ha sido tan grande y repetitiva la sucesión de acontecimientos de los últimos años, añadida la contaminación publicitaria y propagandística de la dictadura, que tendemos al desconcierto o la confusión de lo propiamente vivido. Salir de ella, significará ordenar y pacificar la vida pública y personal, plenamente conscientes de todo el camino penosamente andado. No obstante, hay otro sentido en el que es necesario poner los acentos.
Creemos firmemente en el perdón, más no lo entendemos sin la realización de la justicia. Convengamos, el olvido jamás será un buen recurso terapéutico, cuando todo esto pase.
Hay funcionarios de esta dictadura que huyen del país, en solicitud de asilo político, después de ocasionar el mal de inocentes venezolanos, cuyo único crimen fue y es el de denunciar la verdad. Cierto, intentamos comprenderlos, y posiblemente versamos sobre modestos funcionarios que, al aprovechar una oportunidad laboral, fueron reducidos a la condición de rehenes de los grandes capitostes que les exigieron mayores pruebas de lealtad; pero no menos cierto es, la inmoralidad de alegar una persecución política, cuando ellos fueron tan destacados perseguidores.
El problema no es el del perdón que se lo concedemos, desde la perspectiva cristiana que nos inspira, sino el de la impunidad, aunque ellos temen más a una actual cacería de brujas, al castigo de los desertores, a la facturación de quienes fueron sus beneficiarios, que a una nueva situación del país. La transición democrática se explicará también por una limpia y plena realización de la justicia, en la que podrán confiar.