Con frecuencia leemos o escuchamos la frase: “después de la noche más oscura viene el amanecer”, a menudo la escriben o pronuncian con la intención de estimular optimismo y esperanza ante la dura realidad que confrontamos los venezolanos.
La faz más oscura del gobierno se ha mostrado con la muerte de Fernando Albán. Las contradicciones de sus voceros al dar diversas versiones, al contrario de lo que perseguían, ha fortalecido la convicción del asesinato, no sólo para el mundo opositor, también para sectores anteriormente situados bajo la égida del oficialismo.
El intento de disminuir el impacto producido en la conciencia nacional y en la comunidad democrática internacional, con el destierro inconstitucional de Lorent Saleh, y las razones expresadas textualmente en el comunicado oficial: ” fue sometido a numerosas evaluaciones psicológicas, manifestando conductas violentas, destructivas y suicidas que ponían en peligro su integridad personal”, demuestran sin velo alguno la verdadera intención y la naturaleza de este régimen.
La existencia de centenares de presos políticos en las condiciones denunciadas, violando sus derechos con tratos crueles e inhumanos, es una característica típica de los regímenes autoritarios, unido al irrespeto permanente a la Constitución y las leyes y la asunción cada vez más de rasgos definitivamente dictatoriales, convierte la lucha por la democracia y el cambio político en una tarea de primer orden, como la alternativa para salir de la grave crisis económica, social y política que confrontamos.
El resurgir de la esperanza, el transito de la oscuridad en que vivimos a la conquista de un nuevo espacio de libertad y progreso, no se producirá como un fenómeno natural, como el “paso de la noche al día”, requiere la combinación lo más unitaria posible de todas las voluntades que luchan por el cambio, para recuperar la iniciativa política, potenciar la denuncia, las vocerías, opiniones y las propuestas alternativas.
Siendo cierto que en la materia de derechos humanos es la zona más lúgubre de la acción gubernamental, toda ella está signada por la opacidad, no es posible identificar un área donde su actuación sea transparente, se desconoce el derecho a la información, la libertad de expresión se amenaza y vulnera constantemente, no existe rendición de cuentas, todas ellas condiciones intrínsecas de las democracias modernas.
El silencio, la inercia, la división y la diatriba menuda son serios obstáculos para canalizar el inmenso descontento existente y no favorecen la lucha por el cambio, se hace imprescindible superarlos para poder avanzar. La actual coyuntura ha creado condiciones para progresar en esa dirección.
Recomponer una instancia de dirección política, que junto a la Asamblea Nacional y el Frente Amplio pueda asumir la conducción del proceso, agrupando todas las energías renovadoras posibles, constituye un requisito inaplazable para poder responder a las necesidades del presente y vislumbrar un futuro distinto.
El diseño de una hoja de ruta para alcanzar los objetivos previstos es una labor impostergable, otros debates, por importantes e interesantes que pudieran ser, están subordinados a ese propósito vital. Insistimos no existe organización o dirigente que por sí solo pueda cumplir con las exigencias de asumir el rol de protagonizar la lucha por el cambio.
Las horas sombrías del presente y la presencia de oscuros nubarrones pueden ser des pejados para abrir paso a un futuro promisor, es la mejor herencia que los venezolanos de este tiempo podremos dejar a las generaciones futuras; por lo que nuestra lucha de hoy no es episódica, sino que trasciende a la actualidad. De allí la necesidad imperiosa en colocarla como centro de la acción, situando en lugares subalternos los debates insustanciales e improductivos. Nuestro compromiso es luchar porque más nunca un compatriota pase años sin poder mirar el amanecer.