En fotos: La desesperada huida a pie de miles de venezolanos que escapan del gobierno de Nicolás Maduro

En fotos: La desesperada huida a pie de miles de venezolanos que escapan del gobierno de Nicolás Maduro

Venezolanos cruzando ilegalmente la frontera con Colombia en Villa del Rosario (AP Photo/Ariana Cubillos)

Casi dos millones de venezolanos han huido de su país desde el 2015, en medio de una devastadora crisis que ha provocado una de las migraciones masivas más numerosas en la historia reciente. Los más pobres no pueden siquiera pagar por un boleto de autobús o avión, por lo cual emprenden la peligrosa travesía a pie.

Cada día, más de 650 venezolanos empiezan a caminar. Cruzan ilegalmente a Colombia, con frecuencia cayendo víctima de bandas de delincuentes. Van por precarios caminos, con sus pertenencias al hombre, envueltos en sábanas y cobijas ante el frío implacable del páramo colombiano.

Durante nueve días, un equipo de periodistas de la AP acompañó a una madre y su hija en su intento de cruzar tres fronteras en una travesía de 3,460 kilómetros.

Este es el relato de la gente, los lugares y los peligros vistos en esa odisea.

 

Mantener la carga de los teléfonos es una prioridad para los migrantes, que por momentos deben pasar largos períodos de tiempo sin posibilidad de contacar familaires (AP Photo/Ariana Cubillos)

 

Un cruce peligroso

La mayoría de los venezolanos compran un boleto de autobús rumbo a la frontera con Colombia pero no pueden pasar por el puesto de inmigración debido a que no tienen documentos oficiales, como por ejemplo un pasaporte.

En vez de ello cruzan por sinuosos senderos de tierra, dominados por bandas de delincuentes en uniformes tipo militar verdes. Estos grupos suelen robar a migrantes que no pueden pagar el equivalente de 10 dólares en pesos colombianos o bolívares venezolanos, una suma que es la mitad del sueldo mínimo mensual para los venezolanos.

Unos ladrones les robaron los teléfonos celulares a Aurelix Lira, de 20 años, y a su novio, porque no podían pagar dinero en efectivo cerca de Villa del Rosario.

“¡Tienes que resolver esto!”, dijo el asaltante que les registró sus pertenencias.

Sandra Caduz y sy hija de 10 años Angelis espera para cruzar para cruzar desde Colombia a Ecuador (AP Photo/Ariana Cubillos)

 

Las autoridades han tenido dificultades para lograr el control de la tierra de nadie que separa a los dos países. Entretanto, muchos venezolanos desesperados allí están siendo reclutados a la fuerza para participar en actividades ilegales como el tráfico de drogas.

“Están totalmente indefensos”, dijo Jeremy McDermott, director ejecutivo de InSight Crime, un grupo dedicado al estudio del crimen organizado en Latinoamérica. “Ello los hace sumamente vulnerables a la explotación y al reclutamiento por parte del crimen organizado”, agregó.

El muro de los lamentos

El pequeño quiosco donde Martha Elena Alarcón vende refrescos, patatas fritas y jugo de caña de azúcar en Los Patios es uno de los lugares donde muchos de los migrantes que van a pie se paran por un instante a descansar.

Los migrantes se envuelven en sábanas para combatir el frío en Bucaramanga (AP Photo/Ariana Cubillos)

 

Cuando los migrantes se paraban en su casa hace un año, Alarcón, de 54 años, les daba agua y pan. A medida que el volumen de migrantes aumentaba, ella les pedía dejar un mensaje por escrito.

Es así como las paredes del quiosco de zinc están ahora cubiertas de cientos de mensajes, algunos escritos en billetes de bolívares, hoy en día prácticamente sin valor.

En uno de los mensajes, un grupo de migrantes escribió: “Hoy nos trasladamos caminando hacia un mejor vivir gracias al presidente que tenemos ya que parece ciego o es un bruto que está haciendo emigrar a todos los habitantes de Venezuela”.

Una mujer embarazada que hacía la travesía con su hija Sofía de 3 años escribió que el viaje había sido difícil y pidió: “Cuídanos, Dios”.

La lista de nombres en cada uno de los trozos de papel es uno de los pocos documentos que enumeran quién se está yendo, y hacia dónde. Alarcón relata cómo una mujer vio el nombre de una prima de la que no había escuchado noticias.

“¡Mira mi prima! ¡Ya va bien!” dijo entonces la mujer, suspirando con alivio.

La nevera

El camino que lleva a la ciudad de Bucaramanga atraviesa un gélido páramo conocido como “La nevera” que siembra el miedo entre los migrantes desacostumbrados a temperaturas tan frías.

Marta Duque recibe a hasta 300 migrantes cada día en su vivienda en Pamplona, donde les da alimentos y ropa y les ruega que no duerman a la intemperie.

“Están arriesgando la vida de ellos y de los niños”, dijo Duque, de 55 años.

 

Sandra Cadiz y su hija celebran la llegada a Lima tras un largo camino (AP Photo/Ariana Cubillos)

 

Carlos Valdés, director de la oficina forense de Colombia, dijo que cree que muchos migrantes se mueren del frío, pero no tenía cifras al respecto. Un migrante le dijo a la AP que había visto a una familia enterrando a alguien al costado del camino, y otros han relatado ver cruces o piedras con nombres y fechas de defunción.

Jonathan Suárez, de 23 años, estaba sentado en la vía, sus ojos llenos de lágrimas, tratando de conseguir un aventón. El día anterior había caminado 25 horas y había dormido a un lado del sendero. Lo que lo inspiraba a continuar el trayecto era el recuerdo de sus dos hijitas, una de 3 años y otra de 8 meses.

“Hay que seguir para ellas”, dijo Suárez.

Parque del agua

Los parques públicos de Colombia se han convertido en improvisados refugios para migrantes venezolanos que no tienen a dónde ir.

 

Orlando, de 44 años, acaba de recibir asistencia médica en sus lastimados pies (AP Photo/Ariana Cubillos)

 

En un día promedio, unos 400 venezolanos llegan al Parque del Agua en Bucaramanga, muchos de ellos exhaustos luego de prolongadas marchas. A veces vienen curas y les reparten Biblias, o grupos humanitarios les entregan alimentos. Los venezolanos a veces ni se conocen, son completamente extraños, y sin embargo duermen uno al lado de otro encima de cajas de cartón aplastadas.

En algunas partes del país las autoridades colombianas han evacuado a los migrantes de los parques públicos. Pero muchos de los venezolanos dicen que no tienen el dinero para conseguir siquiera el alojamiento más humilde.

Geraldine Aguilera, una ex estudiante de arquitectura de 22 años, llegó al parque tras caminar y conseguir aventones junto con su hermana.

 

Mucho venezolanos intentan recibir aventones, pero pocos colombianos paran por los rumores de migrantes violentos (AP Photo/Ariana Cubillos)

 

“No es fácil dormir al lado de una persona que tú no conoces. No sabes si te va a hacer daño. Pero la necesidad te hace aguantar todas estas cosas”, dijo Aguilera.

Gasolineras: un oasis

Los migrantes soportan drásticos cambios de temperaturas en su travesía: En un momento pasan por montañas gélidas, al siguiente están caminando por sofocantes valles.

Al caminar por rústicos senderos, de tanto en tanto pasan camiones de transporte, a poca distancia de los venezolanos que se abren paso la banquina.

Gran parte del viaje por Colombia pasa por zonas rurales donde las estaciones gasolineras se han convertido en especies de oasis para los fatigados, acalorados migrantes.

Manuel Velásquez, asistente en una de las estaciones, ha sido testigo del masivo éxodo de venezolanos, llenando de gasolina a los camiones en la comunidad rural de Peroles. Los extranjeros que ve llegar están con los pies llenos de ampollas, las rodillas hinchadas, el cuerpo exhausto por la sed y el hambre. Recuerda particularmente a una mujer que estaba siendo llevada en silla de ruedas a Ecuador para tratamiento porque sufría de cáncer.

 

El equipaje que Sandra Cadiz y su hija llevaron en la travesía hacia el Perú (AP Photo/Ariana Cubillos)

 

“Quedo aterrado por lo que está ocurriendo”, dijo Velásquez.

La suerte de conseguir transporte

Si tienen suerte, los migrantes consiguen que alguien les dé el aventón, o recaudan suficiente dinero para comprar un boleto de autobús.

Una de las primeras fases del viaje para Sandra Cadiz y su hija fue en la parte trasera de un camión estilo caravana, donde se aferraban a los bordes de madera cada vez que el camión frenaba o viraba bruscamente.

Otro día, largo y caluroso, un venezolano las llevó en la parte trasera de su motocicleta. Cuando iban por el centro de Colombia, conductores generosos que veían a la mujer y su hija al hombro del camino le daban dinero, hasta que consiguieron lo suficiente para comprar un boleto de autobús.

Pero la gran mayoría de los vehículos pasan de largo. Muchos conductores han escuchado relatos de migrantes venezolanos que cometen delitos. Hay camioneros que dicen que serían despedidos si sus jefes se enteran que estuvieron transportando a migrantes, señalando que su trayectoria es monitoreada mediante GPS. Otros temen ser multados por la policía.

 

Migrantes hacen fila para recibir pan y café donado por una familia colombiana (AP Photo/Ariana Cubillos)

 

El lujo de un teléfono celular

Un teléfono celular es un lujo para muchos de los migrantes, por los que muchos le pedían a los reporteros de la AP que les dejen usar sus teléfonos a fin de llamar o enviar mensajes a sus familiares.

Una mujer lloraba al usar el teléfono de un reportero de la AP para llamar a su madre y a su hijito en Caracas, tras estar dos días caminando.

“Los amo mucho de verdad. Todo esto es para ustedes, mami”, dijo la mujer en medio de lágrimas.

Otro joven llegó a Cali en autobús y relató que sólo pudo comprar los boletos porque vendió su teléfono celular. Usó el teléfono de un reportero de la AP para contactar a la única persona que conocía en esa ciudad: la hermana de un amigo suyo.

 

Gracias a donaciones espontáneas, Sandra Cadiz y su hija pudieron hacer parte del trayecto en autobús (AP Photo/Ariana Cubillos)

 

“Es Jesús”, escribió el joven.

“¿Qué Jesús?”, respondió la mujer.

Eventualmente lo reconoció y le dio su dirección. Luego el joven se comunicó con su amigo, a quien le confesó que tenía el estómago revuelto.

“Tengo como dos días sin comer”, le dijo.

Con la esperanza de cruzar la frontera

El autobús que iba de Cali a Ipiales estaba lleno de familias venezolanas con niños pequeños, con la esperanza de entrar a Ecuador a través del puente internacional Rumichaca.

Al llegar hacían largas filas, durante horas, en medio del frío. Algunos se ponían medias como guantes, otros usaban toallas como cobijas.

Muchas mujeres con niños fueron rechazadas, porque carecían de la autorización del padre del menor.

Al otro lado de la frontera había carpas de la Cruz Roja para dar asistencia. Mujeres y niños fueron escoltados a autobuses del gobierno ecuatoriano, que les llevarían hasta la frontera con Perú. Para muchos de los hombres, la espera sería más larga.

Una larga espera

En el atestado puesto fronterizo con Perú, muchos migrantes que llevaban semanas andando a pie se quejaban de que estaban esperando varios días y las autoridades aún no procesaban sus solicitudes y ni siquiera les daban agua o comida.

 

Venezolanos esperan para ser atendidos por oficiales peruanos de migración en la frontera (AP Photo/Ariana Cubillos)

Jean Paul Flores le relataba sus frustraciones a la AP, rodeado por otros migrantes que aplaudían y gritaban de acuerdo. Flores, de 21 años, trabajaba en un centro internacional de llamadas en Venezuela y dejó atrás a su esposa que estaba en el quinto mes de embarazo. Si se quedaba en Venezuela, no iba a poder comprarle los pañales al bebé.

Venezolanos esperan para ser atendidos por oficiales peruanos de migración en la frontera (AP Photo/Ariana Cubillos)

 

“Quedarme, acompañarla a sus nueve meses de embarazo significara sacrificar la niñez de mi hijo. No vale la pena”, dijo Flores.

Le rogó a las autoridades peruanas que le dejen pasar sin demora.

“Solamente queremos llegar a nuestro objetivo: poder salvar a nuestras familias de lo que está pasando allá”, expresó.

La posibilidad de un nuevo hogar

La capital de Perú, a unos 4.460 kilómetros de donde muchos de los migrantes partieron, es el destino final para gran parte de ellos.

 

En las oficinas de migraciones se permite a los migrantes cargar gratis sus teléfonos (AP Photo/Ariana Cubillos)

 

Más de 400.000 venezolanos hoy en día viven en esa nación andina, la mayoría llegados en el año pasado. Muchos se sienten atraídos por la pujante economía peruana, que debería crecer 4% este año, más que otros países de la región.

Si bien algunos migrantes esperan poder algún día regresar a Venezuela, la mayoría de los entrevistados por la AP admitieron que lo más probable es que la mudanza sería permanente. Su esperanza era poder conseguir suficiente dinero para poder traer al resto de su familia.

Cadiz y su hija inicialmente se quedaron con el hijo mayor y su familia, pero el casero no quería tener a tanta gente viviendo en un apartamento tan pequeño. Desde entonces se han alojado en dos albergues distintos.

“Lo difícil es la casa, tener un hogar. Yo la tengo en Venezuela pero aquí no”, expresó Cadiz.

(Por Christine Armario – Asocciated Press)

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