Embriagado de poder, al zar Nicolás II no le importaba las penurias del pueblo ruso y fue incapaz de advertir las consecuencias de su indolencia, mucho menos de suponer que la represión salvaje y cobarde contra una revuelta liderada por mujeres, a la postre daría al traste con su “infinito” poder y sería el hito que desembocaría en la toma del Palacio de Invierno en 1917: el inicio de la revolución bolchevique y de otra tragedia más para la humanidad. La prepotencia y desestimar la realidad social es también un rasgo del autoritarismo criollo. Solo en septiembre, el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social documentó 983 protestas, 33 diarias en promedio, sin contar las centenares manifestaciones y saqueos que pasan inadvertidos en un país donde los medios de comunicación han sido secuestrados y la libertad de expresión es víctima de la tortura. Sin embargo, todavía hay quienes piensan que “aquí no pasa nada”…
Quizás el vil asesinato de Fernando Albán marque un antes y un después en esta abominable historia, no porque fue una figura prominente de la política venezolana sino más bien, por su condición ciudadana y su modesta presencia en los escenarios públicos. Su labor política era constante, con hondo contenido social, muy real pero imperceptible para los ojos de muchos. Sobre todo para quienes prefieren hablar mal de los “políticos” y desde sus cómodas poltronas, suelen calificarlos de cobardes. La verdad es otra, en todos los partidos hay gente luchando, venciendo el miedo y enfrentando al régimen a pesar de los “guerreros del teclado”. Fernando ahora es un símbolo -no sólo para quienes compartimos ese espíritu de lucha y asumimos la política como servicio público- sino para quienes no lo conocían y eso es lo relevante. Es un símbolo de la ruindad del régimen y también de la Venezuela valiente e indoblegable que no se rinde. Fernando no es la primera víctima de la dictadura, este gobierno tiene un amplio prontuario y un abultado expediente que terminará en La Haya. La diferencia es que las circunstancias y el momento político, hacen inocultable una realidad monstruosa. El crimen tiene la rúbrica del totalitarismo, la impronta de la miseria humana y de una corrosión moral desenfrenada, signos inequívocos de la agonía del régimen y constancia de que sus protagonistas son irrecuperables, son piltrafas humanas que no merecen una duda.
Que Albán fue asesinado por su lucha consecuente, no incomoda al gobierno. Al contrario, el terrorismo de Estado procura amedrentar a quienes lo enfrentan, colocando como víctimas potenciales a todo aquel que comparta la causa democrática. Nada nuevo, gajes del oficio en dictadura. Pero el asunto toma un giro siniestro cuando advertimos que a Fernando le arrebatan la vida -sobre todo- por ser amigo de Julio Borges, como represalia o por “lo que sabía”. Eso lleva la represión a niveles inimaginables porque somos muchos los amigos de Julio Borges y sumarán a esta lista a los que somos amigos Henrique Capriles y Leopoldo López, de Henry Ramos Allup, Omar Barboza, Ledezma, María Corina, Andrés Velásquez o Ramón Guillermo Aveledo, por mencionar a algunos. En la Venezuela amable y cordial, donde todos “somos panas”, la lista puede ser interminable. ¿Y si eres amigo de un militar o de un periodista bien informado? Por esa vía, todo el país está bajo estado general de sospecha, evidenciando la soledad de un régimen criminal, carente de apoyo popular, sin respaldo internacional, sin alternativas, ni futuro.
La amenaza no sólo se cierne sobre el mundo opositor. Cualquiera puede ser etiquetado de traidor y sus amigos convertirse en objetivos militares de esta “revolución bonita”: esa que se inició asaltando fincas o apropiándose ilegalmente de empresas, y terminó expropiando el sagrado derecho a la vida, criminalizando la amistad y castigando con pena de muerte el delito de cultivarla. Este crimen ha conmocionado al país y contribuirá a unificar la lucha, no hay duda. Sin embargo, confieso que sorprende la lenta reacción de la alta dirigencia del país. Ciertamente, el régimen está agonizante pero si la oposición no se cohesiona internamente, ni articula coherentemente la presión internacional, la agonía puede ser muy larga. Urge una respuesta unitaria del liderazgo político, es una exigencia de la sociedad democrática venezolana, un clamor popular impostergable.
(*) CPN Primero Justicia / Vicepresidente de la ANR del Colegio de Ingenieros de Vzla.
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