“Recordad que de la conducta de cada uno depende el destino de todos”.
Alejandro Magno.
Estamos corriendo una carrera de obstáculos desde hace 20 años. Los males que vivimos los venezolanos no parecieran tener fin en manos de un gobierno, que es de suponerse por la ruinosa situación por la que atraviesa el país, solo toma medidas a su conveniencia para aferrarse al poder con uñas y dientes, sin importarle en lo más mínimo la miseria, el hambre, la necesidad y la enfermedad de un pueblo.
Pero sumado a todos los infortunios, los ciudadanos de este país enfrentamos el mayor de todos nuestros problemas: la duda enorme, la incertidumbre cada vez mayor de no vislumbrar una solución posible a este calvario que nos tocó vivir.
Sufrimos la indolencia de un gobierno que se puso de espaldas al pueblo y al que no le importan sus sufrimientos ni sus pesares. Fueron por la psiquis, el corazón y el estómago de los venezolanos, y muy a nuestro pesar, debemos reconocer que han sido exitosos en la consecución de gran parte de sus objetivos, como son dominarnos, subyugarnos y someternos.
Pero hay otra cosa muy cierta en esta larga historia. Así como ellos tienen 20 años gobernando, también la oposición tiene 20 años sin poder descifrar, de manera eficaz, cómo enfrentar las maniobras del gobierno para imponerse a su modelo.
En estos momentos en que la crisis nos agobia, el chavismo, o en lo que se haya convertido esta mezcolanza de retazos ideológicos, ha entendido que más allá de sus diferencias intestinas, la vida de su proyecto hegemónico depende de la imagen de bloque con la que se defienden en sus momentos más críticos. Se unen en torno al objetivo por el que se les va la vida: mantenerse en el poder.
Mientras tanto, da la impresión que la oposición ha entendido todo lo contrario, y que en los momentos en que el gobierno ha estado más débil frente al rechazo mayoritario de la opinión pública, ha sido incapaz de ponerse de acuerdo para trazar estrategias y tácticas comunes para conseguir, por las vías democráticas, el cambio tan anhelado por la mayoría de los venezolanos.
Quedó demostrado en las pasadas elecciones parlamentarias de 2015 que el gobierno no es invencible, y que con la unión necesaria, la victoria es inminente. La pela que les arrebató la Asamblea Nacional que se le había entregado con la abstención del 2005 así lo confirmó.
Soy un convencido a pies juntillas que al gobierno hay que darle la pelea donde sabemos y podemos, enfrentándolo en todos los escenarios electorales que plantee.
No entiendo cómo abstenerse puede desligitimar al gobierno. Por el contrario, soy del pensar que quien se deslegitima es la oposción cuando no participa, cuando se retira, cuando cede el espacio por el que debe luchar con las herramientas que la Constitucion le pone a la mano. El que pierde por “forfait” no obliga a jugar al adversario, por el contrario, le entrega la victoria.
No es posible, así como dice el título de esta columna, que los intereses particulares, la figuración y las ansias por aparecer en la foto, le impidan a la oposición ponerse de acuerdo en lo primigenio, en lo necesario, como es salvar lo que queda de Venezuela.
La única vía para lograr la victoria es incentivando a la gente a manifestarse con el voto, participando, expresando su malestar, su descontento, su hartazgo por esta inédita crisis inducida a la que nos vemos sometidos; y eso solo se logra unidos, recuperando la confianza y la credibilidad por el bien del país.
Solo la unión y la unidad podrán desterrar los grises personajes que viven de la antipolítica, que trasnochadamente se dicen opositores al gobierno pero que en realidad se oponen a todo y a todos, sobretodo a la misma oposición. Son voces agoreras que desde afuera, en la comodidad de sus casas y detrás de sus teclados, proponen soluciones etéreas y llaman traidores y vendidos a los que se han quedado en el país dando la lucha, en la forma que sea.
Dejémonos de pendejadas y sumemos esfuerzos. Sin unión ni unidad, no es posible.