Eduardo Fernández, exSecretario General de Copei, excandidato a la presidencia de la República y nombre insoslayable en la historia del partido que fundó Rafael Caldera en un alto de la lavandería “Ugarte” de Plaza Candelaria el 13 de enero de 1946, dice que una intervención extranjera en Venezuela para poner fin a la dictadura de Maduro es impensable porque: “¿Se imaginan ustedes la cantidad de muertos que provocaría la intervención?”
Y yo le pregunto a Eduardo: ¿En estos últimos 20 años que nos ha tocado vivir en el país te has imaginado la cantidad de muertos que ya cuentan la violencia social y política, las desatadas por el hambre, la desnutrición, las enfermedades que no encuentran medicinas ni atención médica, las que generan el stress, la incertitumbre y el miedo y concluyen en suicidios, o las que tropiezan los venezolanos que huyen por millones en caminos y hacia países y ciudades que no conocen, y, para no irnos tan lejos, las que ejecutan los propios esbirros del régimen de su puño y letra y por órdenes de Maduro, Reverol, Jorge Rodríguez y Diosdado Cabello, como la de Fernando Albán, que ocurrió hace tres semanas no más?
Creo, Eduardo, que hablamos de millones de muertos, si bien no tengo a mano estadísticas que me respalden, porque entre las muchas argucias y marramucias que hacen dictaduras como las de Maduro para engañar incautos y usarlos como comodines para mantenerse en el poder, está la de esconder y negar estadísticas y más bién usarlas como pruebas en contrario de los horrores que provocan y seguirán provocando si no se atajan aunque sea recurriendo al uso de la fuerza.
¿Y todo eso te parece, Eduardo, preferible a que un grupo de países democráticos miembros de instituciones como la ONU, la OEA y la UE, respondiendo a mandatos contenidos en Cartas y Resoluciones que los obligan a restablecer el Estado de Derecho y la defensa de los Derechos Humanos donde quiera que sean violados, se consorcien o actúen bilateral o unilateralente para evitar que un país de 30 millones de habitantes sea asesinado, como ya lo fue Cuba, y sin duda lo será Venezuela, tu país y el mío, si este mismo año no se activa y pone fin al horror que ya no nos convierte en un país paria sin comida, medicinas, paz, esperanzas y, lo que es peor, sin dolientes?
Comprendo, Eduardo, las angustias que, como el buen cristiano que sin duda eres, te acosen a la hora de decidirte a apoyar una acción violenta que, no hay dudas, provocará un daño en vidas humanas difícil de calcular y evaluar, pero de lo que si estoy seguro e independientemente de los juicios de cuantía y valor, es que serán menores, mucho menores, de las que terminarán causándole al país después que el narcosocialismo haya pasado 20 años más en el poder.
Lo que si no comprendo es cómo después de haber experimentado y reflexionado como venezolano y socialcristiano la catástrofe que el comunismo marxista fue dejando y deja por todos los países donde siembra su siniestra sombra, estés convencido y apuestes a que una intervención de países democráticos no sea el costo que tengamos que pagar los venezolanos por haberles permitido instalarse en Miraflores, sino embarcarnos otra vez en diálogos interminables, frustrantes y desmoralizantes que, el único legado que trasmiten es que no queda otro camino que rendirnos, porque con los comunistas no se puede.
Porque intuyo que tu descalificación apresurada de la intervención extranjera por la cantidad de muertos que le proporcionaría a Venezuela, es el prólogo a la tesis de que hay que volver a otro diálogo, uno que entiendo está proponiendo Maduro con el aplauso entusiasta del insumergible Zapatatero y los tiburones tigres que siempre nadan cercano a sus aguas para proverse de sus desperdicios, y que pareciera no es el quinto en su género, que se repite con el mismo guión, los mismos actores y los mismos resultados, pero para contribuir con el desaliento y la desmoralización que tanto contribuyen a los planes del narcosocialismo para eternizarse en el país.
Otra vuelta al “Mito de Sísifo”, de la cual, con toda razón, no quieren ni siquiera oir hablar el 80 por ciento de los venezolanos escaldado de que se vaya a República Dominicana, o a cualquier otra de las islas o repúblicas de Tierra Firme que son aliadas de Maduro por las ventajas que les ofrece a través de Petrocaribe, o de programas de ayuda que incluyen construcción de viviendas, de termoelécticas o mejoramiento de playas, y que pagan bien auspiciando estas rondas de diálogos o negociaciones entre el gobierno y la oposición cuyo final es un desencanto de parte de esta última que no tardará en florecer.
Y la razón es que el diálogo o negociación es en si mismo un negocio, donde no digo que estén involocrados los políticos de oposición que por ingenuidad o esperanzas que no terminan los aceptan, pero si lobistas que en Madrid, Nueva York o Washington le hacen el trabajo a la dictadura para seguir prometiendo sin cumplir, y el tiempo pasa, y viene otro diálogo, hasta que nos damos cuenta que Venezuela como república o país no existe porque estamos en el 2060.
Y ¡ay! de quien se rebele contra los diálogos y negociaciones castromaduristas después de haber creído en ellos, porque le cae con toda su fuerza la venganza que los fundamentalistas marxistas aplican a los renegados y nadie para contarlo menor que Julio Borges y su partido “Primero Justicia” (los dos muy cercanos a Fernandez), quienes pagan el derecho rebelarse, el primero exilado en Bogotá y con una petición de extradición a las cárceles de la dictadura por un delito que no cometió ni pudo haber cometido y su partido es objeto de una feroz represión que ya va por decenas de sus militantes encarcelados y torturados y el asesinato del concejal y dirigente regional, Fernando Albán.
No apostamos per se que sea el destino que aguarda a unos nuevos creyentes en la fantasía de que a Maduro lo alienta -ahora si- una disposición honesta y sincera para el diálogo y la negociación, pero si a que verán crecer sus canas y sus barbas mientras perciben que al narcosocialismo solo lo anima un propósito: permanecer en el poder durante el mayor tiempo posible y con la mayor concentración de poder posible.
Y mientras Venezuela continúa en la más grande desgarradura de su historia, se fractura en una castástrofe humanitaria de la cual le costara mucho reponerse y ejecutada por los mismos verdugos que año tras año llevaron a las mesas de diálogos y negociaciones a un grupo de opositores con el solo propósito de engañarlos y burlarse de ellos.
En el caso de Eduardo Fernández con el agravante de fatigar casi 50 años en las filas de un partido como el socialcristiano, Copei, clave en la fundación del sistema democrático que se extendió por casi 40 años, al cual debe Venezuela su etapa más sólida, próspera y estable de gobiernos civiles y a la cual hay que volver, pero no tomando la vía de engolinarse con promesas castrocomunistas que no harán sino hundirlo más, sino enfrentándolas sin temer a los costos que sean necesarios, como hicieron Rómulo Betancourt y Rafael Caldera para fundarlo.