Desde que Nicolás Maduro llegó a la presidencia de Venezuela de la manera por todos conocida, se escuchan insinuaciones y velados discursos sobre una posible intervención de potencias extranjeras para acabar con su gobierno. En este comadreo político siempre aparece, como protagonista, el gigante norteamericano, bien aupando, bien financiando, o incluso actuando directamente en ese supuesto complot internacional, en el cual, la ultra derecha venezolana, española y colombiana desempeñarían, igualmente, un rol importante.
El asunto se hace patente y explota oficialmente con la orden ejecutiva de marzo del 2015, del entonces presidente Barack Obama, declarando que Venezuela representaba una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional, así como para la política exterior de Estados Unidos. A finales de ese mimo año 2015 comenzaron ya los rumores sobre una posible intervención militar contra el gobierno de Maduro, llegando a decirse que el Comando Sur tenía listo desde Honduras una operación militar en Venezuela. Ello trajo como respuesta una serie de maniobras y ejercicios militares ese mismo año, por parte de Venezuela, que se repitieron a comienzos del 2016, no sin antes decretar Maduro el Estado de Excepción.
Ido Obama, el problema se agrava, si se quiere, en agosto del año pasado, con las declaraciones del actual presidente de EEUU, Donald Trump, en aquel momento en plena verborrea bélica contra Corea del Norte, sobre la posibilidad de enviar tropas a Venezuela si la situación se volvía un desastre; manteniéndose caliente todo este tiempo, con las declaraciones de varios representantes de la Casa Blanca sobre el régimen opresor de Maduro, entre las que destacan las del vicepresidente Mike Pence, también a mediados del 2017, anunciando que su Gobierno no descansará hasta que en Venezuela sea libre y haya unas elecciones justas, o las del Secretario de Estado en febrero de este 2018, cuando en su gira por América Latina deja caer la posibilidad de que sean los militares los que produzcan el cambio democrático en Venezuela.
La amenaza militar se repite en boca de Trump, en septiembre pasado, con ocasión de la Asamblea de la ONU, mas folclórica aún que otras anteriores. Todo ello sazonado, en estos dos años,con la imposición de nuevas sanciones a altos dirigentes del gobierno de Maduro, a quienes la administración de Trump hace responsables de flagrantes violaciones a los derechos humanos de los venezolanos , al igual que de la actual crisis humanitaria que padecen.
En general, esos vientos de guerra se remontan a noviembre del 2009, durante las presidencias de Chávez y Uribe, cuando el primero moviliza tropas a la frontera con Colombia y ordena prepararse para la lucha armada, como respuesta a la firma del acuerdo entre Bogotá y Washington, según el cual, EE UU podrá utilizar siete bases militares colombianas en la lucha contra el narcotráfico y las FARC. Acuerdo que para el presidente venezolano era, por si solo, una declaración de guerra.
Hasta ahora la sangre no ha llegado al rio, y la situación se ha quedado en la simple bravuconearía, propia de personajes como Chávez, Trump, Kim Jong-un o Maduro, a quienes, sobre todo a este último ahora mismo, les conviene ese tipo de dinámicas y escaramuzas políticas.
Sin embargo, un análisis serio de la situación actual no se presta para mucho, menos para abonar la tesis de la intervención militar, pues todo lo que encontramos se puede resumir en un cóctel de chismes, enfoques aislados y declaraciones personales, algunas de segunda mano, incluso contradictorias.
Ni la imaginación que se presta para hacer comparaciones con la la invasión estadounidense a Panamá en 1989 para capturar al general Noriega;ni un supuesto incremento del presupuesto del Pentágono para el 2019, pensando en Venezuela, equivalente a unos veintiséis mil nuevos militares dentro del ejército de los Estados Unidos; ni los supuestos antecedentes para tumbar a Chávez recogidos en libros como El Código Chávez y Bush vs Chávez: la guerra de Washington contra Venezuela, por la señora Eva Golinger; ni los informes de organismos internacionales como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) o Human Rights Watch donde se advierte sobre el debilitamiento de los derechos humanos contrastante con el poder omnímodo del Presidente venezolano; ni quienes piensan que como las sanciones impuestas hasta ahora no han servido de mucho, hace falta otra respuesta mas contundente; ni las interesadas afirmaciones de José Vicente Rangel asegurando que los preparativos de la operación militar están en marcha; ni los adivinos que se guían por la estrellas; ninguno de esos deseos o elementos parcializados del análisis, sirven para fundamentar, con base cierta, la posibilidad de una intervención armada en Venezuela.
Además, hace treinta años que el imperio norteamericano no aparece directamente involucrado en una operación militar dentro de un país latinoamericano; la ultima fue en Panamá.
Así que lo único que tendría en contra el gobierno de Maduro para contar con que esa intervención militar no se produzca es el propio Trump, una verdadera veleta a la hora de tomar decisiones, las cuales cambia a veces en cuestión de horas. Los ejemplos sobran, ahí están sus declaraciones en el caso de los hackers rusos en las elecciones presidenciales últimas; en el caso del periodista Jamal Khashogg asesinado en la embajada de Arabia Saudita; en sus posiciones contradictorias, de un día para otro, con Corea del Norte, o sobre la construcción del muro en la frontera con México y el problema migratorio.
Por eso, la mejor apuesta de Maduro sería la de que el presidente norteamericano se mantenga en su posición de finales de septiembre pasado, después de reunirse con Iván Duque, el nuevo presidente de Colombia, descartando como solución una intervención armada en Venezuela. Aunque por supuesto, con Trump nunca se sabe.
@xlmlf