El fracaso de Rafael Cadenas, por Laureano Márquez

El fracaso de Rafael Cadenas, por Laureano Márquez

Que bueno, poeta Cadenas, este fracaso suyo que le lleva hoy a recibir el prestigioso Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Que hermoso que este país nuestro, que se siente fracasado también y viviendo oscuros tiempos, reciba, por cuenta suya, un magnífico reconocimiento, justo en el arte que remite a la mayor luminosidad y elevación cultural de un pueblo: la belleza del sentimiento que expresa la ancestral humanidad de la palabra.

Hoy siente uno un relámpago de esperanza que nos anuncia que no hemos sido vencidos, que la nuestra sigue siendo una tierra de mentes lucidas, sensibles, virtuosas, que la inteligencia prevalecerá. Este acontecimiento, que desde la madre patria llena de alegría e ilusión a las almas sensibles de Venezuela y de Iberoamérica, tiene honda significación en nuestro destino. No será reseñado en nuestra prensa a cuatro columnas, porque ya no hay columnas en nuestros diarios, no recibirá usted ningún reconocimiento oficial ni condecoraciones (¡a Dios gracias!) y sin embargo, este galardón nos redime, nos hace grandes en lo que verdaderamente vale la pena, en el terreno de eso que llamaba Hegel el espíritu infinito. Su obra es esencia, frente a los accidentes de este duro y fugaz momento. La poderosa obra continúa y usted ya ha aportado su verso.





Este galardón, se lee en sus estatutos: “tiene como objeto premiar el conjunto de la obra poética de un autor vivo que, por su valor literario, constituya una aportación relevante al patrimonio cultural común a Iberoamérica y España”. ¡Naguará!, dirán sus paisanos, pero usted, Cadenas, no es un autor “vivo”, en el sentido tradicional que en Venezuela se le da a esa palabra, a usted el fracaso le salvó de la “viveza”, tan criolla y que a tantos ha confundido persiguiendo engañosos triunfos, tan deslumbrantes como inmundos y vacíos. Su palabra, vivirá más allá de usted y será parte de la hermosa visión de nosotros mismos que heredarán aquellos llamados a conocer un país mejor, distinto al que padecemos hoy, donde la inteligencia arrincone a la barbarie. Su palabra estará allí y algo de nuestros sueños en ella.

Que el premio que hoy recibimos -nos incluyo- no cause en su sosegada alma perturbación alguna. Usted es y seguirá siendo un fracasado en los cánones habituales de éxito de nuestra tierra. No se sienta agobiado por el protocolo de la Casa Real que chocará con la humilde “morada de barro” en que habitan sus metáforas. Será un rato, nada más, en la universidad más antigua de España, en su paraninfo, el mismo en el que el anciano rector, Unamuno, enfrentado a los fascistas (¡qué cosas no!), definió como “templo de la inteligencia”. En este templo de la inteligencia se consagra hoy la sencilla santidad de su poesía. Enhorabuena, me alegro mucho por usted, pero especialmente por nosotros que nos hinchamos de legítimo orgullo por alguien a quien el fracaso “privó de hinchazones”.