William Anseume: Sobrevivientes a la calamidad

William Anseume: Sobrevivientes a la calamidad

Llaman poderosamente la atención las palabras de Matthew Reynolds, representante para los estados Unidos y el Caribe de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), al comparar la crisis de migrantes venezolanos con los sirios: “La situación de migrantes en Venezuela hacia otros países está en la escala de Siria”. Nada menos, un país con una guerra civil desde hace siete años. La impotencia de estos órganos internacionales para actuar se percibe en cada uno de sus comunicados; ayudan es verdad, notifican, llevan estadísticas, colaboran con atención a los refugiados, pero para solventar el problema interno de una nación en crisis poco o nada pueden hacer. Su posible intervención política es también limitada, como la militar. Así queda una vez más a la distancia una posible intervención invocada permanentemente, pero nada deseable. Los asuntos internos deberán resolverse internamente, a menos que los excesos obtengan una magnitud que rebase lo aceptable por la comunidad internacional. Y aún no llegamos a Siria, aunque nos parezcamos un tanto.

Lo que sí está a la vista es la capacidad del venezolano para la sobrevivencia. De calamidad en calamidad, pero continúa incólume su ruta al trabajo, sin transporte, sin haber comido, sin que le llegue el gas, o la luz, o el agua. Se salta los saqueos, los disparos, la persecución del hampa o de la policía, o de la guardia (a veces, muchas veces, se confunden). No consigue los medicamentos, ni al médico, ni el hospital tiene como atenderlo, pero la vida continúa su curso “normal”. Ajeno a sus usos culturales más recientes, el venezolano ya no usa jabón igual, ni champú, ni perfumes, ni ungüentos, ni cremas, ni pastas dentales, ni gelatina, ni pañales, ni preservativos. La vida sigue, y va y trabaja y vuelve a casa, a sus dolencias continuadas, hace ya mucho. Las naciones, los connacionales, están también hechos para el aguante. Increíblemente. De casi todo.





En la misma notificación, Reynolds aclara desde ACNUR que: “… en la historia moderna, Latino América no había experimentado un éxodo de esta dimensión”. Esto implica que la gente aguanta hasta donde puede aguantar y se rebela, pero también se cansa, se harta, se hastía y huye en busca de una mejor forma de vivir, sin tanto agobio, sin sentir la calamidad de la opresión a diario: esto debes comer, porque el régimen lo dictamina, tendrás gua, cuando el régimen lo dictamine, y luz cuando no se atraviese un animal rastrero; no escribas por ningún medio, no te informes, no digas, calla. Así se impone desde el poder la calamidad y posterior a la rebeldía de las calles, con sus muertos, sus presos torturados, sus exiliados y desterrados, se presentó la rebeldía del escape como sea, dejándolo todo, la historia familiar y la familia misma, los abuelos, los padres, las parejas, los hijos. El desgarramiento de la separación, otra calamidad impuesta, sumada a las ya variadas calamidades.

Olvidemos la intervención y resolvamos. La calamidad comienzan a no aguantarla ni ellos mismos. Ahora sacan directivos del SEBIN, persiguen y detienen la caravana presidencial, hay hasta chavistas originarios y posteriores, algunos se mueren en el trayecto, soplan lenguaradas dentro y fuera para revertir los ataques entre grupos. Hasta huyen de las posibles persecuciones de ahora, o de luego. En medio del sufrimiento calamitoso diario de nuestros compatriotas, no deja de ser interesante apreciar las divisiones internas entre cada “grupo” de opuestos, mientras paga quien debe pagar: el ciudadano que ha dejado de serlo, al que le han coartado todas sus posibilidades de desarrollo individual y colectivo. Ahora vendrán las “festividades” decembrinas, las más limitadas, las más ahogadas. Vendrá la materialización del descontento una vez más.

Luego del caos vital que padecemos a diario, se percibe lejana la reconstrucción posible. No hemos llegado al llegadero, pero vamos encaminados a él. Y vendrá una calamidad más alegre, sufrida pero con más contento, cuando toque rehacer hacia el mejor país que seremos, con esa energía acumulada después de tanto batallar a diario, en esta especie de Siria caribeña, desde donde muchos huyen y otros nos quedamos en la resistencia, en el inmenso aguantar. También los organismos internacionales deben sufrir una profunda revisión, para lograr una mayor utilidad práctica, no sólo declarativa, al momento en que las satrapías vuelvan a vulnerar a sus ciudadanos hasta producir su ahogamiento, su destierro. Es una revisión profunda la que queda pendiente después de nuestras dolencias.

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