Yolanda Mendiola acude cada día a la base naval de Mar del Plata, apostadero del submarino argentino San Juan desaparecido hace un año en el Atlántico sur, esperanzada en recibir noticias de su hijo, uno de sus 44 tripulantes.
“Somos familias destruidas. No podemos irnos a nuestras casas. Vamos todos los días a la base, mañana y tarde. Nuestra lucha es justa. Necesitamos ver el cuerpo de nuestros hijos, tenerlos como sea. Pedimos que se los rescate”, dice Mendiola a la AFP.
Esta mujer de 55 años es una de las que reside desde hace 12 meses en un hotel de la ciudad balnearia de Mar del Plata, a 1.900 km de su casa en la norteña Jujuy, a la espera de saber qué pasó con su hijo, el cabo primero Leandro Cisneros, de 28 años.
El contacto con el submarino “ARA San Juan” se perdió el 15 de noviembre de 2017, cuando navegaba en el Golfo de San Jorge a 450 km de la costa. Había zarpado de Ushuaia, en el extremo austral de Argentina, de regreso a Mar del Plata, 400 km al sur de Buenos Aires.
La búsqueda comenzó 48 horas después. Colaboraron 13 países pero la mayoría se retiró antes del fin de 2017, sin resultados.
– Zozobra que no cesa –
Los familiares fueron pasando de la confianza a la angustia, de la esperanza a la desazón. Quince días después de la última señal del submarino, la Armada (Marina de guerra) dejó de buscar sobrevivientes.
Los familiares critican a la Armada por sospechas de que ocultó información y lo que consideran “falta de acompañamiento” del gobierno de Mauricio Macri.
La inversión para las tareas de búsqueda alcanza 920 millones de pesos (25,5 millones de dólares) informó el martes ante el parlamento Graciela Villata, alta funcionaria del ministerio de Defensa.
La presión de las familias, que juntaron fondos y acamparon 52 días en la Plaza de Mayo, frente a la sede de la Presidencia en Buenos Aires, empujó la contratación de la empresa estadounidense Ocean Infinity para retomar el rastreo.
El buque zarpó el 7 de septiembre con cuatro familiares a bordo, pero sin resultados. Esta semana anunció la suspensión del operativo hasta febrero.
Pero la jueza a cargo de la causa, Martha Yáñez, de Caleta Olivia (sur), ordenó que antes de regresar a tierra se inspeccione una zona más alejada por donde un buque rastreador había percibido ruidos que podrían ser compatibles con golpes de casco.
– ¿Milagro? –
Algunas madres aún se ilusionan con que el submarino haya tenido otro destino que el fondo del mar y que los 44 tripulantes estén vivos.
“Se cumple el año y vamos a estar ahí esperando que vuelva. Sería un milagro inmenso si por ahí asomara el submarino y los viéramos regresar porque, la verdad, nadie sabe qué pasó”, confía a la AFP Zulma Sandoval, 56 años, madre del suboficial segundo Celso Vallejos, de 39.
Lejos de su casa en Santiago del Estero (norte), Lourdes Melián, de 21 años, hermana del cabo principal David Melián (32), sigue junto con otros familiares en Mar del Plata, pero desesperanzada.
“Siento que mi hermano ya no está. Prefiero eso que pensar que sigue por ahí o que están secuestrados”, afirma entre lágrimas en la base naval.
– Hipótesis –
Una explosión submarina fue registrada por un organismo nuclear en la zona unas tres horas después de la última comunicación, cuando el capitán de la nave había reportado la superación de una falla en el sistema de baterías, por el ingreso de agua por el snorkel.
La jueza, que tomó testimonio a 70 personas, no citó a indagatorias. Dijo que el mantenimiento “por razones presupuestarias no estaba a norma” pero que aún “no tiene un panorama cerrado” sobre lo ocurrido.
La tragedia motivó la destitución del jefe de la Armada, Marcelo Srur.
Botado en Alemania en 1983 e incorporado a la Armada argentina en 1985, el “San Juan” era uno de los tres submarinos del país y su proceso de reparación de media vida había terminado en 2014.
Algunos tripulantes habían comentado que el submarino había sido seguido por naves inglesas. Algunos familiares piensan que podrían haber estado en zona de exclusión de las Islas Malvinas, por cuya soberanía Argentina y Gran Bretaña libraron una guerra en 1982.
“Yo lo sueño a mi esposo. Le pregunto en dónde está y me dice que está en Malvinas y que no puede hablar”, cuenta a la AFP Andrea Mereles, casada con el suboficial segundo Ricardo Alfaro Rodríguez, con quien tiene una hija de 17 y un varón de 8 años.
En esos sueños, evoca desde su hogar en Mar del Plata, el marido le dice: “Lo que te conté que nos pasó en la navegación anterior, que fuimos seguidos por un submarino inglés, en ésta nos pasó lo mismo”. AFP