El éxodo cultural venezolano: Un capital que comienza a beneficiar a los países vecinos

El éxodo cultural venezolano: Un capital que comienza a beneficiar a los países vecinos

Migrantes venezolanos hacen cola para obtener permisos de residencia temporal fuera de la oficina de inmigración en Lima, Perú, 31 de octubre de 2018. REUTERS / Mariana Bazo

 

En el inventario de desgracias que ha dejado el gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela deberá contabilizarse una pérdida irremediable: las crisis económica y política de la revolución bolivariana han provocado una diáspora de tres millones de expatriados, que ha dejado hipotecado el futuro del país y en bancarrota sus instituciones culturales.

Por: María Gabriela Méndez | La Nación

La amarga situación de los 3000 venezolanos que cruzan a diario la frontera con Colombia ha despertado una enorme solidaridad regional, pero también una preocupación natural en los países que los reciben: ¿Cómo debe prepararse una nación para recibir a tantos desplazados? y, en ocasiones, un sentimiento antiinmigrante.

Para combatir esa tentación xenofóbica, se haría bien en recordar una de las mayores lecciones de las grandes oleadas migratorias de los siglos XIX y XX: los países que albergaron a los exiliados, migrantes y desterrados de guerras civiles, hambrunas o gobiernos autoritarios salieron culturalmente beneficiados.

Mientras las calamidades no cesen en la Venezuela de Maduro, el flujo de migrantes venezolanos seguirá siendo masivo y seguirá siendo un enorme desafío para Colombia y el resto de los países de América Latina. En esa marea migratoria hay numerosos intelectuales, artistas y universitarios.

Colombia, el país que ha recibido más expulsados venezolanos, podría ser la heredera intelectual de la Venezuela en exilio. Ahora la oportunidad de aprovechar para su desarrollo los frutos de la cultura venezolana.

La historia migratoria de la propia Venezuela es un ejemplo: durante la segunda mitad del siglo XX, el país aprovechó la experiencia y el talento de las olas migratorias. Gracias a ese influjo de mano de obra calificada, se crearon las grandes empresas textiles y de alimentos venezolanas, y las instituciones culturales florecieron.

Hoy, sin embargo, los cruces de la frontera corren en sentido inverso. A principios de siglo, una de las primeras olas de migración llevó de Venezuela a Colombia a gerentes y técnicos petroleros despedidos por Hugo Chávez de la estatal Petróleos de Venezuela. Estos migrantes altamente especializados impulsaron el despegue de la modesta industria petrolera colombiana, que multiplicó su actividad de 560.000 barriles diarios a 900.000 barriles en 2011. Mientras, la producción petrolera venezolana está en el nivel más bajo de los últimos treinta años.

En una ola migratoria posterior, de 2010 a 2014, llegaron a Colombia numerosos académicos, editores y periodistas que salieron de Venezuela por diferencias ideológicas con el chavismo, un régimen que ha reemplazado la meritocracia por el nepotismo.

El enorme capital cultural de Venezuela fue una de las primeras víctimas del chavismo. En 2001, Chávez develó su política cultural y trazó la hoja de ruta de su revolución: despidió a treinta directivos de las instituciones más importantes. Nombró a nuevos directores de museos, galerías, teatros, editoriales, academias de danza y orquestas sinfónicas que estuvieran “en sintonía con el proceso revolucionario”. Así acabó con la intensa vida cultural que Venezuela había desarrollado desde el siglo XIX.

Los centros culturales de Venezuela, que fueron referencia en toda América Latina, hoy están en la miseria. El Museo de Arte Contemporáneo Sofía Ímber que desde 2001 no lleva el nombre de su fundadora usa el arte para hacer proselitismo, tiene un presupuesto exiguo, no adquiere obras, no se investiga ni se editan catálogos, y las exposiciones se basan en las colecciones adquiridas durante su época dorada (la última muestra se titula Camarada Picasso).

Las editoriales Biblioteca Ayacucho y Monte Ávila Editores dejaron de publicar clásicos y exhiben un catálogo menguado, con tirajes mínimos y una marcada línea ideológica de sus doce novedades del año, cinco son reediciones, entre ellas, el Manifiesto comunista; el Teatro Teresa Carreño quedó reducido a la sala de eventos presidenciales cuando Chávez aún estaba vivo. El Premio Rómulo Gallegos, que llegó a ser una de las citas literarias más prestigiosas de Hispanoamérica, se entregó por última vez en 2015. El Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela sigue en pie, pero se suspendieron las giras mundiales que anualmente hacía la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar y, para diciembre de 2017, cuarenta de sus 120 músicos habían emigrado.

Colombia podría beneficiarse del arribo de esa intelectualidad. El país vecino ya ha implementado algunos esfuerzos para sobrellevar este fenómeno migratorio. Uno de ellos fue el Permiso Especial de Permanencia, que se expidió hasta febrero de este año y que permite a los migrantes trabajar por dos años. Hay otros esfuerzos, como la campaña “Somos panas, Colombia”, de la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur), desde donde se toman acciones para evitar la xenofobia. Algunos de los pensadores venezolanos radicados en Colombia ya están siendo parte de esa conversación en torno del éxodo, una discusión pública que enriquece el debate sobre uno de los mayores retos del gobierno de Iván Duque.

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