Hasta avanzado el siglo XIX y en vigencia el XX, la humanidad civilizada y los grupos menos avanzados en África y otras lejanías, cocinaban su comida con leña y fuego, e iluminaban sus noches y sus calles con antorchas, o sea, trozos de madera encendidos. En el siglo XIX la revolución industrial, que tanto molestaba a Marx y al industrial Engels, implementó el gran avance tecnológico de sustituir antorchas y mechas con tuberías y gas, las llamitas seguían.
En pleno siglo XXI la revolución castrochavista en Venezuela se las ha ingeniado para enseñar a los venezolanos, pedantes que se creían dueños del petróleo industrializado, cómo se vivía en el pasado, quizás para que experimenten en carne propia la realidad de Ezequiel Zamora, Maisanta, Cipriano Castro y especialmente los descalzos de siempre que los siguieron. Hoy los venezolanos de la revolución socialista están siendo conducidos a nuevamente iluminar sus noches con velas, porque la electricidad se desaparece con insólita irregularidad, a cocinar sus comidas con leña y fuego, porque también se desaparece el gas para servicio doméstico –o, si lo consigue, a precios sólo para ricos; y a bañarse con menos frecuencia y con tobitos y palanganas cuidadosamente utilizadas porque el agua no siempre llega a las llaves y los baños.
Poco a poco estamos regresando a aquellos tiempos de aire no contaminado y de venezolanos sembrando, porque la industria petrolera cada día se estropea más y produce menos. Alguien del Gobierno debe haber leído, con la superficialidad revolucionaria habitual, que a fines del siglo XIX y el primer tercio del XX este país vivía de lo que sembraba, comercializaba y hasta exportaba –tabaco, café, algo de cacao- cuando sus hombres y mujeres, fortalecidos con las espaldas al sol y las manos en la tierra, morían antes de los 50 años devastados por la malaria. No había petróleo contaminante para ser rentistas felices soñando que somos ricos. Y ahora también tenemos malaria. Claro, lo que olvidan es que en aquellos tiempos eran 3 millones de pat’en el suelo, con las contadas minorías cómplices de adulantes convenientemente remunerado para callar, alabar y aprovechar. Hoy somos 10 veces más venezolanos, apartando a los que no aguantaron más y se escaparon, y un porcentaje no bien determinado de enriquecidos beneficiarios a los cuales los imperialismos yankee y europeo se empeñan ahora en amargarles la vida.
Es la falsedad de riqueza petroindustrial, y mucho más comercial y de transacciones pactadas, cultivada con empeño por todos los políticos hasta la insurgencia de la rebelión que fracasó en lo militar y triunfó en la emocionalidad propagandística, y ha venido cambiándolo todo. Tristemente para mal, aunque las masas populares apenas empiezan a darse cuenta de que no es revolución justiciera todo lo que difunden los micrófonos y cámaras de VTV y demás camaradas por las buenas o por forzada estatización.
Y no vengamos a decir que nos sorprendieron, porque el fallecido Hugo Chávez nos lo avisó. ¿Acaso no se acuerdan de su insistencia en que los vecinos sembraran en sus barrios y tuvieran gallinas ponedoras en sus apartamentos y humildes casitas?
Tampoco hay que sorprenderse de que los policías metropolitanos sigan envejeciendo en la cárcel. Son presos de Chávez que, sepultado bajo una roca, no puede dejarlos en libertad, y el régimen actual no se atreve a deshacer lo que el muerto en Cuba hizo.