Así es como Google se lucra de sus usuarios y no los retribuye 

Así es como Google se lucra de sus usuarios y no los retribuye 

(Foto Reuters)

 

 

En los últimos años, las empresas conocidas como las ‘big tech’ han sido sometidas a escrutinio para perfeccionar un arte oscuro que fue iniciado por la prensa, radio y televisión que prestan servicios comerciales: el arte de atraer y retener nuestra atención con el fin de vender acceso a nuestros sentidos a anunciantes que pagan por ello. Así lo reseña El País.





Si bien en aquellas épocas los lectores, oyentes y espectadores se constituían en clientes que pagaban por un producto básico, los medios electrónicos comerciales de la actualidad aprendieron cómo obtener ganancias al realizar transacciones directamente con los proveedores, mientras que a la par nos reducen, y reducen nuestros datos, a un producto pasivo que se encuentra en el corazón de la transacción.

Google, Facebook y otros fueron capaces de tomar este extraño proceso de producción, donde nuestra atención es el producto comercializado, a un nivel diferente, gracias a su estupenda capacidad para personalizar nuestras pantallas. A diferencia de sus antecesores, los medios electrónicos de hoy pueden capturar la atención de cada uno de nosotros con elementos específicos (‘atractores’) que atraen de manera específica a una persona determinada (o, incluso, a alguien en un estado de ánimo determinado), antes de vender, al mejor postor, acceso tanto a nuestros datos como a nuestros sentidos.

Subyacente a la reacción adversa contra las ‘big tech’ se encuentra la sensación de que todos nos estamos convirtiendo en usuarios proletarizados. En los años setenta y ochenta nos molestamos cuando los canales comerciales nos tendieron una emboscada con anuncios que se emitían segundos antes del ver el final de una película de gran suspenso o durante los segundos finales de un partido de baloncesto. Ahora ya no podemos reconocer los trucos utilizados en tiempo real para mantener y vender nuestra atención. Ya que nos mantienen alejados de todo lo referente a un mercado que opera en y con nuestra persona, nos hemos convertido en engranajes en un proceso de producción que nos excluye en cualquier otra capacidad que no sea ser el producto de dicho proceso de producción.

Subyacente a la reacción adversa contra las ‘big tech’ se encuentra la sensación de que todos nos estamos convirtiendo en usuarios proletarizados.

Ganancias compartidas

Las normas de privacidad y protección de datos están destinadas a devolvernos algo de nuestra autonomía perdida con respecto a lo que vemos, lo que guía nuestras decisiones y quienes toman conocimiento sobre dichas decisiones. Sin embargo, no es suficiente aplicar normas a las ‘big tech’ para proteger nuestros datos y restaurar la “soberanía del consumidor”. Dentro de un contexto de automatización de la mano de obra y ‘casualización’ del empleo, las ganancias monopólicas de estas empresas aumentan la desigualdad, impulsan el descontento, socavan la demanda agregada de bienes y servicios, y desestabilizan aún más el capitalismo.

El problema es que las intervenciones gubernamentales tradicionales son un ejercicio inútil: no tiene sentido cobrar impuestos por servicios gratuitos. Imponer impuesto a los robots, para financiar a los humanos, es tan imposible como definirlos. Y, si bien es esencial gravar las ganancias de las ‘big tech’, los expertos contables de estas empresas, y las abundantes oportunidades para desplazar ganancias a diferentes jurisdicciones, hacen que esto sea difícil.

Existe una solución simple si miramos más allá de los impuestos. Sin embargo, dicha solución requiere que se acepte que el capital ya no se produce de forma privada, al menos no en el caso de Google y del resto de empresas similares.

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