Invocar con esta consigna a los estudiantes venezolanos a defender con las armas a los causantes de la mayor desgracia social vivida por este país, es la quintaesencia de la insolencia. Pero en boca de un jefe de Estado, es además un desquiciado acto criminal. No sabemos en qué antecedente se inspiró el Golem gobernante para semejante desafuero, las rebeliones de nuestros estudiantes jamás han sido de apoyo a opresores.
Los estudiantes de la llamada Generación del 28, desafiaron a las mesnadas de Juan Vicente Gómez, sufrieron prisión y exilio, pero no cejaron en sus protestas contra la tiranía. Muerto el dictador, en febrero de 1936, la Universidad Central de Venezuela guió aquella grandiosa manifestación cívica que, pese a balas y muertos, consiguió su propósito histórico de forzar al gobierno de Eleazar López Contreras a abrir el camino hacia la democracia.
El 21 de noviembre de 1957 los estudiantes de la Universidad Central de Venezuela y de la Universidad Católica Andrés Bello se alzaron contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, precedidos de las protestas que ya protagonizaban los liceístas de la capital. Resistieron con heridas y prisión los embates violentos de los cuerpos represivos, pero fueron la clarinada que despertó el espíritu de combate de Caracas y otras ciudades del pais. Dos meses más tarde se materializaba la causa de aquella insurgencia con el derrocamiento del dictador.
El 10 de enero de 2019 vence la legalidad de este régimen. Es de un cinismo superlativo -risible de no ser trágico- que quien históricamente acumula la mayor cuenta de asesinatos de estudiantes, que ha hostigado y arruinado a las universidades nacionales, conjeture que los jóvenes se van a armar para perpetuarlo en el poder. No, esa será la fecha para que, cívicamente, sin fusiles, los estudiantes con la sociedad toda, pongan fin a los días de este sembrador de miseria.