A pesar de que Kamila, de cinco años, está acostumbrada a hacerse la extracción de sangre, gritó cuando la aguja le pinchó el brazo y se aferró a su madre para buscar consuelo en un salón de clases convertido en una clínica en la ciudad de Riohacha, al norte de Colombia.
La venezolana Kamila nació prematura a las 30 semanas y pesaba solo 900 gramos. Su temprana llegada al mundo vino con problemas renales y una atrofia cerebral que retrasó algunas partes de su desarrollo y mantuvo sus extremidades delgadas.
Ella es una de las miles de personas que esta semana recibirán tratamiento de médicos y odontólogos de la Marina de Estados Unidos a bordo del USNS Comfort.
Muchos son inmigrantes venezolanos que han huido de la crisis económica a través de la frontera. Otros son colombianos, incluidos los indígenas Wayuu, que buscan atención en medio de constantes retrasos en el saturado sistema de salud de Colombia.
Naciones Unidas prometió el lunes 9,2 millones de dólares en ayuda para Venezuela, donde el hambre y enfermedades prevenibles están aumentando por la escasez de alimentos y medicamentos. El presidente Nicolás Maduro atribuye los problemas del país a las sanciones estadounidenses y a una “guerra económica” encabezada por sus adversarios políticos.
La mayoría de los pacientes, previamente seleccionados por las autoridades locales, recibirán atención en tierra en dos clínicas instaladas en escuelas, mientras que los que necesiten cirugía serán trasladados en helicóptero al barco, anclado lejos de la costa.
“Necesitábamos unos exámenes que me costarían muchísimo en Venezuela, pero aquí los hicieron en segundos”, dijo la madre de Kamila, Yennymar Vilchez, de 24 años, quien llegó hace cuatro meses.
La semana pasada, el personal del barco atendió a más de 5.400 pacientes durante cinco días en la ciudad de Turbo, cerca de la frontera selvática con Panamá, incluidas 131 cirugías.
Congestión para recibir atención médica
Se estima que se atenderán 2.500 personas en Riohacha, a 91 kilómetros de la frontera con Venezuela, en parte porque el mar picado significa que aquellos que necesitan cirugía no pueden ir en masa en barcos más pequeños.
La llegada masiva de venezolanos ha congestionado el sistema de salud colombiano, especialmente en las ciudades fronterizas, donde los pacientes pueden esperar meses para recibir atención básica.
“La crisis migratoria ciertamente ha jugado un factor”, dijo a periodistas el capitán William Shafley, después de la ceremonia de apertura. “Estamos aquí para ayudar al gobierno colombiano y su sistema de salud obviamente congestionado”, agregó.
Colombia, que ha recibido cerca de un millón de inmigrantes venezolanos, podría albergar cuatro millones para el 2021, según estimaciones del gobierno.
Muchos cruzan la porosa frontera terrestre de 2.219 kilómetros entre los países sin documentación, dirigiéndose después a otras naciones de América Latina como Ecuador y Perú.
Fuera de la sala de odontología, Yessica Epiayu, de 29 años y miembro de la comunidad indígena Wayuu, contenía a sus seis hijos, de 3 a 11 años, mientras se turnaban para recibir la limpieza.
Su hijo mayor Orlando sonrió ampliamente, mostrando con orgullo un espejo dental que recibió de regalo.
Algunas cirugías requieren demasiado seguimiento para realizarse en el barco y se remiten a las autoridades locales.
La venezolana Belkis Chirino, de 29 años, exgerente de un restaurante, había esperado que su hija Jade de 11 meses pudiera someterse a una cirugía pélvica para garantizar que caminará a pesar de una deformidad congénita.
Pero los médicos necesitan más radiografías y el procedimiento, que puede dañar algunos nervios, requerirá un tiempo considerable en el hospital.
“Por lo menos aquí van a dar un ayuda a mis hermanos venezolanos. Yo, agradecida, aún si no la van a operar”, dijo Chirino.
Pero otros como Vilchez, la madre de Kamila, tienen buenas noticias. Los riñones de su hija se están volviendo más saludables y un nuevo medicamento ayudará a aliviar sus otros síntomas.
“Me parece una maravilla”, dijo mientras agarraba la bolsa marrón de la farmacia y a Kamila en sus brazos. Reuters