A Alejandro Andrade, el extesorero de Hugo Chávez con vida de aristócrata en Miami, lo han condenado a diez años en prisión. Parece poco para uno de los que saqueó el país. Pero, al parecer, anda colaborando con la Justicia americana.
Van también contra Raúl Gorrín, el propietario de la compañía de seguros La Vitalicia y el medio Globovisión, acusado de favorecerse ampliamente del sistema cambiario en Venezuela y de sobornar con mil millones de dólares al mismo Andrade para obtener beneficios.
Luego de tanto sufrimiento y horror, el desplome de estos acomodados a punta de la miseria, será una recompensa. Que, ciertamente, no resarcirá los daños, pero llenará a todos de un grato schadefreude. Y, también, de la sensación de que la justicia existe.
Pero como están cayendo, andan hablando. Cantando, más bien. The shit has hit the fan. Y el ventilador anda prendido. Salpica a muchos. Porque se entiende que Gorrín y Andrade han metido su dinero en demasiados bolsillos —hasta de supuestos amigos—.
Y como hemos comprado el ticket en un incómodo recital, nos encontramos con algunos que proponen transigencia. Que piden ternura con quienes menciona el tenor. Pero no. No puede haber.
La trama Gorrín-Andrade ha abierto una cloaca de la que se asoman nombres como el de Osmel Sousa, algunos diputados de la Asamblea Nacional, dueños de medios de comunicación —como El Cooperante—, y hasta periodistas respetados, queridos y bastante opositores como Sergio Novelli y Luis Chataing —a quienes el hijo de Alejandro Andrade mencionó en su cuenta de Instagram como posibles favorecidos de empresas de Raúl Gorrín—.
La última parte del recital es sencilla para los oyentes. Habrá que esperar a que se terminen de nombrar a los implicados. También habrá que exigir que todos salgan de las fauces de los delatores. Presumiendo, por supuesto, la inocencia de cada individuo.
Pero, una vez determinado quién se ha beneficiado del asalto a la nación, el repudio debe ser tajante. Entonces, no hay grises. Entonces, el rechazo debe alzarse. También la justicia.
Porque esa candidez, extrema tolerancia, gentileza al usar las palabras, con los anillos de sablistas que rodean a los Gorrín, Andrade, Betancourt, D’Agostino y demás saqueadores del país, se vuelve intolerable y, también, secuaz de la devastación de Venezuela.
Claro. Como andan por ahí saqueadores (criminales) con amistades, estrechándose manos, sin recibir el repudio de las gentes, es que el pillaje sigue siendo una actividad provechosa.
Porque aún tienen quién se monte en sus yates. Quién comparta con ellos las langostas y el buen champán. Porque los demás, aunque no son correligionarios y en sus redes se digan víctimas o mártires, no saben negar los paseos en avionetas y el caviar. Indignos, también. Que merecen el máximo repudio, tanto como los delincuentes.
Al final, qué tan trastornado y retorcido debe ser un individuo para seguir tratando a quien ha saqueado a toda una nación. Para no sentir grima por el responsable de la muerte de cientos de miles. Del desarraigo de millones. Del desmembramiento de incontables.
En cuanto a principios y dignidad no hay grises. Y en esta discusión se han acabado. Toca ser el que se aparte y el que denuncie. Incluso a quienes consideró amigo.