La batalla por Europa, Ángel Rafael Lombardi Boscán

La batalla por Europa, Ángel Rafael Lombardi Boscán

Angel Lombardi Boscán @LOMBARDIBOSCAN

“La guerra es un homicidio en gran escala, disfrazado de una suerte de culto sagrado, como el sacrificio al dios Baal”. Igino Giordani, (1894-1980)

El principal derivado de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) fueron los 8.500.000 de víctimas de una tragedia que marcó la conciencia y memoria de unos europeos demasiado acostumbrados a la matanza desde tiempos inmemoriales, algo común por cierto, desde la Biblia para acá.

Todo acabó por la fatiga. Tanto es así que los vencedores: Francia, Inglaterra, Italia y los Estados Unidos tampoco tuvieron ánimos de conquistar Berlín, sede y cerebro de la maquinaria de guerra germánica celosa del colonialismo terrófago y oceánico de sus vecinos. Alemania, la principal potencia industrial de la época, se rinde no por causas económicas, étnicas o políticas como sí fue el caso del hundimiento de la Rusia zarista en el año 1917 con la toma del poder de los bolcheviques, se rinde porque militarmente fue derrotada. “Las causas militares, y solo ellas, fueron las determinantes. El alto mando temía la ruptura del frente de un día a otro. La firma del armisticio corroboró la derrota, pero permitió evitar el completo desastre”. Esto lo ha manifestado Pierre Renouvin (1893-1974), historiador francés en un libro clásico sobre el tema en cuestión.





Alemania perdió 1.800.000 hombres y todas sus conquistas tanto en el frente oriental como el occidental tuvieron que ser devueltas a los vencedores. Se dice tradicionalmente que mantener dos frentes de guerra abiertos fue la principal causa de la derrota alemana. Visto en perspectiva hoy ya no me parece que ésta cuestión haya sido tan determinante. El ejército alemán terminó por derrotar tanto al ruso como al francés e inglés ya que trasladó las principales batallas dentro de los territorios de sus enemigos. Incluso, Hitler en su libro “Mi Lucha” (1925) arguyó que de volver Alemania a una guerra en Europa bajo su liderazgo no se volvería abrir dos frentes de batalla a la vez, algo que por cierto, tampoco respetó. Y no lo hizo porque la fiebre de la victoria nubla cualquier análisis objetivo.

Lo que no pudieron hacer Erich Ludendorff (1865-1937) y Paul von Hindenburg (1847-1934), principales estrategas de Alemania, fue quebrar la resistencia final de la Triple Entente estando París y Moscú cerca y a la vez muy lejanas. Una guerra de trincheras sin gloria basada en el desgaste de cargas a la bayoneta suicidas y que las balas de las ametralladoras aplastaban hicieron idear nuevas armas y tácticas de lucha. El avión apareció y empezó su valorización aunque el poder de fuego era apenas rudimentario; su utilidad mayor fue como medio esencial de reconocimiento en la retaguardia de los enemigos. En cambio la aparición de las armaduras andantes, de los tanques y blindados, revolucionó todas las formas tradicionales en que se venía considerando la lucha terrestre, aunque su auge explosivo tendrá que esperar hasta la Blitzkrieg en Polonia en el año 1939. Las batallas náuticas entre acorazados y destructores apenas se produjeron por el temor mutuo a una destrucción asegurada. Sólo en Jutlandia, en el Mar del Norte, hubo una gran confrontación entre alemanes e ingleses de resultado incierto. El dominio de los mares siempre fue de Inglaterra, de hecho, su predominio mundial lo fue gestando a través de la hegemonía de la Royal Navy sobre todos sus principales competidores luego de su determinante triunfo en la Guerra anglo-española (1585-1604) cuando la Armada Invencible de Felipe II (1527-1598), emperador de España, intentó invadir Inglaterra y fracasó. Desde entonces toda la geopolítica inglesa se soportó en el control mercantil y militar de todos los océanos del mundo.

De hecho, la estrategia de Londres para contribuir a la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial fue la de imponer el “Bloqueo Continental” buscando asfixiar el esfuerzo de la retaguardia alemana en manos de los civiles trabajadores en fábricas y campos. Algo parecido, aunque al revés, intentó Napoleón Bonaparte (1769-1821) luego del fracaso en Trafalgar en 1805 que impidió otro asalto a las islas británicas. El Alto mando alemán ante la superioridad naviera de Inglaterra respondió con la guerra submarina. Estos lobos del mar causaron grandes pérdidas al tonelaje aliado y también de los neutrales, siendo uno de los motivos esgrimidos por el Presidente Wilson para justificar el ingreso de los Estados Unidos en la guerra a partir del año 1917. El estado mayor de la marina alemana estimó en el año 1916 que si sus U-Boot podían hundir 600.000 toneladas mensuales podrían estrangular la economía inglesa, previsión ésta imposible de alcanzar por las nuevas medidas defensivas de los convoyes cada vez mejor preparados para repeler los ataques por sorpresa de los submarinos.

La Primera Guerra Mundial, paradójicamente, no resolvió los asuntos pendientes de sus principales instigadores. El tema nacionalista junto con el ardor patriótico siguió inflamando los orgullos heridos y estropeados de poblaciones enteras que no se resignaron a morir en vano, aunque esto haya sido en realidad lo que les pasó. Los vencedores, básicamente Inglaterra y Francia, aunque sobretodo Francia, hicieron de la Paz una venganza pactada que la Sociedad de Naciones, la antecesora de la Organización de las Naciones Unidas, nunca pudo garantizar sin sobresaltos. Los Estados Unidos, así como intervinieron fugazmente, y con efectos decisivos, volvió a su tradicional política aislacionista: Europa aún no le interesaba como espacio para concretar su Destino Manifiesto. Su prioridad, hasta ese entonces, siempre lo fue su “patio trasero” caribeño y latinoamericano.

Con la Primera Guerra Mundial el imperio Austro-Húngaro desapareció. Y el imperio Otomano quedó diezmado propiciando las revueltas árabes en el Medio Oriente monitoreadas a través de agentes ingleses como el cinematográfico Lawrence de Arabia (1888-1935) inmortalizado en una película del inglés David Lean (1908-1991). Italia logró estar al lado de los vencedores pero sus disputas territoriales con los austro-húngaros diríamos que fueron domésticas, ambos ejércitos fueron mucho más modestos con relación a los principales contendientes. Aun así, hay en éste tema algo que me afecta en lo personal: y es que en la Batalla de Capporeto, en los meses últimos del año 1917, se enfrentaron el ejército austro-alemán y el italiano, siendo uno de los mayores desastres militares italianos en toda la guerra. En esa sangrienta y estúpida batalla murió a la edad de 18 años el hermano mayor de mí abuelo paterno de nombre: Angelo, que a su vez le puso a mí padre el mismo nombre como homenaje del hermano caído. Acostumbrados como estamos a “leer” historia como sí lo ocurrido sea una asepsia indolora, hay que referir que ese dolor de una existencia fugaz como el viento (Eclesiastés) no logra ser abatido por consideraciones nacionalistas de ninguna índole.

Por estos días ayudaba a mí hijo de 13 años, Alejandro Rafael, con una tarea en la materia de Historia de Segundo Año de Bachillerato que llevaba como título: “La Patria como recompensa” que hacía alusión al nacimiento de Venezuela luego de la disolución de la Gran Colombia en el año 1830 con el consiguiente desastre que representó la deriva autoritaria y anárquica del caudillismo destructor iniciado por José Antonio Páez y haciendo de nuestro siglo XIX un siglo perdido. El enfoque de la escuela no sólo es pernicioso sino completamente manipulador. En nombre del patriotismo los grandes crímenes nacionales se encubren y glorifican.

No hay duda que las guerras contradicen el proyecto humano y que quienes las han padecido han transitado el infierno sin necesidad de que Dante Alighieri (1265-1321) se los recree en la “Divina Comedia”. El infierno son los hombres y sus maldades, y sobre todo, los dirigentes políticos y líderes nacionales o corporativos que juegan con sus intereses sacrificando la vida de sus dirigidos como si se tratara de objetos inanimados. Si no existiera el bien el mal sería algo irrelevante. Así que lo del Armisticio, la Paz y el Tratado de Versalles en el año 1919 sólo fue una tregua entre naciones que se batieron a muerte haciendo del odio la manera privilegiada de relacionarse. A propósito de esto último, y es otra digresión, acabo de terminar de ver: “Hatfields & McCoys” (2012), una miniserie de tres capítulos bajo los auspicios de History Channel sobre dos familias rivales de West Virginia y Kentucky durante y después del fin de la Guerra Civil Americana (1861-1865) que se dedicaron a exterminarse sin pausa y con mucho odio haciendo del rencor una forma de vida sustentada en la destrucción más implacable y denodada bajo supuestos del honor mancillado y el cobro de la justicia por sus propias manos. Lo terrible de todo esto es que no es ficción: pasó en la vida real, y sigue pasando en sociedades invertebradas como la venezolana actual.

Volviendo a nuestro tema de la Primera Guerra Mundial hay un dato curioso que revela Renouvin y que nos toca a nosotros los “rebeldes primitivos” (Eric Hosbawn, 1917-2012) latinoamericanos con relación a los escarceos diplomáticos de Alemania respecto a México para invitarle a participar en la conflagración como aliado de las Potencias Centrales prometiéndoles recuperar todo el territorio perdido en manos de los Estados Unidos. Nos estamos refiriendo al 55% del territorio de los mejicanos. Ya Alemania había intentado para esa misma época, en el periodo gomecista, negociar la isla de Margarita nuestra como apostadero naval en el Caribe. Recordemos que sí bien Venezuela se mantuvo neutral en la Primera Guerra Mundial y el petróleo nuestro empezó a ser explotado por ingleses y estadounidenses, el tirano Gómez fue germanófilo. Los países en una guerra multidinámica y con tantos frentes de batallas abiertos a la vez procuraban involucrar a los países neutrales a su respectiva alianza. Este aspecto remarca lo de guerra mundial a pesar de que todo el epicentro del conflicto estuvo concentrado en Europa.

Japón, desde el año 1905, cuando la Guerra Ruso-Japonesa, se hizo notar en todo el frente amplio asiático y rivalizó no sólo con los rusos sino con el muy debilitado gigante chino al que no dejó de invadir y diezmar. Japón empezó a desarrollar bajo el ímpetu militarista y nacionalista toda una geopolítica de conquista en la zona que le llevaría finalmente en el extenso Pacífico a exigir el cumplimiento de su particular Destino Manifiesto. Desde el año 1898, bajo el impacto de las Reformas Meiji, se inició un proceso de occidentalización acelerado para alienarse con las principales potencias del mundo en capacidad de fuego y conquista.

Este año 2018 se cumplen cien años del fin de la Primera Guerra Mundial simbolizado por el abrazo de Macron y Merkel. Si bien el gesto se agradece y es un avance histórico importante ya que la paz no tiene sustituto, esas mismas naciones: Francia y Alemania, se dedicaron a desollarse entre sí. No creo que éste abrazo les cause mucha gracia a los millones de parientes que hoy sobreviven a sus muertos, y que en muchos casos, aun les lloran. Las guerras deberían erradicarse completamente y hacer de la Paz Universal un hecho real e indeclinable. Immanuel Kant en 1795 proponía la utopía de la “paz perpetua” entre las naciones del orbe. Hoy, luego de 223 años, la guerra sigue más viva que nunca. Para evitar las guerras sólo bastaría erradicar a los ejércitos y la producción de las armas. Así de sencillo. Como por cierto hizo el socialdemócrata José Figueres Ferrer (1906-1990) en el caso de Costa Rica en el año 1948 bajo el siguiente postulado: “No quiero un ejército de soldados, sino de educadores”. Y desde Europa y los países “avanzados” de la Tierra nos llaman a los latinoamericanos pueblos primitivos. La paradoja es la sustancia de la vida y de la historia.

Según Pierre Renouvin, autor que ya no está en la dimensión de los vivos, aunque inmortal por sus ideas y pensamientos, y con quien hemos estado dialogando provechosamente desde una postura hermenéutica abierta y sin censores, la Primera Guerra Mundial arrojó ésta importante conclusión: el ascenso de dos nuevos poderes mundiales: la URSS y los Estados Unidos. El declive de Francia, Inglaterra y Francia, la Europa de los descubrimientos y del capitalismo global, se concretaría unos años después con otra guerra, aún más cruel y mortífera, entre los años 1939 y 1945. La URSS y los Estados Unidos terminarían ganando la “Batalla por Europa” e impusieron las condiciones de los que mandan por la fuerza a través de la bomba atómica y sus ejércitos delineando la geopolítica mundial de toda la segunda mitad del siglo XX e incluso hasta la misma actualidad. Esto no nos debe sorprender ya que es lo usual en la política de bandidaje internacional entre las naciones. Sólo que los vencedores son capaces de mutar el mal en bien, y sólo basta un ejemplo terrible de esto: Hiroshima y Nagasaki.