Aquel 27 de agosto de 1984 era soleado y estaba muy caluroso en Jacksonville, Florida en Estados Unidos. Tammy y Jennifer Welch, de 10 y 8 años respectivamente, salieron a jugar en el jardín de su casa. Disfrutaban del último día allí ya que su padre -oficial de la Armada de los Estados Unidos– había sido asignado a una base naval y toda la familia lo acompañaría.
Por Infobae
Una pelota fue el divertimento preferido aquella mañana. La lanzaban una a otra, hasta que finalmente cada una de ellas comenzó a jugar por su lado. Jennifer entró al apartamento. Una media hora después, su madre le pidió que fuera a buscar a Tammy. Al salir, no la halló. Primero encontró sus sandalias rosas. Luego, tras dar vueltas por el edificio la vio.
Estaba tendida en el suelo, sin moverse. Jennifer entró en pánico, corrió hacia su madre a dar el alerta. Tammy había sido estrangulada hasta la muerte. Antes, el homicida la había violado. Nadie, ninguno de los vecinos que estaban esa mañana despiertos en el barrio vio algo. Nada conducía al asesino y los investigadores no llegaron a ninguna conclusión. Si tan solo hubiera algún sospechoso. Pero nada.
El caso se fue desvaneciendo, junto a las esperanzas de la familia Welch de conocer la verdad y encerrar de por vida al monstruo que había terminado con la vida de Tammy.
Casi 30 años después, en 2013, y gracias a una subvención estatal, el caso pudo reabrirse. La Oficina del Sheriff de Jacksonville utilizó la tecnología que no estaba disponible en 1984, se hizo finalmente un arresto. Fue gracias a los restos de ADN que se habían encontrado en el cuerpo de la niña de 10 años. Condujeron a un vecino: James Leon Jackson, de 66 años.
No era la primera vez que Jackson enfrentaba las rejas. Ya había estado preso en cinco oportunidades, pero extrañamente nunca fue sospechoso en el caso. Esta semana, el presunto violador y homicida enfrentará un jurado. Las pruebas contra él son contundentes: además de las pruebas de ADN, habló a un compañero de celda acerca de lo sucedido aquel caluroso verano. El asesino ensayó una defensa: “Era una pequeña niña. No asesinaría a una niña“.
Sin embargo, eso no fue lo más impactante. Durante todos estos años, Jackson tuvo en su piel la prueba más contundente que podría haber resuelto el caso años antes si alguien lo hubiera visto. En su espalda, un tatuaje perturbó a los oficiales que lo vieron. En tinta había impreso: Tammy Welch 1984.
Tenebroso. Jackson se había tatuado en su espalda la identidad de su víctima. De nuevo: tenebroso.
En 1984 cuando fue entrevistado -como el resto de los vecinos- Jackson dijo que esa noche estuvo fuera de su casa. Llegó a la mañana siguiente, habló brevemente con su sobrino y se fue a dormir. Estaba solo en el apartamento porque su esposa se había marchado. En 2002 todos los vecinos fueron nuevamente entrevistados por la policía. El hombre reiteró su historia.
En 2013, gracias a las técnicas de identificación de restos de ADN, Jackson fue finalmente detenido. Fue acusado del asesinato y violación de Tammy. Cuando el caso pasó al sistema judicial, los abogados del sospechoso intentaron argumentar que no estaba apto para el juicio debido a que tenía un coeficiente intelectual de 68 y demencia. Sin embargo, cinco años después la corte determinó lo contrario.
Cuando fue interrogado acerca del tatuaje, la explicación fue poco creíble. Dijo que alguien sin su conocimiento se lo había dibujado y que como era la parte baja de su espalda le resultó imposible leerlo.