Desde ayer, y durante 30 días, las banderas ondean a media asta en EE.UU. en recuerdo del hombre que presidió el país durante el final de la Guerra Fría y la caída de la URSS. Antes de mediodía, bajo un cielo lluvioso, un oficial arrió con pompa la que domina el cielo de Washington desde lo alto de la Casa Blanca, que George Herbert Walker Bush ocupó apenas cuatro años, pero cuatro años trascendentales para el siglo XX. Así lo reseña abc.es
Bush (Milton, Massachusetts, 1924), presidente número 41 y padre del presidente número 43, murió el viernes por la noche en su casa de Houston, a los 94 años. Desde hacía años padecía de un Parkinson que le confinó a una silla de ruedas con la que viajó por todo el mundo hasta la muerte de su mujer, Bárbara, en abril. Era un hombre de espíritu aventurero y hasta cumplir los 90 celebró buena parte de sus cumpleaños lanzándose en paracaídas desde aviones.
Su hijo, George, también expresidente, anunció la muerte a través de un comunicado: «George H. W. Bush fue un hombre de gran carácter y el mejor padre que un hijo o una hija podrían tener». Deja, además de a George, a otros cuatro hijos, incluido Jeb, que fue gobernador de Florida y quien compitió con Donald Trump por la nominación republicana en las elecciones de 2016.
El actual presidente, que en el pasado no ha huido de la polémica ni siquiera con quienes acaban de fallecer, ha optado en esta ocasión por la gratitud y el reconocimiento. Además de la bajada de banderas, el 5 de diciembre será día de luto nacional en todo el país. Quedan en suspenso, de momento, las viejas rencillas entre la estirpe Bush y Trump, quien ayer dijo desde la cumbre del G-20 en Argentina que «los logros de Bush fueron grandes del principio hasta el final».
Todos, absolutamente todos los líderes políticos tuvieron ayer palabras de afecto hacia un estadista que era conocido por su mesura y buen carácter. Barack Obama le despidió como «un patriota y un humilde servidor de América». Jimmy Carter dijo que su Gobierno se caracterizó por su «generosidad, civismo y conciencia social».
El que más afecto mostró, sin embargo, fue Bill Clinton, que sucedió a Bush padre en la Casa Blanca en 1993 y que desde el traspaso de poderes le ha profesado una gratitud eterna: «Estoy profundamente agradecido por cada minuto que pasé con el presidente Bush y siempre consideraré nuestra amistad como uno de los regalos más grandes que me ha podido hacer la vida».
Diez días de ceremonias
El último presidente en morir fue Gerald Ford, en 2006. Como en aquella ocasión, Bush padre recibirá un funeral de Estado, para el que todavía no hay fecha: habrá un velatorio en el Capitolio y una misa en la Catedral Nacional de Washington. Bush era protestante, de niño fue criado en la fe episcopal y en los últimos años se convirtió al evangelismo. Después será enterrado en su biblioteca presidencial en la localidad de College Station, en Tejas. En total, estas ceremonias pueden durar entre siete y 10 días.
Al funeral acudirá Trump, que no asistió al de Barbara Bush en abril, al que sí acudieron Obama, Clinton y sus respectivas mujeres. El actual presidente no fue invitado el 1 de septiembre al entierro del senador republicano John McCain, con quien estaba enemistado.
Lo cierto es que Bush era en el Partido Republicano todo lo contrario que Trump: un hombre de Estado, centrista, moderado, capaz de entenderse con republicanos y demócratas, un político versado en el Capitolio, que fue embajador ante la ONU, director de la CIA y vicepresidente. Era, además, el último comandante en jefe que sirvió en el ejército durante la II Guerra Mundial.
A pesar de su brevedad -sólo gobernó entre 1989 y 1993- su Gobierno fue de importancia capital para la historia de EE.UU.: alumbró, como él dijo en un célebre discurso ante el Capitolio, un «nuevo orden mundial». En aquellos cuatro años cayó el muro de Berlín, se desplomó el Telón de Acero y se desintegró la URSS. EE.UU. quedó como la única potencia mundial, y sobre los hombros de Bush recayó el peso consiguiente.
Su determinación fue puesta a prueba en agosto de 1990: el dictador iraquí Sadam Husein invadió Kuwait y forzó una subida del precio del petróleo. En cinco meses, Bush formó una coalición militar de 35 países que liberó a Kuwait en apenas 100 horas, la llamada Operación Tormenta del Desierto. Entonces, Bush se vio ante un dilema que luego tendría consecuencias decisivas para EE.UU.: ¿Debía seguir a Husein hasta Bagdad y forzar un cambio de régimen? Optó por no hacerlo. Su hijo, una década después, culminaría la misión, con la excusa de las armas de destrucción masiva.
Bush fue el último presidente republicano moderado en asuntos sociales y política fiscal. Su mujer apoyaba el aborto, y esto casi le cuesta la nominación en la Convención Republicana de 1996. Nunca tuvo buenas relaciones con los grupos cristianos evangélicos que forjaron una alianza con su hijo y auparon a este a la presidencia en 2000. Aunque prometió no subir los impuestos, acabó haciéndolo para capear una recesión. Aquello le brindó la victoria a Clinton en 1992, con el lema «es la economía, estúpido».
Es curioso que de todos los presidentes con los que Bush coincidió en vida, con el que mantuvo unas relaciones más frías fue con Ronald Reagan, de quien fue vicepresidente y al que sucedió en la Casa Blanca. Ambos habían competido por la nominación en 1980 y sellaron una alianza de conveniencia, que nunca se convirtió en amistad.