Nicolás Maduro insiste en decretar aumentos compulsivos del salario mínimo, las pensiones, cestatickets y los bonos que periódicamente les entrega a las personas con carnet de la patria. Por qué lo hace, si sabe que tras esos incrementos -en nada relacionados con la expansión de la productividad y la producción de bienes y servicios- la inflación se acelera. Decir que es un ignorante irresponsable, no resulta suficiente. Es cierto que, como Chávez, Maduro siente un profundo desprecio por la ciencia económica. Considera que la economía puede ser sometida por la política y obligada a obedecer las órdenes que dicta el partido y el gobierno.
El voluntarismo constituye un arraigado prejuicio de la izquierda cerril. La ley de la oferta y la demanda, la división del trabajo, la tecnificación y especialización de la fuerza laboral, el desarrollo tecnológico, son todos inventos del capitalismo concebidos para extraer la mayor plusvalía posible a los obreros. Con paparruchas de esa índole desprecian todo el saber y la experiencia mundial acumulada desde la Revolución Industrial acerca del crecimiento económico. A este factor hay que sumarles las sospechas en torno de la propiedad privada y la desconfianza en los empresarios particulares, factores considerados enemigos de la igualdad social.
Al lado de la ignorante soberbia voluntarista típica de la izquierda cavernícola, en el caso de Maduro encontramos que los incrementos de sueldos de manera unilateral le han proporcionado un cierto rédito político. Nunca ha tenido, ni tendrá, el carisma de Chávez. No fue tocado por los dioses para cautivar las masas. Más bien, pareciera ser obra de algún espíritu borlón con deseos de cometer travesuras fatales. Cuando pretende hacer una gracia, inmediatamente se le convierte en morisqueta. Él lo sabe, por esa razón trata de actuar de forma pragmática. Ve las encuestas y actúa a partir de ellas. El aumento de sueldo decretado en agosto le dieron un respiro. Detuvieron su caída en los sondeos de popularidad. En aquel momento, según las principales encuestas de opinión pública, contaba con un nivel de rechazo superior a 80%. Menos de 15% de la población aprobaba su gestión. Con la elevación del salario mínimo a Bs. 1800, unos treinta dólares del mercado paralelo, los porcentajes se modificaron un poco. Un mes después de haberse producido el alza, el margen de aceptación había escalado hasta casi 30%, mientras el rechazo había retrocedido hasta 65%. Siempre en las encuestas aparece un margen de alrededor de 5% que no sabe o no contesta.
Esa subida pronto se desvaneció. La hiperinflación pulverizó las ilusiones De nuevo Maduro volvió a situarse en las mismas cotas de rechazo habituales. Sin embargo, la lección quedó. Los incrementos de sueldo alimentan la esperanza en un sector de la población. Le dibujan a la gente pobre un espejismo que, ciertamente, se desvanece después de un corto período, pero dan una tregua, indispensable para seguir subsistiendo dentro de una atmósfera tan cargada.
El último incremento salarial tiene el mismo sello, aunque al parecer no surtirá el mismo efecto. Maduro busca tomar aliento para pasar por la cita electoral del 9 de diciembre, cerrar 2018 y llegar al 10 de enero de 2019, con cierto grado de aceptación popular. Está consciente de que a partir de enero su situación nacional e internacional será cada vez más precaria. Requiere contar con algunos dígitos que le den soporte a su interés de permanecer en el poder a pesar de su calamitosa gestión al frente del gobierno y al hecho de que las elecciones del 20 de mayo fueron desconocidas por una sólida cantidad de países democráticos, que ahora deberán decidir cuál será su comportamiento frente a un mandatario que diseñó una cita electoral a su medida, con el único propósito de barnizar su permanencia en Miraflores luego del 10 de enero, fecha establecida en la Carta del 99 para el inicio de un nuevo período constitucional.
De ahora en adelante veremos a un Nicolás Maduro cada vez más desesperado por obtener algún tipo de reconocimiento interno entre los sectores populares y de apoyo internacional, que le permitan sortear el temporal. Por ahora, consiguió el respaldo de Erdogan, el impresentable dictador turco, quien le prometió darle apoyo financiero. Turquía no se encuentra en condiciones de suministrarle respaldo significativo a una nación que necesita más de cien mil millones de dólares en inversiones para recuperar la planta industrial, mejorar los servicios y recuperar la infraestructura. El respaldo de Rusia y China será para aliviar las penas más doloras, de ningún modo cubrirá el costo del gigantesco desastre creado por la corrupción y la incompetencia.
El nuevo aumento salarial no le dará un segundo aire al maltrecho Maduro. Aún no se ha hecho efectivo, y la devaluación del bolívar y la inflación lo devoraron. Hay que esperar que en los primeros días de enero anuncie otros incrementos aún más destructivos. Nada de lo que haga le concederán la legitimidad y la popularidad que busca. No hay sueldo populista que valga.