Cuando las elecciones en Venezuela ya no importan

Cuando las elecciones en Venezuela ya no importan

 EFE/Miguel Gutiérrez

 

 

Después de 20 años de Revolución Bolivariana, que llevaron al país a la peor crisis latinoamericana, los venezolanos no saben qué hacer: ¿ir o no a las urnas?. A continuación el reportaje que publica El Espectador

Por Ronal F Rodríguez /El Espectador

Hace 20 años, un líder antipartido, anticlase política, que decía representar a los sectores populares y alzaba la voz por aquellos que se habían desencantado de la democracia bipartidista era electo como presidente de Venezuela. Hugo Rafael Chávez Frías, el hombre que saltara a la vida pública por las intentonas de golpe de Estado de 1992 y fuera sobreseído por el presidente Rafael Caldera, se convertiría en el primer fenómeno político latinoamericano del siglo XXI.

La legitimidad del proyecto político de Chávez se sustentó en un modelo de democracia plebiscitaria, que en menos de dos años lideró cinco procesos electorales: Presidenciales de 1998; el Referéndum para convocar a una constituyente; la elección de la Asamblea Nacional Constituyente; y el referéndum aprobatorio de la nueva Constitución, tres procesos en un solo año, 1999, y resultando victorioso en todos. Para el año 2000, llamó a la refrendación de todos los cargos de elección popular, en el marco de una nueva Constitución.

En aquellos años se afirmaba que el sistema político venezolano dejaba de lado la democracia representativa, controlada por los viejos partidos y se convertía en una democracia participativa y protagónica, que hacía del voto el instrumento transformador de la sociedad. Entonces surge la pregunta: ¿Cómo ese proyecto político, legitimado en las urnas y transformador, ha hundido a Venezuela en la peor crisis de su historia?

La narrativa chavista se ha encargado de idealizar los primeros años y construir una historia donde el resultado del desastre es a causa de una confabulación internacional, que ante el temor que despertaba en viejas élites, y en orquestación con el capital internacional siempre tan interesado en el petróleo venezolano, decidieron aislar y destruir todo lo que Chávez creó.

Aun hay lugares en América Latina y en Europa donde sectores de la vieja izquierda defienden la Revolución Bolivariana e increpan a todo aquel que habla sobre la crisis que vive Venezuela. Otros, un poco más moderados, responsabilizan a Nicolás Maduro y diferencian las gestiones argumentado que el proyecto perdió el rumbo y que el sucesor sucumbió a los intereses corruptos.

Otra versión argumenta que, si bien el Chávez de los primeros años ganó los procesos electorales, la democracia es mucho más que elecciones. De los tres procesos electorales que dieron vida a la Constitución de 1999, los tres tuvieron una abstención superior al 50 %, y se hicieron ajustes en las circunscripciones y reglas del juego para imponer el proyecto, hasta los tradicionales medios de comunicación apoyaron el nuevo aire que representaba Chávez. Una mezcla de apatía ciudadana, desgaste de la democracia partidista y percepción corrupta del Estado y la política fueron la patente de corso para que Chávez transformara a Venezuela.

En efecto, la democracia es mucho más que las elecciones o la ingeniería electoral es mucho más que la mayoría de los que participan en los comicios, las elecciones legitiman a los elegidos, pero el proceso democrático ocurre cuando esos elegidos construyen los consensos que orientan la acción del Estado, del gobierno y de las diferentes autoridades nacionales y locales. La lección que deja el caso venezolano para el resto de América Latina es que la democracia no se restringe a las elecciones.

De los 20 años que cumplió la Revolución Bolivariana, el pasado 6 de diciembre, 13 años fueron electorales. Durante 13 años se celebró algún tipo de comicios, consulta o referendo, 13 años de campaña y certámenes electorales, pero ello no se tradujo en una mayor democracia. Por el contrario, la posibilidad de construir consensos y de llegar a acuerdos se esfumo en el marco de una polarización y la imposición de una visión única.

Afirmar que se cambiaron las reglas del juego, que se limitó la libertad de expresión, que se persiguió a los que diferían o pensaban distinto o simplemente expresaban algún tipo de duda o reserva es llover sobre mojado. Al deterioro democrático, lo siguió el deterioro de un modelo económico diseñado para sostenerse en el poder sobre una base clientelar, a su vez siguió el deterioro de las relaciones sociales, de la salud, de la educación, de la seguridad, el deterioro del país.

Después de 20 años, los resultados son lamentables, Venezuela esta colapsando, la crisis económica es la peor de la historia Latinoamericana; y, si las cosas continúan en la misma dirección, se convertirá en la peor del mundo, pocos países retroceden, involucionan a la velocidad que lo ha hecho Venezuela. En materias sociales, salud o educación, el país esta en condición de asistencia humanitaria y se ha convertido en la segunda crisis migratoria global por encima de países que están guerra.

Veinte años después se celebran unas elecciones que a nadie le importan, hoy los venezolanos eligen a los concejales municipales, la expresión más fehaciente de la democracia, los funcionarios de elección popular más cercanos al ciudadano, los que resuelven los problemas de la cotidianidad, los encargados de tramitar las demandas de las comunidades en sus barrios, en sus calles, en los lugares donde habitan, los que representan los intereses de los ciudadanos.

Pero las elecciones ya no importan. En los tres últimos años, el gobierno de Nicolás Maduro vació de contenido el acto comicial; de qué sirve elegir si el gobierno desconoce el resultado, crea instituciones paralelas que asumen funciones y presupuestos para desconocer la voluntad popular, constriñe o suplanta al elegido por el pueblo. Hasta la elección de la federación de consejos universitarios fue desconocida, como ocurrió en la Universidad de Carabobo este año.

Con la chavista Asamblea Nacional Constituyente de fondo, un suprapoder que todo lo decide, el pueblo venezolano no sabe qué hacer: ir a las urnas, hacer la “cola” o fila, mostrar el “Carnet de la Patria” para poder tener acceso a lo poco que el gobierno le vende, tratar de invalidar el voto, o incluso votar por un concejal que le representa, así el día de mañana desconozcan el resultado, inhabiliten al funcionario, lo amenacen o simplemente cierren el concejo municipal, como lo hicieron con el Concejo Metropolitano de Caracas.

Lo paradójico es que aquellos que llevan 20 años viendo como se desmonta la democracia son los que en América Latina más apoyan este sistema de gobierno. Según la encuesta de Latinobarómetro, los venezolanos la apoyan con 75%, mientras los colombianos solo llegamos al 54%, Chile al 58% o Brasil al 34%. En 1999, solo el 57% de los venezolanos apoyaban la democracia, y hoy cuando las elecciones ya no importan, cuando sus resultados son desconocidos, aún hay ciudadanos que salen a votar por sus representantes.

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