La democracia aporta el ingrediente más preciado por los tiranos: legitimidad. Un gobierno que se origina en las preferencias del pueblo es más legítimo y, por lo tanto, menos vulnerable que un régimen cuyo poder depende de la represión. Así, aun cuando sean fraudulentas, las democracias generan algo de legitimidad, aunque sea transitoria.
Una interesante paradoja de la política mundial en estos tiempos son las extraordinarias contorsiones que hacen algunos autócratas por parecer demócratas. ¿Por qué tantos dictadores montan elaboradas pantomimas democráticas a pesar de que saben que, tarde o temprano, se revelará la naturaleza autoritaria de su régimen?
Algunas de las razones son muy obvias y otras no tanto. La más obvia es que, cada vez más, el poder político se obtiene -al menos inicialmente- por los votos y no por las balas. Por ello, los aspirantes deben mostrar gran devoción por la democracia, aunque esa no sea su preferencia. La otra razón es menos evidente: los dictadores de hoy se sienten más vulnerables. Saben que deben temerle a la potente combinación de protestas callejeras y redes sociales. La mezcla de calles calientes y redes sociales encendidas no le sienta bien a las dictaduras. Quizás por eso, guardar las apariencias democráticas les tonifica.
La democracia aporta el ingrediente más preciado por los tiranos: legitimidad. Un gobierno que se origina en las preferencias del pueblo es más legítimo y, por lo tanto, menos vulnerable que un régimen cuyo poder depende de la represión. Así, aun cuando sean fraudulentas, las democracias generan algo de legitimidad, aunque sea transitoria.
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