El pesado fardo de atraso y privaciones se acumula sin pausa sobre la espalda de los venezolanos, año tras año. El que ahora termina ha sido el peor, pero el que viene anticipa mayores males –innecesario enumerarlos- a menos que se interrumpa la senda de miseria trazada por quienes nos gobiernan. La existencia del país es desoladora. Semeja un mal terminal. Admitamos que las naciones no desaparecen. Pero nuestro conglomerado humano, el de la presente y próximas generaciones, pierde cada día la cohesión y la capacidad de progresar, condiciones inherentes a la supervivencia de cualquier nación. No desaparecemos, pero Venezuela ya luce como una mancha imprecisa en el mapa del continente. Se desdibuja su presencia cultural, económica, científica…. Destejidos también lucen sus núcleos familiares por el doloroso éxodo…
Está en nuestras manos construirle un final distinto a esta historia. Es menester combatir esa obscura psiquis colectiva que, al pesimismo de la razón, le suma también el del corazón. Terrible actitud. La resignación es el primer adversario a vencer. Es imperativo que todos entendamos esta situación como un desafío: nos enfrentamos a un enemigo, no a un destino. Es falaz la invocación de la suerte de los cubanos como analogía del devenir que condena por igual a los venezolanos. Ni el marco histórico, ni la geopolítica, ni los actores, ni las condiciones de arribo de la dictadura castrista se asemejan a lo que nos aqueja.
Un mejor futuro es de nuestra exclusiva responsabilidad. Es cierto que contamos con el significativo apoyo de decenas de naciones democráticas, pero únicamente los venezolanos podemos ser los reales protagonistas de un cambio. Por ello, aunque parezca una manoseada invocación, tenemos que insistir en restaurar la Unidad de nuestras fuerzas democráticas y trazar una hoja de ruta única. Por allí han de pasar cualesquiera formas de lucha que emprendamos, si queremos triunfar en reconquistar justicia, progreso y libertad.