La estrategia del gobierno contra la oposición a partir del glamoroso triunfo de diciembre de 2015 funcionó con la eficacia de relojero suizo. Las metas las cumplió plenamente. Hoy tenemos una oposición dividida, con grupos que rivalizan con encono. Los líderes se encuentran presos, en el exilio y amenazados; los partidos emergentes, especialmente Primero Justicia y Voluntad Popular, fueron desarticulados: su máxima dirigencia fue condenada al ostracismo. Un Nuevo Tiempo envejeció de forma acelerada y atropellada. Las demás organizaciones parecen vivir en estado larvario. La MUD se disolvió sin que sus dirigentes tuvieran el coraje del explicarles a sus millones de devotos seguidores qué había pasado y por qué se había extinguido. La alternativa que significó Henri Falcón se desvaneció. El régimen logró que la inmensa masa de ciudadanos descontentos con el gobierno, más de 80% del país, se desencantara de la vía electoral y vea el voto con desconfianza.
Este panorama desolador, sin embargo, no retrata toda la oposición. Hay un sector muy dinámico que no se resigna a dejarse vencer ni confundir por los lineamientos definidos por el eje La Habana-Caracas. Allí se encuentran los integrantes del Frente Amplio Venezuela Libre, quienes con mucha más voluntad que fuerza real intentan mantener viva la esperanza en el cambio que rescate al país del abismo en el que Maduro la hundió. El Frente y la gente de Plan País trabajan en definir un programa que permita la transición entre la calamidad actual y esa Venezuela próspera y equitativa que la mayor parte de los venezolanos aspiramos.
El proyecto del país que los demócratas queremos conviene dibujarlo de modo que Venezuela no dé un salto al vacío el día que Maduro salga del poder. Uno de los rasgos más negativos de quienes gobiernan es la improvisación con la que ejecutan sus acciones en el campo de las políticas públicas. Este talante se transforma cuando diseñan medidas para perpetuarse en el poder. Allí, gracias a los cubanos y compañía, son de una eficiencia envidiable.
En el modelo de país que deberíamos convertirnos han venido trabajando distintos grupos, en Venezuela y en el exterior. Lo que esos grupos tendrían que hacer es ponerse de acuerdo, de modo que definan un solo programa que pueda ser adoptado por el eventual nuevo gobierno.
El futuro se ve muy claro. Lo que pasa es que luce remoto porque el presente se muestra confuso y desolador. El país vive un proceso de desintegración y la oposición no aparece como una opción de cambio confiable y creíble. Los informes de fin de año de Fedecamaras, Fedeindustria, Consecomercio y otros gremios y sindicatos que agrupan a industriales, comerciantes y trabajadores, no parecen reportes, sino autopsias de un cadáver en avanzado estado de descomposición. Hablan de un país descuartizado por la incompetencia y la corrupción gubernamental. En 2018, además, se disparó el éxodo de venezolanos. Nos estamos quedando sin mentes ni manos. La gente de todos los estratos sociales, profesionales, técnicos y laborales, huye despavorida ante la ruina y, sobre todo, la indolencia del gobierno. Lo único que Maduro propone es mayor reparto de dinero, no de riqueza, y más represión. Intenta construir un país de mendigos, viejos y atemorizados.
A esta nación concreta, destartalada y sometida a una cúpula militar-cívico inescrupulosa y avara, la oposición le ofrece la Tierra Prometida, una vez que se haya cruzado el Jordán. Pero, ¿cómo este pueblo empobrecido e inerme puede atravesar el mítico río si los timoneles no saben cómo surcar las aguas y están empeñados en destruirse mutuamente las naves? La Tierra Prometida en esas condiciones resulta inalcanzable, por bien elaborados y coherentes que hayan sido elaborados los planes de transición.
Para salir del régimen de Maduro resulta vital que los dirigentes políticos, quienes se encuentran en el país y quienes fueron aventados al exterior, se pongan de acuerdo en un programa mínimo de aspiraciones. A partir del 10 de enero la presión internacional sobre el régimen aumentará. El apoyo con el cual contará Maduro será importante, pero no suficiente para impedir que se produzca una negociación que conduzca a un escenario distinto al actual. China y Rusia son sus aliados, pero también están interesados en cobrar la gigantesca deuda que la nación ha contraído con ellos. Maduro no se encuentra en condiciones de pagarla, ni ahora ni en el futuro. Esa verdad la conocen Putin y Xi JinPing. Un acuerdo por múltiples bandas, en el que participen los factores internacionales de mayor peso, puede obligar a Maduro a buscar una salida concertada, que pueda darse dentro de un escenario pacífico y electoral.
Para que tal entorno sea factible, se requiere un interlocutor válido. La MUD dejó de existir. El Frente da sus primeros pasos. La dirigencia, tiene que llegar a acuerdos mínimos de convivencia que le permitan reconstituir una plataforma unitaria bajo la consigna común: elecciones generales con un nuevo CNE. Esta meta es posible alcanzarla con la presión interna y el respaldo internacional.
@trinomarquezc