Hoy estamos donde muchos no creíamos que volveríamos estar. De repente, tras un 2018 de silencio ensordecedor, la esperanza, tal cual vieja amiga, nos ha envuelto y nos hace recordar que ser libres es posible. Ese es el sentir del pueblo venezolano en un año nuevo donde el mundo reconoce a la tiranía por lo que es, tal como congratula a los demócratas que están llamados a ejercer la representación legítima de la nación.
Sin embargo, en estas horas delicadas pero vitales, la esperanza halla una compañera vil en la ansiedad y en la expectativa. Han sido veinte años de opresión. Ha habido mucho fracaso. Nosotros sabemos quién es quién en Venezuela, inclusive en el seno de la mismísima Asamblea Nacional que, para nuestra fortuna o desgracia, es la única institución que es democráticamente legítima para las naciones civilizadas. Por ello, es que para muchos de nosotros es tan difícil creer que podamos llegar a puerto seguro, a la tan anhelada Transición.
En tal sentido, partiendo de una profunda introspección, pienso que es válido decir que tanto el optimismo como el fatalismo tienen sus argumentos, por cuanto la oportunidad institucional e internacional para la libertad de Venezuela es clara como agua, pero los factores opacos y las duplicidades opositoras ponen en tela de juicio el aprovechamiento de una circunstancia propicia. El resultado de que ambas realidades coexistan es que, por una parte, surja de nosotros solidaridad y unión entorno a la Presidencia Interina de Juan Guaidó, mientras que por otra, emerja desdén, escepticismo y discordia ante una posible farsa.
A los efectos de superar tal impase es necesario mantener la cabeza fría y reconocer que cada uno de los venezolanos, tanto aquellos investidos con autoridad como los que no, tienen una responsabilidad ineludible. En esta encrucijada que nos atañe el punto clave es HACER LA DIFERENCIA, así en mayúsculas. No más pasividad, ni gatopardismos, ni perdernos en dimes y diretes. El año 2019 solo puede ser de independencia si hay unidad de propósito, gallardía, organización y, sobre todo lo demás, la voluntad de EXIGIR (nuevamente valgan las mayúsculas) no solo a los dirigentes, sino también a nosotros mismos, un camino sin retorno hacia la libertad.
Dicho eso, es claro, a nivel de lo específico, qué es lo que queremos del proceso político naciente que estamos atestiguando. Los venezolanos queremos una dirección política unitaria, en su forma más genuina; donde los demócratas podamos nuclearnos sin distingo ideológico. Queremos, sin mayor dilación, que se configure un Gobierno de Transición que asuma progresivamente las funciones ejecutivas usurpadas. Queremos liderazgos visibles y contundentes, no líderes atemorizados escondiéndose detrás de formalismos y comités. Queremos, de forma clara e irretractable, que el Presidente Interino Juan Guaidó oficialice su investidura a través del acto de juramentación, pues un Jefe de Estado debe comportarse como tal y no como un parlamentario más.
La Transición hacia la Democracia impone unos deberes muy difíciles al Presidente encargado. Su Presidencia, dure lo que dure, va a ser la más importante y convulsionada de la nueva República. No obstante, nosotros, los ciudadanos, debemos ser garantes de que el Presidente Guaidó haga lo propio y tenga coherencia. Tal como no hay espacio para la pasividad y el gatopardismo, tampoco lo hay para la devoción irrestricta y los cheques en blanco. Los ciudadanos apoyamos todo lo que sea en pro de nuestros intereses, ni más, ni menos. Lo que sea contrario a nuestro clamor debe enfrentarse a la interpelación ciudadana, a la presión popular y a la crítica férrea.
Al mismo tiempo, por nuestra parte, no caigamos en mesianismos y aboquémonos a lo que tenemos que abocarnos. Seamos agentes de cambio y activistas por la libertad dónde y cómo podamos. Toda irreverencia ayuda. Toda agitación y comunicación contribuye, más aún cuando hay un cerco comunicacional. Considerando lo que se nos viene encima, lo justo es que seamos una ciudadanía activa y consciente.
A manera de conclusión, les pido a mis conciudadanos que no caigamos en la desesperación. Sí, la conjetura es en extremo difícil y cruel. Sí, el camino está cubierto de espinas. Pero tales dificultades no serán en vano, porque el sendero hacia la libertad se está abriendo ante nosotros. Lo sentimos. Lo sabemos. Hay algo diferente en el ambiente que presagia el fin de este horror.
Hacia adelante es que es. Seamos responsables de nuestro destino junto a los aliados de la democracia mundial. Responsabilicemos, en su forma más amplia y severa, a quienes en épocas de tiranía han decidido ser líderes, dirigentes y representantes del pueblo. Apoyemos cuando se haga lo correcto y nunca, pero realmente nunca, nos rindamos.
Nacimos para ver a nuestro país prosperar y reinventarse. Sepámoslo siempre.
@jrvizca