José Moros: Libres al fin

José Moros: Libres al fin

El olor  pólvora, humo de lacrimógenas, de cauchos… era exactamente igual al del resto de los días anteriores. Sin embargo, esta vez las lágrimas que recorrían sus mejillas no eran solo por la irritación de esos gases. Ya su rostro no mostraba la rabia, el arrojo, la convicción que hasta hace pocas horas dibujaba. Era una mirada serena, feliz, un rostro sonriente.

A su alrededor sus compañeros de lucha se abrazaban, llegaba y llegaba gente de cualquier parte hacia donde viera. Y en ese abrazo anónimo, hermanado, sentía que en su pecho ya  no había la opresión que sentía apenas esa mañana.

Y no había militares ni policías de quienes cuidarse, nadie le disparaba, el ruido de motos, tanquetas y sirenas había cesado.





Lo mejor de todo fue que, en ese mismo instante, sus pensamientos no eran acerca de vengarse, atrapar a quienes hasta hace poco eran verdugos para convertirse en prófugos. No, porque la libertad conquistada a costa de valiosas vidas y el sufrimiento de heridos y presos políticos, era para cambiar todo, incluido el odio que fue el motor propiciador de esa locura, esa barbarie recién concluida. Por lo tanto, sería traicionar esos sacrificios si se iniciaba una nueva etapa bajo los mismos términos pero con otros actores.

Fue así como, quienes buscaron cualquier objeto capaz de ser usado para construir barricadas, esta vez se juntaban para retirarlos de las vías y comenzar a limpiar cada calle, cada avenida. No se sabe quién la trajo, ni de donde, pero apareció gran cantidad de pintura, escaleras y de brochas o rodillos. Sin instrucciones, sin dirección, se formó un grupo que comenzó a pintar paredes una a una. Mientras tanto, unos muchachos aparecieron manejando  las “ballenas”, solo que esta vez los chorros eran dirigidos a las calles para lavar los restos carbonizados de barricadas y latas vacías de gases lacrimógenos. Más atrás llegaba una pala mecánica y un volteo para recoger toda esa basura.

El muchacho de tan solo 17 años me miró diciendo: “Ahhh, ¿Esto es la libertad? Yo luchaba por algo que no conocía, pero ahora es que entiendo lo que se siente ser libre, y me gusta más que la rabia y la opresión en que vivía….”

Mientras tanto, paradójicamente, quienes hasta esa mañana eran los reyes del país: Los que fueron detenidos, se conducían cabizbajos, con la mirada perdida, para entrar con esposas a sus espaldas en una de esas tanquetas que fueron usadas para reprimir al pueblo. Otros, buscaban un hueco donde esconderse, con la seguridad de que dentro o fuera del país no podrían vivir la vida que pensaron, pues de nada sirve tener dinero si no sabes cuándo te lo van a decomisar, no puedes exponerte en público porque alguien te puede reconocer, ni dormir tranquilo porque tal vez esa noche allanen el lugar y te apresen. Vivir huyendo, paranoico, por lo que su castigo comenzó en el mismo instante en que  perdieron el poder. Donde quiera que vayan llevan consigo sus cadenas, sus miserias y su ruina.

Este es el cuadro, esta es la historia que pronto se repetirá en nuestra patria, que como el ave Fénix resurgirá de entre las cenizas para remontar por lo alto, llena de fuerza, de energía, lista para ocupar el lugar que le corresponde, con un nuevo tipo de ciudadanía segura de que nunca más se dejará arrebatar una libertad conquistada a tan alto precio.

Dios Mediante

José Moros