El análisis político coyuntural, la más de las veces sobrevenido, por ser construido a volandas ante la necesidad de cabalgar la ola, o producto de la sorpresa generada por fenómenos que llegaron a tomar vida propia que muy pocos, horas antes, estuvieron en capacidad de avizorar, aunque indispensable, presenta serias inconveniencias. Ciertamente, los relojes no se detienen pese a existir el deseo de contar con el respiro suficiente para desentrañar el sentido de los acontecimientos. Es más, puede ser que los que resultaron protagonistas de lo desatado, por estar en el momento y el espacio determinantes, como ocurre con los maridos engañados, sean los últimos en percatarse de su papel. Por eso, en múltiples oportunidades, se hace obligatorio aprender a caminar y masticar goma de mascar simultáneamente. Son las ocasiones donde es perentorio pensar sobre la marcha. Eso es verdad, pero también lo es el hecho de que el razonamiento circunstancial, producto de la inmediatez con que se produce, suele apartarse de la cabal comprensión de los asuntos en debate. Perder el foco deviene en actitud suicida. No hay suficiente excusas para no ver más allá.
Es altamente riesgoso edificar procesos políticos sobre la base de la traición. El que cambia de bando de la noche a la mañana, lo hace porque, en determinada oportunidad, calibró como convenientes las razones para concretar su voltereta y escuchó las voces internas o externas que lo llamaron a ejecutarla. Es cuestión de cálculo instantáneo. A veces, incluso, del burdo sálvese quien pueda donde se desdeña sin piedad aquello de mujeres y niños primero. Son decisiones donde privan los intereses particulares de los que se atreven, no los intereses generales o difusos de una sociedad que espera, contradictoriamente con desespero. Así las cosas, es sano prever que no existe garantía alguna de que quien otrora visualizó favorable cambiar de ropaje o afinidad, y, en consecuencia, abjuró de la lealtad hasta ayer comprometida, a futuro no actúe inspirado en consideraciones similares. Bastará que la oportunidad se presente. Bastará que los motivos sean atrayentes. En un país muy poco dado a repasar su historia, con suma facilidad se olvida que quienes se aliaron con los felones de octubre del año 45 del siglo pasado, fueron, precisamente, y no por insondables misterios del mundo animal, los traicionados en noviembre del año 48 de la misma centuria.
De igual manera, se adelantan procesos políticos endebles cuando estos resultan de construir acuerdos, visibles o velados, con aquellos que en algún momento medraron de la deshonestidad o estuvieron cercanos a ella, guardando al respecto, en este último caso, cómplice silencio por bastarda conveniencia. A decir verdad, si en la acera opuesta no encuentran firmeza y mecanismos contundentes que se les opongan, para los bandoleros se hace muy cómoda la sobrevivencia. El trazado del círculo vicioso es más sencillo que el del círculo virtuoso. El pillo sólo necesita dos cosas para mantenerse: uno, corromper al otro para agenciarse la solidaridad automática de éste; dos, contar con la ambición que espera para entrar al cotarro y así asegurarse que los ojos teóricamente dispuestos en atalaya para atajar el pillaje miren en la dirección contraria. Es de imaginar la ventaja con la que partirían pasados saqueadores del erario público, dispersos beneficiarios de dicho latrocinio, o caraduras que recurrentemente alegaron no saber nada o no tener pruebas de lo que se comentaba, si se les considera indispensables en los cambios que se pretenden, partiendo del supuesto del pragmatismo en política. Hay errores que pueden evitarse si el pivote utilizado para proceder es la justeza de los principios. Es difícil, mas no imposible.
Los procesos políticos son sólidos y, por ende, duraderos, cuando descansan en la movilización de la gente esperanzada, organizada, disciplinada y motivada, no en factores de ningún fiar.
@luisbutto3