José Daniel Montenegro: Derechos Naturales vs. Recursos Naturales

José Daniel Montenegro: Derechos Naturales vs. Recursos Naturales

“La razón nos dice que todos hemos nacido iguales por naturaleza, es decir, con iguales derechos respecto de la propia persona y, por consiguiente, también con iguales derechos en lo referente a su preservación… y dado que todos los hombres son propietarios de su propia persona, también son propiamente suyos el trabajo de sus cuerpos y la labor de sus manos, una propiedad sobre la que nadie tiene derecho sino sólo él; de donde se sigue que cuando aparta una cosa del estado que la naturaleza le ha proporcionado y depositado en ella, mezcla su trabajo con ella y le añade algo que es suyo, convirtiéndolo así en su propiedad… Y dado que todos los hombres tienen un derecho natural sobre (o son propietarios de) su propia persona, sus acciones y su trabajo, lo que llamamos propiedad, se sigue con toda certeza que ningún hombre puede tener derecho a la persona y la propiedad de otro. Y si todos los hombres tienen derecho a su persona y su propiedad, tienen también derecho a defenderlas… y tienen, por tanto, derecho a castigar todas las ofensas a su persona y su propiedad.”

 

 Reverendo Elisha Williams (1744)





 

Los argumentos del Reverendo Williams, como que si de un teorema matemático se tratase, son lo suficientemente diáfanos como para que, sin lugar a ambigüedades retóricas, puedan ser considerados racionales, esto es, sin que puedan ser confundidos con la teología usando como contra argumento su oficio religioso, deslegitimando convenientemente su carácter objetivo y con ello, reducirlos a un asunto de valoraciones relativas y/o subjetivas a la par de aquella máxima que dice “la belleza está en los ojos de quién la ve”.

 

Durante una reunión de la American Political Science Association , la distinguida politóloga Hannah Arendt (a la cual admiro), afirmó que el concepto de “naturaleza del hombre” es puramente teológico y debe renunciarse a él en todo debate científico. La postura de Arendt  no es una rareza, puesto que a no pocos intelectuales que se consideran a sí mismos “científicos”, la expresión “la naturaleza humana” les causa  el mismo efecto que el producido al dejar caer unas gotas de sodio, potasio u otros metales alcalinos (del grupo 1 de la tabla periódica) en un recipiente con agua. “¡El hombre no tiene naturaleza!” es el moderno lema en torno al cual se circunscriben las opiniones, por lo que en consecuencia, se ha abandonado prácticamente la idea de una ley natural basada en la razón y la investigación racional.

 

La afirmación de que existe un orden de leyes naturales accesible a la razón no es, en sí misma, ni pro ni antirreligiosa. Este es un tema recurrente de mis conversaciones con el Presidente de la Fundación Educando País, el sociólogo venezolano, profesor  José de Jesús “Chelín” Guevara. Sería absurdo afirmar, que en los individuos, el derecho a la vida, la libertad y la legítima propiedad se desprenden de la teología  por el sólo hecho de que por ejemplo, en la religión cristiana existan mandamientos que dicen “no matarás”, “no robarás” y se asigne vital importancia al libre albedrio o se establezca que “debemos ganar el pan con el sudor de nuestra frente” ¿acaso (por lo menos en occidente) los no creyentes, agnósticos o ateos no siguen estos mismos principios como cualquier otro respetable miembro de las sociedades donde se desenvuelven al margen de sus propias creencias religiosas que son desde luego de carácter íntimo?

 

Apelando  a toda la humanidad, y fundadas en la razón, estas evidentes verdades invocan una larga tradición de la ley natural que sostiene que existe una “ley superior” del bien y del mal, de donde se deriva la ley humana, y partir de la cual ésta puede ser criticada en cualquier momento. En consecuencia, afirmamos que nuestro sistema político no debe fundamentarse en la voluntad caprichosa de sus dirigentes, sino sobre un razonamiento moral accesible a todos, porque si la razón es el cimiento de la visión humana, la libertad debe ser, sin duda alguna, un objetivo y un derecho supremo.

 

Todos somos creados iguales, según la definición de nuestros derechos naturales, por lo que nadie tiene derechos superiores ante sus semejantes. Más aún, nacemos con estos derechos, no los obtenemos de gobierno o legislador alguno, porque en realidad, los poderes de cualquier gobierno provienen del consentimiento de sus ciudadanos. Nuestros derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, implican nuestro derecho a vivir nuestras vidas como nosotros deseemos y por nuestros propios medios, con la única condición, la única limitante, de que respetemos el derecho de nuestros semejantes para hacer lo mismo. Estos son los fundamentos de las sociedades libres, pero desafortunadamente, no es el caso de nosotros los venezolanos desde hace un tiempo para acá.

 

En Venezuela es bastante lo que se dice y se debate sobre los recursos naturales y poco o nada, lo que se debate sobre los derechos naturales, que en mi opinión son en jerarquía, de mayor grado que cualquier otro aspecto necesario para la organización social basada en una idea objetiva de justicia. El orden social es requisito indispensable para el bienestar y la felicidad del individuo, esto es, su sano desarrollo como ser social en un ambiente de cooperación voluntaria con sus semejantes.

 

Es patente, que en nuestro país se ha seguido, ya hoy sin siquiera pensar en ello, la línea de Platón, Aristóteles y los tomistas (Tomás de Aquino), al habernos inclinado por una organización social de corte estatista en detrimento del individuo. Esta teoría “clásica” de la Ley natural, sitúa el lugar del bien y las acciones virtuosas en el estado, con estricta subordinación los ciudadanos a instancias estatales, desconociendo al individuo como unidad de acción, como ente que piensa, siente, elige y actúa, o como magistralmente escribió  Carlos Rangel en su libro “Marx y los socialismos reales” , lo siguiente:

 

“La encrucijada dramática del intervencionismo ha dejado a Venezuela postrada y malherida por las consecuencias ineluctables del comportamiento destructivo, asfixiante y corrompido de un Estado que no asume a la población como ciudadanos sino como vasallos, semejante a un gigante de cerebro minúsculo y sin control de sus actos, y que sin embargo persiste en postularse como único capaz de conducir hasta en sus más mínimos detalles, la vida de una sociedad a la cual supone compuesta de eternos menores de edad, con eterna necesidad de tutela”.

Y aquí vamos al punto central, la supremacía del estado en el manejo exclusivo de los recursos naturales, sin que importe que para ello, se deban violar de manera disimulada o flagrante los derechos naturales de los venezolanos. Se da por sentado que los derechos naturales pueden ser pisoteados, ni siquiera se piensa mucho en ello a falta de consciencia en este aspecto. Pero cada día se debate con pasión sobre “nuestro petróleo”, sobre si es China, Rusia y Cuba los que se lo llevan sin pagarlo o es EUA el único que lo paga, o viceversa.

 

Lamentablemente, completos miserables que deben pedir permiso hasta comer pernil hablan de “su petróleo” como si realmente recibiesen algún beneficio basados en “su propiedad”. Llegados aquí, podemos ya descubrir la gran falacia que se oculta bajo la industria petrolera, el arco minero y los pasados programas de “reforma agraria”. ¡El Estado venezolano es, y por amplio margen el mayor terrateniente en nuestro país! Y además es el dueño absoluto de todos los recursos naturales que están depositados en el subsuelo, por si eso no bastara, es el dueño de todo el espacio y el espectro radioeléctrico. Pero hablar “del estado” sigue siendo un eufemismo que en términos prácticos se traduce en un grupo de funcionarios que obran en su nombre y disfrutan los privilegios de tan “noble y sacrificada misión”.

 

¿Existen verdaderamente países “ricos” y países “pobres”? En lo que se refiere a recursos naturales, es indudable que sí. Piénsese en Venezuela, es difícil verificar un recurso natural que nuestro país no posea. Poco es lo que la naturaleza nos ha negado. Y sin embargo somos pobres. Por el contrario Suiza, que no tiene recursos naturales de ninguna clase, es el rico de los ricos. Es que la riqueza no depende de los recursos naturales. Depende de los hombres. Hay mucho de verdad en aquella frase que con suma elocuencia escribió Napoleón Hill “Se ha extraído más oro de la mente humana que de la tierra”. Para percibir esto es suficiente imaginar, que Suiza, Alemania y Venezuela tuviesen similar número de habitantes, luego imaginemos el trasplante de los 30 millones de venezolanos a Alemania (o, para el, mismo efecto, a Suiza) y de 30 millones de alemanes (o suizos) a Venezuela. ¿Cuál sería el país rico y cuál sería el país pobre en un lapso de diez años?

 

En días pasados, el ingeniero Héctor Alonzo Gómez me envió un documento titulado “Visión país: mis 21 consideraciones para el renacer de Venezuela”  con el cual estoy totalmente de acuerdo y cuyo punto número 6 dice así:

 

“Generar un nuevo modelo para las industrias actualmente estatizadas:

  1. A) privatizar de manera total todas las industrias no estratégicas.
  2. B) Petróleo, minería, industrias básicas: sólo un máximo del 20% sería del estado, su gestión debe ser privada. Al indicar que deben ser privadas, es que los ciudadanos venezolanos deben ser sus accionistas (los ciudadanos, no el estado) y que esté abierta a la inversión de capitales. Si las riquezas de Venezuela son de los venezolanos, entonces deben ser ellos sus propietarios directos como sus socios, accionistas, no el estado. Tú, yo, cada uno de nosotros. Los únicos que se benefician de las industrias estatales son los políticos corruptos, así que se debe desconfiar de aquellos políticos que quieren que el estado sea el dueño antes que los propios ciudadanos que lo conforman.
  3. C) Aumentar la producción petrolera a 5 millones de barriles en 5 años.
  4. D) No puede ser exportado petróleo, crudo o minerales sin procesar a menos que no exista industria con la capacidad de procesamiento. Revisar cómo sucedió el desarrollo de Texas, al exigir que toda gota de petróleo allí extraída, se le debía agregar valor en el mismo territorio. Sin embargo esto debe dejar abiertas las reglas del libre comercio al buscar solo mayor productividad y valor agregado nacional, para así generar más trabajo y más riqueza dentro de la Nación.”

 

El enfoque del ingeniero Gómez es abiertamente el de un liberal clásico y por ello, pone su confianza directamente en el individuo, ubicando al funcionario estatal en una dimensión muy limitada en contraposición a los poderes exagerados y las prerrogativas que con frecuencia se les asignan a estos últimos. Es enfático al advertirnos de “desconfiar de aquellos políticos que prefieran al estado como dueño de los recursos en lugar de los ciudadanos”. El estado debería ser competente para asignar obligaciones y para vigilar la línea que separa el bien del mal en su esfera inmediata. Más allá del límite de sus competencias necesarias para su razón de existir, sólo puede convertirse en la institucionalización de la injusticia y la legalización de la expoliación, los privilegios convenientemente repartidos por los que ejercen el poder entre sus partidarios, amigos, familiares y en general, entre sus más fieles, sumisos y rastreros aduladores a expensas de los recursos de todos, ejerciendo la violación discrecional de los derechos de los individuos de la sociedad en general.

 

En lugar de tomar partido por sectores particulares de individuos, la función del estado requiere apego a principios. No es necesario que tengamos que pagar el advenimiento de la civilización al precio de la pérdida de la libertad absoluta. Los individuos somos libres por nacimiento y no necesitamos cadenas sino leyes justas. Se puede alcanzar la libertad y la abundancia, la libertad y la civilización.

 

Unos de los argumentos a favor del estatismo subyace en que la libertad debe ser “condicional”, pero esto es sobreentendido, pues toda libertad es condicional en esencia, y su condición es la que por naturaleza establece el límite precisamente allí donde comienza la libertad de nuestros semejantes, por ello, no se puede entender la libertad como un suceso de estricta participación política dentro de los límites exclusivos del estado sino también frente a él, siendo este un instrumento de la sociedad cuyo objetivo no es otro que la justicia. El estado debe servir y temer  los individuos y no al revés, porque si bien el estado no puede volver buenos a los hombres, con poderes absolutos, fácilmente puede envilecerlos. Encontramos en esto último una de las justificaciones más sublimes por la que abogamos por los gobiernos limitados a competencias muy puntuales, mínimas y necesarias.

 

José Daniel Montenegro Vidal.  Coordinador para la democracia de la Fundación Educando País. Email: [email protected]