Mientras que en Venezuela se viven momentos de ansiedad a la espera de una transición de Gobierno, en Colombia unos 200 ciudadanos de ese país dejaron este martes entre lamentos un campamento improvisado en un espacio público de la caribeña Barranquilla.
En el asentamiento, ubicado desde mediados del año pasado a unos cien metros del estadio de fútbol Roberto Meléndez, vivían 61 familias, entre las que había 108 niños y cuatro adultos mayores.
Desde la madrugada, funcionarios de la Alcaldía de Barranquilla, Migración Colombia, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF, que se encarga de la niñez) y la Procuraduría, iniciaron el operativo.
En prevención de hechos que alteraran el orden público, la Policía y agentes del escuadrón móvil antidisturbios (Esmad) apoyaron la operación de recuperación del espacio público en el que estaba el campamento.
“Sabía que teníamos que irnos de acá, pero se nos metieron a las tres de la mañana y tuve que sacar a mi niña de 7 años para que durmiera en la acera, eso no se hace con personas que no tienen para dónde irse”, dijo a EFE Alberto Cogollo.
El hombre, nacido en Colombia, llegó al lugar hace siete meses con su esposa e hija, ambas venezolanas, procedentes de Maracaibo, en el fronterizo estado de Zulia.
De unos 40 años, con la piel del rostro curtida por el Sol por estar todos los días en los semáforos de Barranquilla vendiendo agua embotellada, Cogollo afirmó con voz entrecortada que hace 17 años tuvo que salir de la población de Arjona, en el departamento de Bolívar (norte), por amenazas de los grupos paramilitares.
“Primero nos desplazaron a mis padres y a mí de Colombia y tuvimos que irnos huyendo hacia Venezuela para que no nos mataran. Después salimos de Venezuela porque nos estaba matando el hambre y hoy nos desalojan y no sé a dónde llevar a mi familia”, anotó mientras caminaba tomando la mano de Vanesa, su hija de siete años.
Durante el operativo, Migración Colombia dispuso un autobús para los venezolanos que quisieran regresar a su país.
Ese es el caso de Antonio Pereira, un joven de 25 años que llegó a Barranquilla hace siete meses junto a su mujer Andrea, de 20, y su hija de un año, procedentes de Maracay.
“En Venezuela tenía mi casa y mi auto pero me tocó venirme porque mi mujer y mi hija estaban pasando dificultades. Yo era dueño de un autolavado y primero me tocó salir de los cinco trabajadores porque el negocio no daba y me quedé solo”, explicó Pereira.
Este venezolano, de complexión delgada, ojos azules y pelo castaño, se va de Colombia agradecido porque dice que desde que llegó muchas personas lo ayudaron y nunca le faltó lo básico para él y su familia.
Además del desalojo, Pereira tiene otra razón para volver a su país: el miedo.
“Acá en Barranquilla me ganaba la vida barriendo las calles, pero ayer fui al barrio en donde al parecer unos venezolanos mataron a unas personas y me corretearon porque piensan que todos somos gente mala. Gracias a Dios una señora nos dio refugio o nos hubieran picado ahí mismo”, agregó.
También, el destino de Carlos Vizcaíno es incierto porque, ahora que lo sacaron del campamento, manifestó que tendrá que irse para cualquier esquina “a esperar que Dios disponga qué pasará”.
“Somos gente que necesita la ayuda, pero ni siquiera nos quieren dejar vivir aquí”, se lamentó.
Mientras Vizcaíno sigue con la firme decisión de quedarse en Colombia a pesar de las dificultades, Aminta Rojas se despidió y subió al autobús que los dejará en Paraguachón, en la frontera.
“No tengo nada para llegar a mi casa pero no voy a seguir sometiendo a mis hijos a esta situación. Algo tendremos que hacer cuando lleguemos allá”, sostuvo a sus amigos mientras sus hijos y los de Carlos Vizcaíno, que tienen entre ocho y doce años, se abrazaban antes de embarcarse de regreso a su país, reseñó Efe.