Desde hace meses, a los pasajeros del Metro de Caracas les falta un compañero de viaje: una de las figuras de bronce que integran el conjunto escultórico “Kaleidoscopio” que se ha sumado a las miles de piezas artísticas que han padecido el expolio en toda Venezuela y del que no se libra ni Bolívar.
La ubicada en la estación de metro Chacaíto no es la única. Según un informe de la ONG Institutional Assets and Monuments (IAM) Venezuela al menos 40 bustos, 31 estatuas, nueve piezas diversas, seis cementerios y 6.732 lápidas con diverso valor artístico e histórico han sido robados.
La obra de la venezolana Beatriz Blanco, forjada en 1987, e instalada en Chacaíto es tal vez la más paradójica.
Forma parte de la serie “Presencia en el sendero”, con la que la artista trabaja la figura humana a tamaño natural y, como parece haberle pasado a Venezuela, las siluetas salen de su marco en un intento de reflejar la dualidad del pasajero en tránsito: el punto de partida y el de destino.
El punto de destino de una de las siluetas de cerca de 1,7 metros en bronce es desde noviembre de 2017 el gran misterio y el gran ejemplo de un expolio incomprensible sin algún tipo de colaboración interna.
“Para junio de 2018 las autoridades del Metro no han restaurado la obra de arte, ni informado de algún detenido por el delito patrimonial”, reporta IAM Venezuela.
Del expolio no se libran ni los próceres de la independencia ni el omnipresente Simón Bolívar en quien el chavismo se inspiró para renombrar el país.
En diciembre de 2017 la plaza Bolívar del municipio occidental de Escuque perdió al héroe que le daba nombre.
La estatua pedestre de Bolívar desapareció y este municipio olvidó a su Libertador para quedar de relieve la nomenclatura de su estado, Trujillo, adoptado de la localidad en que nació el conquistador español Francisco Pizarro y el explorador Francisco de Orellana.
Tampoco es el único. Ha desaparecido otro relieve en bronce de Simón Bolívar en la Universidad de Carabobo, forjada en el bicentenario de su nacimiento por Luis Cardona Villegas y que miraba con rotundidad a los alumnos bajo la frase: “Un hombre sin estudios es un ser incompleto”.
La IAM destaca en su reporte que, gracias a una entrevista realizada al director de la Galería Universitaria Braulio Salazar se supo que el robo se produjo a principios de 2004.
“Una vez se percataron de la ausencia del relieve de Bolívar y de la placa informativa (…) su custodio, entregó un informe a la Alcaldía describiendo la situación. Sin embargo, nunca recibieron respuesta ni noticias de su posible paradero”, apunta la IAM.
Actualmente, sobre el pedestal vacío sólo queda la huella verdosa en la que un día estuvo Bolívar, el hombre admirado casi hasta la idolatría por todos los venezolanos.
El estado andino de Mérida es el que se lleva la peor parte. En su capital homónima han sido sustraídas el 40 % de las estatuas y el 60 % de las placas de bronce, según datos de IAM.
“Antonio Pigafetta (…) contó que había visto (en América Latina) cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara”, contó Gabriel García Márquez poco antes de recibir el nobel.
Igual de rocambolesca es la historia de la que fue testigo de excepción su estatua a orillas del río Albarregas de Mérida.
En una banca conversaba García Márquez con Tulio Febres Cordero en un conjunto escultórico elaborado por Jesús Manuel Suescún Quintero en 2008.
El 10 de abril de 2018, un grupo de merideños denunciaron que habían encontrado un cadáver en las alcantarillas. No era tal, eran los últimos restos de la estatua de Febres Cordero, abandonado por los ladrones.
Apenas quedaba el tronco sin extremidades y todavía tocado por su boina, inseparables incluso tras la muerte y el expolio.
A García Márquez no pudieron arrancarlo de la banca de bronce pero sí se llevaron sus brazos, los mismos con los que Suescún le imaginó tecleando Cien Años de Soledad a ritmo de vallenato.
Dijo García Márquez en Estocolmo que la realidad de los latinoamericanos “no es la del papel”, sino que vive con sus ciudadanos “y determina cada instante de sus incontables muertes cotidianas y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza”.
“Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida”, aseguraba.
Venezuela ha vuelto a darle la razón en pleno siglo XXI.
Por Gonzalo Domínguez Loeda/EFE