Yoani Sánchez: Decir Brasil en Cuba es mencionar un sueño, el espejismo de lo que pudo ser y no fue

Puerto de Mariel en Cuba (Xinhua)

 

Una enorme grúa que transportaba un contenedor llenó las pantallas de los televisores de millones de cubanos en enero de 2014, durante la inauguración de la primera parte de la Zona Especial de Desarrollo de Mariel, al oeste de La Habana. En la foto oficial, Dilma Rousseff sonreía junto a Raúl Castro; pero cinco años después, aquel puerto no ha logrado sacar a la Isla de la crisis económica y la ex presidenta brasileña es un cadáver político.

Mariel, la zona costera por donde en 1980 partieron hacia Florida decenas de miles de cubanos hastiados del modelo comunista, se convirtió en la última década en el “elefante blanco” del castrismo. Todas las esperanzas de la nación se colocaron en esa obra faraónica que pudo financiarse gracias al apoyo del Partido de los Trabajadores (PT).





La construcción del “emporio comercial” llegó de la mano de Odebrecht, el conglomerado brasileño que poco tiempo después de aquella inauguración ha resultado ser la pieza central de un escándalo de corrupción que salpica a varios Gobiernos de América Latina, numerosos partidos políticos y cientos de funcionarios.

Sin embargo, el principal problema ha sido hacer de Mariel una especie de laboratorio del capitalismo en un país estatizado y dirigido por por un grupo de octogenarios que desconfía del mercado.

Cuando Rousseff y Castro cortaron la cinta para dejar abierta aquella primera parte de la terminal de contenedores de Mariel, estaban también enviando un mensaje. Eran los tiempos en que en la foto de familia de los mandatarios latinoamericanos prevalecían los rostros de los representantes del socialismo del siglo XXI. Una cofradía de camaradas que se apoyaban en los foros internacionales y se ayudaban a tapar -recíprocamente- sus excesos autoritarios.

De manera que el puerto cubano, financiado con un crédito del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social de Brasil (BNDES), no solo formaba parte de una estrategia de solidaridad con la Plaza de la Revolución de La Habana, para aliviar su crónica incapacidad para producir riquezas, sino que tenía una intención ideológica de hacer parecer viable un modelo que en medio siglo había dado suficientes muestras de su fracaso.

Como una vez el subsidio de la Unión Soviética sostuvo los delirios de Fidel Castro y, más tarde, el mecenazgo de Hugo Chávez le permitió pasar el poder a su hermano menor, Brasilia quiso también arrimar el hombro para apoyar a su socio político y mantener viva “la llama” de la Revolución cubana. Era una tarea casi de rescate arqueológico, un esfuerzo por hacer parecer que aún respiraba por sus propios pulmones un régimen incapaz de sobrevivir sin recursos ajenos.

En enero de 2014 faltaban todavía varios meses para que se anunciara el deshielo diplomático entre Cuba y Estados Unidos, pero sin dudas todo el puerto de Mariel estaba pensado para acoger a los barcos que, haciendo escala en la Isla, terminarían en puertos norteamericanos y viceversa. Pasado un lustro, el deshielo volvió a enfriarse por la incapacidad de La Habana de dar pasos de apertura a la velocidad de los que impulsó Barack Obama en su relación con la Isla y por la llegada a la presidencia de Donald Trump.

Tampoco el PT está ya en el poder en Brasil y poco queda de aquel retrato familiar de la región donde se veían rostros como el de Rafael Correa, la propia Rousseff o Michelle Bachelet. De aquellos “tiempos dorados” Cuba se quedó con una deuda que apenas puede pagar a su antiguo socio suramericano y un puerto que se va convirtiendo en un parque temático del pasado cada día que no logra atraer barcos cargados de mercancía ni inversionistas dispuestos a instalarse en su zona comercial.

Pero el repliegue brasileño en la Isla no ha quedado ahí. A finales de 2018 una airada disputa diplomática entre el régimen de Miguel Díaz-Canel y el entonces electo presidente brasileño, Jair Bolsonaro, terminó en la salida intempestiva de miles de profesionales de la salud cubanos del programa Mais Médicos.

Bolsonaro acusó a La Habana de practicar la esclavitud moderna con sus galenos en misión y reclamó que se les pagara el monto total de su salario, porque el Gobierno cubano se quedaba con el 75% de los 3.300 dólares que Brasil entregaba por cada médico. También reclamó que los doctores pasaran pruebas para revalidar sus títulos y demostraran sus conocimientos, pero el Ministerio de Salud pública de la Isla no aceptó y dio el portazo.

Detrás de los titulares y del encontronazo entre ambas administraciones, quedaron sin contar las pequeñas historias de miles de cubanos que ahora intentan reconstruir sus esperanzas de mejorar su vida y la de sus familiares. Muchos de ellos habían llegado a Brasil no solo movidos por el sentido humanitario inherente a todo personal sanitario, sino también empujados por sus necesidades económicas.

Los doctores son en Cuba los profesionales mejor pagados, sin embargo, su salario mensual no supera el equivalente a 60 dólares. Por eso no es raro ver a un médico con los zapatos rotos, que no ha podido desayunar porque no tiene los recursos para hacerlo o que debe esperar por dos horas un ómnibus público antes de llegar a una sala de operaciones para practicar una complicada cirugía cerebral.

Las misiones oficiales en el extranjero siempre han sido una oportunidad para que esos galenos puedan acceder a una entrada financiera mayor, a pesar del altísimo porcentaje de su sueldo con que se quedan las autoridades. Pero, sobretodo, son el escenario propicio para hacer relaciones humanas que les permitan casarse, crear amistades o contactos para quedarse en otro país o regresar más tarde de forma privada.

Con la salida vertiginosa de Brasil, los sueños de muchos de eso médicos se hicieron pedazos. Lo mismo pasó con el puerto de Mariel que había llenado de ilusiones a los habitantes del pequeño poblado en esa zona de litoral al oeste de La Habana y también a muchos cubanos que por décadas han esperado que la economía de la Isla repunte para vivir más dignamente y no ver partir a sus hijos hacia el exilio.

Por todo eso, ahora mismo, decir Brasil en Cuba es mencionar un sueño, el espejismo de lo que pudo ser y no fue; pero también es la evidencia del fracaso de una estrategia y de la caída en desgracia de un apoyo que tuvo más de ideología que de pragmatismo.


Publicado originalmente en 14Ymedio