Los últimos días del narco-régimen del chavismo en Venezuela no han dejado duda alguna de que la Fuerza Armada está liderada por desalmados que merecen el más severo castigo. No hay palabras lo suficientemente duras para condenar al bandidaje uniformado que ha ensuciado el gentilicio venezolano y ha marcado a esa institución para siempre con el desprecio de la población venezolana.
Por algunos años he venido sosteniendo la necesidad de eliminar esa funesta institución de la vida venezolana, si es que el país desea salir del atraso y de la mediocridad. En esta postura he estado en franca minoría y quienes me han manifestado su desacuerdo consideran la eliminación de la Fuerza Armada venezolana como imposible o como indeseable, cuando no ambas. Con el correr del tiempo el número de quienes consideran esa eliminación indeseable ha disminuido dramáticamente. Son pocos los venezolanos de hoy que ven a la Fuerza Armada como una institución confiable, beneficiosa para el país u orientada a garantizar el bienestar y la libertad del pueblo. La conducta de esta institución durante los últimos 20 años ha sido progresivamente aberrante. Hemos asistido a una larga fila de ministros de la defensa, cada uno más rastrero que el anterior, todos hablando un lenguaje traidor al país, reiterando su lealtad a gobernantes ilegítimos tanto de origen como de comportamiento, convirtiendo la institución en socia activa y rapaz de la tiranía. Esta progresiva complicidad se ha visto combinada de manera grotesca con la cobarde entrega de nuestra soberanía al tutelaje cubano castrista.
La fuerza armada venezolana es vista hoy por la inmensa mayoría de los venezolanos con el mayor desprecio y con la mayor indignación. Es percibida como una institución parásita, chupando la riqueza del país hasta dejarlo casi totalmente destruido. Y todavía hoy, cuando el narco-régimen del cual ellos forman parte integral agoniza, es posible ver a sus miembros ejercer la represión, despojándose – con su comportamiento – de los pocos restos de dignidad que pudieran quedarle.
Si la inmensa mayoría del pueblo venezolano considera deseable la eliminación de la Fuerza Armada, todavía deberá enfrentarse con un obstáculo más formidable: ¿Será posible hacerlo? ¿Podrá el país eliminar esta fuente de tragedias , esta institución parasitaria que tanto daño ha hecho a la Nación? Esto será difícil porque, por definición, la desalmada Fuerza Armada ha demostrado estar muy dispuesta a utilizar sus armas contra el pueblo para mantenerse en el poder.
La Fuerza Armada chavista se encuentra tutelada por militares cubanos y reforzada con grupos de colectivos irregulares y miembros de las bandas terroristas de las FARC o el ELN, alianza diabólica que la ha llevado a convertirse en una institución forajida. Los cabecillas de esta pandilla están plenamente identificados, son quienes tienen el poder en Venezuela y mantienen como rehén a todo un país.
Es por ello que el clima de opinión en Venezuela y en la región ha ido cambiando hasta considerar la necesidad de una acción militar multilateral en Venezuela, a fin de liberar a los venezolanos de esta pandilla armada. Esta sería una acción conjunta de los países democráticos de la región y del mundo para terminar con un grupo forajido que se ha adueñado del país y mantiene a millones de venezolanos sujetos a las mayores privaciones. Esta operación de salvamento sería vista con aprobación por los venezolanos y latinoamericanos hartos de la tragedia que experimenta nuestro país y podrá permitir un severo reajuste o hasta la eliminación total de unas fuerzas armadas pervertidas y prostituidas, caracterizadas por la cobardía moral, gentes que no supieron cumplir con su misión de protegernos y terminaron por convertirse en odiosos opresores de su propio pueblo.
¿Qué sucederá en Venezuela? Cada día que transcurre crecen las probabilidades de una salida de fuerza. Esta es una tragedia que comenzó en 1999, cuando el fallecido sátrapa, hoy momificado en algún lugar desconocido, comenzó a actuar al margen de la Constitución ante el silencio y la cobardía de un blandengue sector político e institucional que se decía demócrata. Esta actitud siempre me ha recordado ingratamente el chiste cruel del perro de la casa que solo sirvió para sostener en su boca la linterna del hampón que entró a saquearla.