Lo que en estos tiempos presenciamos en Venezuela es la deriva del chavismo y la llamada Revolución Bolivariana, desde un atrabiliario y desordenado proyecto de comunismo tropical, que en algunos momentos pareció llevar dentro de su cuerpo una débil pero efectiva vena constructiva, a una postura nihilista y decidida a hacer tabla rasa con lo que resta del país, a inmolarse antes de admitir cualquier compromiso y permitir una ruta pacífica de salida a la tragedia de estos años.
Por: Aníbal Romero | ALnavío
Quitarse de encima el comunismo es tarea compleja y ardua, y se hace en extremo costosa cuando los comunistas se convierten en nihilistas, como ocurre hoy en Venezuela.
Uso el término nihilista (del latín nihil o “nada”) en un marco amplio y parcialmente distinto al que le dieron en su momento diversos filósofos, para quienes el nihilismo significaba el combate contra todos los valores tradicionales y la idea de que la vida no tiene sentido. Hablaré acá de nihilismo como sinónimo de lo que algunos psicólogos denominan pulsión o instinto de destrucción, en oposición a Eros o instinto de vida, analizados como dos principios activos en el alma humana. Nihilismo, según lo entiendo en estas notas, equivale al instinto y voluntad de destruir como principio dominante y fin último de la acción política. Es una voluntad que se desliza hacia la nada.
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