“La corrupción es un mal inherente a todo gobierno que no está controlado por la opinión pública”
Ludwig von Mises
Definitivamente en Venezuela la normalidad no es normal. Nos hemos acostumbrado a que los sueldos no nos alcancen, a no conseguir comida y que la poca que se consigue aumente sus precios al ritmo de un dólar que el gobierno llama criminal pero no ha podido o no ha querido controlar, (al punto que el Dólar oficial DICOM es ahora más caro que el paralelo) a peregrinar en busca de medicamentos, a tener que literalmente parir para obtener nuestro documento de identidad.
Nos dejaron de asombrar las cifras rojas de los fines de semana porque pasaron a ser cifras de todos los días y que la gente no tenga como darle cristiana sepultura a sus deudos así como nos ha ido pareciendo que las fallas en los servicios públicos formen parte de la cotidianidad nacional; entre ellos la energía eléctrica y el agua potable. Pero dentro de ese manual de supervivencia que día a día vamos redactando, cada venezolano a su manera, hay cosas que aún nos siguen golpeando de manera inusitada.
El día jueves 7 de marzo, a las 4:50 p.m. se fue la luz. Pasó una hora, dos, tres y cayó la noche. Fallaron las señales de los celulares y el agua dijo adiós, los vecinos reunidos afuera de nuestras viviendas, nos fuimos retirando con la esperanza de que en el transcurso de la noche restituyeran el servicio. Eso no sucedió.
Llegó el viernes, amanecimos con luz, pero la del sol y por consiguiente sin agua. El apagón también fue informativo, la intermitencia de las señales de los móviles nos iban permitiendo muy de vez en cuando recibir noticias de algunos amigos, la vaina era en todo el país. Había sucedido aquel temido apagón nacional tantas veces advertido por el Colegio de Ingenieros de Venezuela y por otros expertos en la materia. Ya en horas del mediodía las caras de angustia de los vecinos eran evidentes. Nadie se podía comunicar con nadie Apareció la preocupación natural de que se perdiera la comida perecedera que guardábamos con celo en nuestras neveras.
El calor comenzó
por hacer de las suyas, los chamos sufriendo con la falta de agua y sus padres aún más por no poder mitigar sus necesidades.
Fueron pasando las horas; lentas, interminables, pesadas y llego la noche, la oscuridad absoluta y total se enseñoreo de nuestras vidas.
Pasaron el sábado y el domingo, el silencio oficial era tan crudo como el apagón, solo le dijeron a la gente que estaba desesperada que la razón de la falla eléctrica nacional era la de siempre: ¡sabotaje!
Comenzaron a llegar noticias de vandalismo, de protestas en varios estados del interior del país. La incertidumbre se comenzó a hacer insoportable. Los que vivimos el “Caracazo” llevamos siempre ese San Benito de los saqueos, que se hace presente en forma de terror con la simple mención de esa sola palabra.
Preocupación inmensa por nuestros amigos y seres queridos que estarían en esos momentos sometidos al pánico que representa la sola idea de la masa enardecida llevándose todo lo que consigue en medio.
El lunes, la película fue exactamente la misma, solo que con 24 horas más de mal dormir, más noticias de actos vandálicos, explicaciones gubernamentales de ataques cibernéticos venidos de quien sabe que confín del universo orquestadas y dirigidas con varas de bambú por cualquier personaje de la “extrema derecha” nacional e internacional pero sin visos de solución a lo que era realmente importante: la falta de luz y agua.
Por fin el martes a la mañana, comenzaron a dar muestras de vida los bombillos; se fue, vino, se volvió a ir, volvió a venir hasta que cerca de las dos y media de la tarde llegó para quedarse. No así el agua que si no hubiese sido por la amable intervención de los bomberos de Miranda y sus camiones cisternas, que el mismo martes permitió a los vecinos del sector a punta de tobos, poder recoger algo de agua para cubrir las necesidades más urgentes. Cabe destacar que el agua por tubería comenzó a llegar tímidamente el día miércoles por la mañana.
Estuvimos 120 horas sin luz y 170 horas sin agua, algo sin precedentes. El saldo en pérdidas materiales es inmenso y la pérdida de vidas humanas injustificable. Hasta el momento no vemos un acto de contrición ni un “mea culpa” por parte del gobierno que debe ser garante de vidas y bienes materiales, así como del uso y disfrute por parte de los ciudadanos de unos servicios públicos que de él dependen. Solo se hace política barata y apología de un sistema político que en 20 años nos ha representado como nación 100 años de atraso.
¿Cuántos días más de oscuridad se cernirán sobre la vida y el quehacer de los ciudadanos de este país? No lo sabemos pero así vivimos los días en que se deshizo la luz en Venezuela.
José Manuel Rodríguez Analista / Consultor Político [email protected]: @ingjosemanuel