Someter a veintiocho millones de seres humanos a una noche interminable, nula para la visión, muda para la comunicación y hasta seca para apagar la sed, durante casi una semana entera, podría ser el tema de una novela aterrorizante. Una narración evocadora de La ceguera de José Saramago, o de La creciente de Silvina Bullrich. O también de aquellas ácidas y crueles ocurrencias de El hombre más malo del mundo, relato del ingenioso humorista venezolano apodado Otrovagomás. Pero no, ese apagón interminable, inimaginable, fue un hecho real, sustraído del dominio de la ficción por la banda criminal que rige al país. Suceso inédito por sus características y duración, pero además insólito en un país con inconmensurable potencialidad para alumbrarnos. Absurdo en esta segunda década del SXXI, con la infinitud tecnológica que la civilización ha acumulado desde que Tomás Alva Edison inventó la luz incandescente en 1878.
Este oscuro episodio, afortunadamente, corresponde al último capítulo de crímenes, de todo orden, de la banda forajida. Este desastre recoge la quintaesencia del engendro que ha abusado del país durante dos decenios. De sus actores, fugitivos internacionales, que hoy se esconden en Miraflores y en cuarteles para escapar de la justicia. Las causas de este apagón y la manera de conducirlo hasta su incierto final, en eternas y terribles horas para toda la sociedad venezolana, han servido de sinopsis ilustrativa de la naturaleza de lo que hasta hoy ha imperado como régimen y que no podemos permitir que continúe: corrupción, irrresponsabilidad, ignorancia, mentiras, ridiculez, crueldad, insensibilidad, cinismo, terrorismo, desprecio y traición a la ciudadanía.
Es innecesario cualquier otro acicate para terminar de convencernos de que no hay vuelta atrás en la voluntad de liberarnos de semejante oprobio. Ha quedado exhausta la capacidad de aguante. No hay mañana. Es ahora y hasta el final de estas tinieblas.