En este trabajo me propongo describir en forma somera la situación actual; las dificultades que tiene la oposición; y los elementos estratégicos que sugiero para producir la salida.
La catástrofe
El país vive una situación catastrófica que se conoce, se padece y es inocultable. La crisis eléctrica tiene las implicaciones sabidas y, además, es una síntesis brutal del estado de la sociedad. Venezuela se ha devuelto de un solo viaje al siglo XIX antes de la utilización de la luz eléctrica y ha suprimido no sólo la iluminación, el bombeo de agua y la preservación segura de alimentos, sino que ha suprimido también lo que es el funcionamiento de la sociedad del siglo XXI: teléfonos digitales, Internet, sistemas interconectados de información, uso de computadoras personales y de negocios, comunicación e información instantánea y prácticamente gratis. Es decir, el régimen actual ha devuelto a la sociedad de algún modo a la caza y a la pesca, al fuego de la vela y el fósforo, a la comida del día casi sin mañana. Ha suprimido la lectura nocturna, la televisión y la música. En las idas y venidas de la energía eléctrica se ha instalado una nueva inseguridad sobre la de la calle: ya el hogar tampoco es seguro; no promete refugio sino angustia, desaseo, más carencias, y miedo. La oscuridad se ha instalado porque ya se sabe que lo que son episodios en cualquier sociedad por accidentes en el suministro de energía, se ha convertido en un hecho estructural sólo interrumpido por los “alumbrones”, más o menos duraderos. La situación de la electricidad no es la calamidad de un sector sino la expresión de una sociedad que se apaga.
Pero, el régimen ha sobrevivido…
La pregunta que obsesiona a los venezolanos y a buena parte del mundo es cómo sobrevive un régimen que es el culpable de tanta barbarie, que ha perdido la mayoría determinante del soporte popular desde hace años; que se ha fracturado internamente; que ha devastado económica y financieramente al país; que mata, tortura, reprime, encarcela y exilia; y que es objeto de la protesta diaria de cientos de miles, a veces concentrados y las más de las veces dispersos en pueblos y ciudades. La evaluación común es que todavía es apoyado por sectores de la Fuerza Armada, los grupos paramilitares, los socios del narcotráfico y la guerrilla, Hezbolá y otros impresentables amigos, con la omnipresencia cubana, rusa y de cierta manera china. Todo lo anterior es cierto, sin embargo sugiero una lectura diferente, sugiero preguntarse por qué esos factores siguen allí aparentemente incólumes y mi respuesta es que se trata de algo que hemos subestimado con frecuencia: la voluntad de poder.
Esa voluntad de poder no es un hecho psicológico, una actitud; es más que eso, es el arreglo político, financiero, institucional, militar, de quien ha decidido resistir y ha convocado a sus pares a hacerlo. A veces decimos –quien esto escribe, incluido- que realmente resisten porque no tienen salidas, nadie los recibiría, serían parias, no podrían disfrutar de los dineros mal habidos, ni se podrían escapar de purgar los crímenes contra los derechos humanos; lo cual puede ser cierto en unos cuantos; pero, más allá, pienso que se colocan en la posición de los sitiados que diseñan una estrategia para que pase el tiempo y, luego, puedan vencer. A pesar de todo esto, tienen todavía un arma más secreta que describo de seguidas.
El arma secreta
Al lado de la voluntad de poder existe un instrumento que Maduro y sus secuaces no vacilan en emplear y es colocarse del lado de la anarquía, de la abierta promoción del caos el caos. Podría pensarse que un régimen busca la estabilidad y se opone al desorden para poder persistir; no es el caso de Venezuela. Acá se perdió toda estabilidad, fundamentalmente por la destrucción de todas las instituciones públicas y privadas. Venezuela como Nación no existe: su población está dispersa por el planeta; su Estado está convertido en un amasijo de escombros institucionales; su territorio está encogido a manos de guerrillas, criminales, malandrines, y colectivos. Maduro y su gente tienen que haber perdido toda idea de estabilidad posible y ahora juegan en el caos, lo aceptan, lo promueven, lo impulsan, y desarrollan destrezas para vivir en su viscosidad. El elogio de los “colectivos”, con fusiles en la Avenida Fuerzas Armadas (¡vaya coincidencia!) es prueba irrefutable.
De lo anterior podemos suponer que la transición imaginada (Maduro abandona el poder de grado o por fuerza y se instala un gobierno de transición) puede tener un penoso paso previo adicional que es el del caos generalizado. Esto significa que Maduro, en vez de jugar a la defensiva con los escombros institucionales existentes en la Fuerza Armada, policías, tribunales y su propio cuerpo legislativo, la Asamblea Nacional Constituyente, se lanza al ataque desde el borde la ciudadela sitiada, ya no con los desechos institucionales sino con los colectivos, algunas unidades militares, los pranes, las guerrillas, y todas las formas de violencia extra constitucionales e ilegales, así como con el aparente respaldo del Alto Mando militar.
La vorágine del caos es la que puede permitirles su continuidad en caso de que no haya una fuerza mayor y contraria que lo frene. En ese caos tiende a predominar la acción sin límites y sin reglas, en la que no hay otra referencia que el mantenimiento del poder. Para este propósito el reforzamiento de la burbuja comunicacional, en la cual sólo se oye la voz de la tiranía, es ingrediente esencial.
El poder
En este marco, se produce una lucha fundamental entre un poder que muere y un poder que nace. Maduro expresa un proyecto que ya murió y que como esos cuerpos celestes muertos hace billones de años, parecen vivos porque sus radiaciones llegan retardadas por la distancia. Sigue teniendo efectos letales por la muerte y la represión que esparce; pero, ya no es algo con una pizca de futuro: todo es pasado, hasta lo que puede hacer próximamente y se apague definitivamente su radiación mortífera.
Mientras, hay un poder que comenzó a nacer hace varios años, expresado en la lucha ciudadana y en los intentos variados, electorales, insurreccionales, puramente nacionales o, como ahora, con vasto apoyo internacional. Ese poder constituyente genuino está en la calle como prueba de una oposición que se ha convertido en resistencia desde 2002 en adelante, con varios episodios luminosos y también con fracasos, pérdidas inmensas en vidas, bienes, esperanzas y sueños.
Sin embargo, este poder naciente no ha tenido siempre asertividad. En varios momentos el régimen ha estado arrinconado; pero, ha habido factores de la política opositora que por una diagnóstico equivocado de la naturaleza del régimen pensaron que a través del diálogo y de procesos electorales en el marco de esos diálogos podría llegarse al reemplazo del régimen. Por esta razón, muchos de los esfuerzos han sido perdidosos en la medida en que han partido de supuestos falsos. Siempre hubo quienes tuvieron conciencia de que el régimen en ningún caso abandonaría el poder por razones legales, electorales o de opinión pública: sólo lo haría y lo hará por la fuerza.
Tampoco los procesos insurreccionales civiles han dado resultado a pesar del sacrificio que han implicado. La Salida de 2014 que fue un llamado al debate ciudadano, rápidamente se convirtió en una dinámica insurreccional que fracasó, tanto por la deriva dialogante como porque en sí misma no portaba la fuerza (militar) que la podría haber hecho exitosa.
En los meses recientes el poder que nace ha sido encabezado y simbolizado por Juan Guaidó como Presidente de la Asamblea Nacional y Presidente encargado de la República. En enero, al amparo del artículo 233 de la Constitución, se juramentó ante el pueblo como Jefe de Estado. El fundamento constitucional le permitió a decenas de gobiernos reconocerlo y desde ese momento se inició una jornada insurgente de reemplazo de Maduro, la que habría de tener un momento culminante con la entrada de la ayuda humanitaria y la quiebra del Alto Mando militar, según fuera ofrecido para la operación del 23 de febrero. Los supuestos de ese instante resultaron falsos o infundados, lo cual dio tiempo a un Maduro apaleado para medio levantarse, y dio lugar, de modo muy significativo, a que se levantaran movimientos en contra del apoyo al embrionario nuevo gobierno venezolano en aquellos países en los que hay gobiernos solidarios. A partir de entonces, la amenaza militar externa en contra del régimen de Maduro se ha replegado, en unos casos más y en otros menos, y se ha creado el ambiente tóxico para negociaciones que pudieran conducir a un proceso electoral, todavía con Maduro en Miraflores. Situación ésta que enterraría otra vez la lucha que arrancó en enero.
La invasión
Ha habido una cierta discusión que con intención o sin ella, desvía el foco. Se trata de la supuesta invasión militar por parte de EEUU. Estimo que esa posibilidad es mínima, por tres razones: la primera, es que entrar en Venezuela y salir de Maduro militarmente puede ser fácil, estabilizar un país después de una invasión requiere miles de efectivos; segundo, EEUU no está en condiciones de invadir, no por razones militares sino políticas: no tendría apoyo doméstico salvo que hubiese un ataque violento contra personal estadounidense, contra su embajada o contra sus instituciones; tercera, se ha perdido confianza en el grado de control y operatividad del gobierno Guaidó a los efectos de una acción extrema pues varios de sus personeros parecen hacer ascos del apoyo de EEUU.
Lo que sí pudiera existir es una coalición internacional, al amparo del artículo 187, numeral 11, para ejecutar una operación de entrada de ayuda humanitaria, resguardada militarmente, sobre la base de la Responsabilidad para Proteger. Algunos se burlan de la aprobación de este artículo porque, dicen, sería como darles órdenes militares a los países, cuestión de la cual no se sabe. Se equivocan. La comunidad internacional reconoció a Guaidó porque su juramentación tenía asidero constitucional. Del mismo modo, nadie se atreverá a introducir de manera protegida y masiva ayuda internacional, ni a proteger de manera activa, con recursos militares, si no hay un fundamento constitucional venezolano que lo invoque y permita.
Por otra parte hay que decir que no es cierto (y quien escribe es testigo personal) que Guaidó obtuvo primero permiso de los poderes mundiales y después se juramentó. Sus propios aliados y compañeros vacilaban sobre el tema cuando María Corina Machado y Antonio Ledezma, entre otros dirigentes, lo plantearon forma privada y luego pública. Fue una fuerza de opinión pública y el propio coraje personal del que sería Presidente encargado los que determinaron el paso arriesgado e insurreccional que dio. Cuando hubo un estado madurado en la opinión pública, otros países –EEUU, Colombia y Brasil a la cabeza- promovieron la idea con la que ya estaban de acuerdo. Del mismo modo parece va a ocurrir con el 187.11, sobre el cual la reticencia está dando pasos a la aceptación y en el momento de escribir estas líneas, puede que a su impulso.
Un nuevo argumento en contra ha aparecido desde que el régimen de Maduro aceptó la recepción de la ayuda por el canal de la Cruz Roja Internacional es que ya no es necesaria su introducción “sí o sí”. Idea totalmente falsa porque la aceptación por parte de Maduro conlleva una dinámica de manipulación inexorable, no porque quiera o deje de querer, sino por la naturaleza extorsionista de la banda en el poder. Con los días se verá que en un país descuadernado y polarizado no hay ayuda humanitaria “despolitizada”.
El momento Guaidó
El Presidente encargado tuvo su mejor momento –hasta ahora- en el período que va desde el 5 de enero cuando fue elegido Presidente de la Asamblea Nacional hasta el 23 de febrero cuando lideraba el proyecto de introducción “sí o sí”, según afirmó, de la ayuda humanitaria. En ese momento se presentaba como el jefe de una rebelión indetenible en contra el régimen de Maduro. Con el fracaso del 23 de febrero, en modo de control de daños, se ha movido con flexibilidad táctica aunque sin rumbo estratégico claro; esta falta de rumbo claro la ha suplido con su coraje personal, como lo revela su atrevido regreso a Venezuela después de su gira internacional, lo que compensó parcialmente los daños infligidos por la operación fallida del 23-F. La nueva situación es la caracterizada por la arremetida brutal del régimen en contra de su círculo más cercano, así como las alegaciones que han hecho los jerarcas sobre manejos financieros, lo que en un ambiente comunicacional dictatorialmente controlado crea vulnerabilidades adicionales.
En el momento actual parece que Guaidó ha perdido la iniciativa, los aliados se han entibiecido salvo EEUU, los rusos han metido su baza provocadora, los ciudadanos andan desesperados, y lo que era un claro horizonte hoy aparece con “apagones”. Cabe destacar que esas debilidades son potenciadas propagandísticamente por una campaña brutal de guerra psicológica en contra del Presidente Encargado y la oposición en general, amasadas por rusos, cubanos y venezolanos.
También hay que destacar como poderosa herramienta que Guaidó tiene una palanca debido al control de los activos financieros cuyo manejo se los ha permitido el gobierno de EEUU; también cuenta con el cierre de grifos financieros por parte de una variada gama de países.
Guaidó sigue como eje del proceso; pero, ha perdido fuerza. La estrategia del quiebre del Alto Mando y de la entrada “sí o sí” de la ayuda humanitaria no ha sido sustituido por otra sino por una sucesión retórica según la cual él, seguramente con algunas personas que nadie conoce, está “construyendo capacidades”. Supongamos que sea así, que hay una especie de plan secreto para lograr el desalojo de Miraflores. Esto supondría que los factores nacionales no lo saben y por lo tanto sería una sorpresa exterior. Lo más probable es que no exista esa “construcción de capacidades” más allá de lo visible sino un discurso destinado a mantener la esperanza popular; puede perdurar por un tiempo pero no indefinidamente.
El otro problema no demasiado advertido por la opinión pública todavía es que a veces pareciera que Guaidó encabeza un gobierno de Voluntad Popular que hubiese ganado las elecciones con el 90% de los votos y se sostuviese sobre la base de la popularidad presidencial. Esto ha derivado en sectarismo en la conducción lo cual puede no producir efectos negativos cuando se está en la subida efervescente de la popularidad pero afecta en demasía cuando algunos entusiasmos ceden. Las designaciones en el exterior son decididas por un círculo cerrado que hace “concesiones” a los aliados pero que no participan del Estado Mayor de las decisiones.
Opciones
1.Caos generalizado. Con un país desintegrado, sin Estado, convertido en presa de las bandas de Maduro o su rojo sucesor, en una situación de “sálvese quien pueda” y en algo atroz que si no es, puede parecerse mucho a una guerra civil.
2.Caos controlado. Este control que ejerce y puede seguir ejerciendo Maduro, tiene límites. Si la conmoción se incrementa es posible que para algunos de los sostenes de Maduro en la dinámica anárquica existente sea más productivo tomar ventajas de la situación, derrocarlo y manejar “su propio caos”: hacer más caótica la situación y tomar el control de ciertas porciones del territorio hasta provocar la ida de Maduro. El resultado podría ser un camino muy duro para el retorno a la democracia.
3.Decisión del Alto Mando militar de optar por una salida que preserve a sus integrantes como autores del retorno controlado a la democracia. Sería una salida bastante pacífica, aunque posteriormente la sociedad se vuelva en contra de esos generales y almirantes por su complicidad todos estos años.
4. Insurrección civil organizada. Es decir, protesta civil en todo el país, incrementando la ingobernabilidad –el caos- pero con una dirección política capaz de dirigir operaciones hacia centros neurálgicos de poder. Tiene el inconveniente obvip de que el régimen no tiene miramientos en cuanto a la represión e implicaría masacres impensables. Por otra parte, no es previsible una dirección política coherente para dirigir operaciones de rebelión popular.
5. Alzamiento militar de oficiales de rango medio y bajo. Los militares dispuestos existen como lo ha demostrado la sucesión de intentos a lo largo de los años recientes, lo que debe ser expresión del estado de ánimo existente dentro de la Fuerza Armada. Sin embargo, la descomposición de la institución –pérdida del sentido de la obediencia y la jerarquía- impide que un oficial al mando pueda garantizar movilizaciones de su unidad y, por otra parte, el espionaje interno con avanzada tecnología es brutal.
6. Invasión de los EEUU. No es posible prever un escenario de este tipo porque habría una fractura de la alianza internacional que apoya el retorno a la democracia en Venezuela, dispararía resortes históricos antinorteamericanos en América Latina y el Caribe, así como no parece viable en términos domésticos para el presidente Trump.
Entonces, ¿qué es posible?
Obviamente la salida de la crisis en Venezuela será original, como lo han sido varios afortunados y desafortunados eventos por los que ha pasado el país en los últimos años. Lo que es cierto es que tendrá que ser un camino de fuerza, porque el grupo en el poder no se va a ir sin que la fuerza los convenza (con o sin combate, pero con fuerza militar). Por su parte, para mantener la alianza internacional deberá ser un camino constitucional como el que permitió la juramentación de Guaidó y su reconocimiento, aspecto sobre el cual el artículo 187.11 juega papel esencial. También deberá ser un camino liderado nacionalmente aunque tenga todo el apoyo internacional. Finalmente, tendrá que ser también una dinámica en la que participen tanto la población civil organizada (organizada para la resistencia) como los militares que se coloquen al lado de la Constitución y desobedezcan órdenes ilegales.
Una combinación cívico-militar interna con apoyo internacional simultáneo pareciera ser la salida más probable y menos costosa, salvo la muy improbable pero posible de una decisión del Alto Mando como en 1948 contra Rómulo Gallegos y en 1958 contra Marcos Pérez Jiménez.
Entrego estas consideraciones para la discusión. Desde luego, hay otras visiones respetables. Ésta es la mía, hoy.